El Pintor De Bruselas

EL MISMO

Aquella media mañana se dio uno de esos días que Brüssel no hubiese podido imaginar ni en el mejor de sus sueños. Durante cinco años esperó con ansias, anhelo y mucha fe, poder volver a tener junto a ella a su esposo y poder apreciar la maravillosa imagen de Ismael y su hija Lyra quien era apenas un bebé cuando él misteriosamente había desaparecido una tarde durante una fiesta de carnaval en Venecia.

Brüssel aún recordaba aquel fatídico día como si hubiese sido ayer.

A dicha fiesta Ismael había asistido como invitado especial de Giacomo Lunedino. Dueño de una de cadena de hoteles más importantes de Italia y reconocido en todas las regiones turísticas de la capital de Véneto.

El señor Giacomo Lunedino era un gran apreciador del arte y en especial del arte de Ismael D’Angelo. Tanto así que tenía al pintor como un creador referente de obras para la decoración de su cadena de hoteles.

— ¿Brüssel, en que piensas? —le preguntó el pintor—

— En lo buen padre que serías, mi amor —le susurró al oído la mujer—

— Mmm… ¿Tú crees? Tal vez no lo sea.

— Por supuesto que lo creo. ¿Por qué dices que tal vez no lo serías?

El pintor en esos instantes no le contestó. Su única acción fue voltear a ver a la pequeña Lyra.

— ¿Ya no estás triste?

La niña sonriente negó con la cabeza mientras degustaba su delicioso helado.

— Me traerás todos los días para tomar helado?

— ¿Todos los días? ¿Quieres tomar helado todos los días? —preguntó el pintor observando a Brüssel—

— Por supuesto que no —refutó Brüssel — No puedes tomar helado todos los días.

— Entonces mañana me traes por hamburguesas y después de mañana por pizza.

— De acuerdo. Eso suena mejor —dijo el pintor—

— Eso no suena mejor, Briccio. No permitas que esta señorita te utilice para cumplir todos sus caprichos. Clementina y yo batallamos todos los días para que coma sano como corresponde.

— Bueno. Puedo traerte a tomar helados un par de veces a la semana. Si tú obedeces a tu mamá y comes todos tus alimentos, incluso nos dejará venir a comer hamburguesas y pizza. ¿Estás de acuerdo?

— Si —dijo la pequeña asentando con la cabeza—

Aquel día Brüssel tenía mucho por hacer, más que nada con respecto a los muebles para el apartamento que había adquirido, por lo tanto, luego de consentir un poco a la niña, regresaron al hotel junto a Clementina, y posteriormente ambos visitaron un par de mueblerías para observar algunos modelos que fueran del agrado de ella, y así poder realizar las compras.

— Esta se siente muy cómoda y es bastante amplia —dijo Brüssel sentándose sobre una de las camas— Ven y siéntate mi amor para que luego me digas que te parece.

— Será tu cama, Brüssel, por lo tanto, si te gusta a ti, está bien.

— Pero quiero que tú la pruebes también —recalcó jalándolo de una mano para que se sentara junto a ella— porque tú dormirás conmigo en ocasiones, y tú y yo podremos hacer el amor, entre otras cosas sobre esta cama —le susurró—

Sonrojado Ismael la observó.

— ¿Dormiré contigo?

— En mi apartamento ya tendré habitación propia. Mi hija y Clementina también.

Él no dijo nada en ese instante, solo sonrió y sentado sobre la cama, comenzó a dar brincos, a presionar y acariciar luego la base de cada rincón de la cama.

— ¿Y? ¿Qué te parece, amor?

— Me gusta. ¿A ti te gusta?

— Me gusta, sí. ¡Joven! Quiero esta cama. Agréguelo a mi lista —le dijo a uno de los asesores de aquella mueblería—

Una vez hecho toda la lista de pedidos, Brüssel y el pintor abandonaron la mueblería, regresaron al apartamento para aguardar la carga de camiones con todos los muebles.

El primer camión que traía los muebles para la habitación de la pequeña Lyra fue el primero en llegar, y con la ayuda de los empleados del servicio de la mueblería acomodaron todo según los deseos de Brüssel.

Entre reordenar todos los muebles tanto para la sala como para las habitaciones aquel día había culminado de un modo muy agotador. Merecían un poco de descanso, por lo que Brüssel decidió pedir pizzas y refrescos para darse un merecido gusto antes de que su amado pintor tuviera que marcharse.

Brüssel deseaba que él no tuviera que marcharse ningún, sin embargo, el pintor tenía que hacerlo, pues debía trabajar aquella noche.

— Briccio, no quiero que te vayas. Quédate conmigo mi amor.

— Debo trabajar, Brüssel. Tengo que irme.

— Tú no tienes que ir a trabajar.

— ¿Cómo no? Debo trabajar.

— Estás muy cansado. ¿Cómo vas a ir a trabajar en ese estado?

— No estoy cansado —afirmó el pintor sonriendo mientras la observaba—

— ¿Qué sucede?

— Me gusta mucho que me llames mi amor.




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