Eran casi las diez de la mañana. Exaltada al ver su reloj, Brüssel se sentó sobre la cama. Junto a ella su pintor no se encontraba. Pensó luego que siendo la misma tan estrecha, él pudo haber dormido sobre el sofá.
Se puso de pie y fue a buscarlo. El pintor yacía sentado sobre una silla, apoyado a un pequeño y viejo escritorio que daba junto a la ventana que apenas dejaba ver el exterior debido a unas cortinas corroídas.
— ¿Briccio?
Al oír su voz, el hombre cerró el frasco de aluminio que tenía junto a él.
—Despertaste finalmente, Brüssel —dijo el pintor poniéndose de pie y cargando el frasco de aluminio— Traje desayuno para ti.
El hombre subió por unas escaleras estrechas pidiéndole a Brüssel que la siguiera.
— Todo aquí es muy estrecho en verdad —pensó Brüssel mientras lo seguía—
Llegaron a un segundo piso donde se encontraba la cocina. La mujer observó su alrededor. Una nevera que con suerte lograba aún conservar algún tipo de alimento, pequeña mesa cuadrada con dos sillas. Un lavadero y esporádicos utensilios.
— Café y medialunas —dijo sonriente colocándolos delante de ella— Siéntate.
Brüssel tomó asiento al igual que el pintor.
— ¿Y tú? ¿No vas a desayunar conmigo?
— Ya lo hice. Anda. Come.
— ¿Seguro que ya desayunaste, amor?
— Mmm... Lo hice. Anda. Come. Mientras acabas volveré abajo.
El pintor volvió a ponerse de pie. Tomó el frasco de aluminio que había dejado un momento junto a los escasos utensilios y regresó al lugar donde Brüssel lo había encontrado al despertar.
La mujer no sería capaz de ingerir siquiera medio bocado sabiendo de qué su esposo traía aún el estómago vacío. Entre sollozos volvió a observar todo su alrededor. Observó el desayuno que había conseguido para ella y finalmente se echó a llorar.
— ¿Has vivido todos estos años en estas condiciones? ¿Por qué amor mío? ¿Por qué no pude encontrarte mucho antes? ¿Cómo es posible que nadie haya podido reconocerte? ¿Dónde te habías metido?
Brüssel necesitaba calmar su llanto. No podía desplomarse de ese modo y menos delante de él. Hizo a un lado sus lágrimas. Respiró profundo. Le dio una mordida a su medialuna. Un sorbo a su café. Cogió ambas posteriormente y fue junto al pintor.
— Te dejé la mitad de mi desayuno —dijo Brüssel colocando el vaso de café y la medialuna sobre aquel pequeño escritorio.
El pintor yacía sentado en el mismo lugar con el mismo. Algo inquieto. Tronando el escritorio con la punta de los dedos, con frasco de aluminio a su lado.
— Es para ti, Brüssel. Te dije que ya desayuné.
— Pues no creo que hayas desayunado. Anda. Come, cielo. Yo estaré bien —insistió Brüssel—
El pintor no emitió palabra alguna, no hacía otra cosa que tronar el escritorio con sus dedos.
— ¿Estás esperando a alguien? ¿Qué hay dentro de ese frasco?
— Suzette debe venir por el dinero de mi hija. Quiero entregárselo y que se largue de inmediato. No quiero oír sus escándalos delante de mi apartamento.
Brüssel quedó encendida de la rabia. La sangre nuevamente comenzó a hervirle por dentro como si estuviese a punto de erupcionar. Necesitaba controlarse, y era una habilidad que había perdido por completo en las últimas semanas.
— ¿Tienes una hija?
El pintor volteó a verla por unos instantes.
— La tengo —contestó volteando a verla— Tú tienes una y eso no me disgusta.
— No he dicho que me disguste tu hija. Pero sí me disgusta mucho esa mujer.
El pintor volvió a guardar silencio dándole la espalda a Brüssel.
— ¿Briccio, desde hace cuánto estás casado con esa mujer? —preguntó ella
Los dedos del pintor comenzaron a tronar el descrito con mayor intensidad.
— ¿Dónde se conocieron?
— Haces demasiadas preguntas Brüssel. No me gustan las preguntas. No me gustan —repitió parándose de su silla con brusquedad y negando con la cabeza, sentándose la misma con las manos— No me gustan las preguntas. No me gustan las preguntas.
— Briccio, mi amor. No tienes que ponerte de ese modo. Perdón. Perdón.
En un acto desesperado, Brüssel abrazó al pintor con todas sus fuerzas desde atrás, intentando que se calmara.
— No es necesario que me contestes mi amor. Sea como sea, yo no voy a dejarte jamás. Esa mujer me da igual. No volveré a mencionarla.
— Cada 15 días ella viene muy temprano por el dinero de la niña. A veces mientras aún estoy dormido y arma un gran escándalo allí afuera. Brüssel, no creas las cosas malas que te diga esa mujer acerca de mí. Yo no quiero que me dejes por su culpa.
— Yo no voy a dejarte jamás, cielo. Y mucho menos por las infamias que pudiera decir esa mujer.
— Yo no siento nada por ella. Ni siquiera recuerdo en que momento de mi vida me casé con una mujer tan venenosa como ella.