— Detective Seeley, tengo una grabación que quisiera que escuche. Voy a enviárselo a su teléfono móvil ahora.
— ¿Una grabación? ¿Pero de qué se trata?
— Tuve una conversación con mi esposo esta mañana y me ha contado cosas realmente terribles. Yo lo grabé todo y necesito que usted la oiga
— ¿Habló con su esposo? ¿Ya le contó toda la verdad?
— No... Imagínense, detective. Eso para mí será mucho más complicado de lo que yo imaginaba. En realidad necesitaba que él me contara todo sobre su vida. La vida que tuvo aquí todos estos años. Le pedí a Ismael que fuera sincero conmigo y fue así que me contó todo. Tiene que oír la grabación, detective, porque lo que me ha contado es realmente terrible —dijo Brüssel con lágrimas que debió con contenerlas de modo que sea para que su esposo no la viera de tal modo— Juro que no logro comprender por más de que lo pienso una y mil veces.
— Sra. Holbein, debe mantener la calma. Envíeme la grabación que consiguió. La oiré atentamente y luego hablaremos al respecto. ¿Qué le parece?
— De acuerdo. Voy a colgar ahora y se lo envío.
En la brevedad posible, Brüssel envió aquella grabación al detective Jeffrey Seeley confiado de que el contenido sería de gran ayuda para sus investigaciones con respecto a Suzette quien era definitivamente la única pieza con la que contaban para llegar al fondo de la verdad sobre todo lo acontecido con Ismael. D'Angelo, y de lo porque mintió haciéndole creer que ella era su esposa y aquella niña de nombre Celestine era hija del pintor.
Luego de la conversación con el detective, Brüssel volvió a la sala donde su adorado pintor seguía prendido a la tableta que le había prestado en compañía de la pequeña Lyra quien toda una experta en tecnología, se había puesto a enseñarle cosas que a su padre que no entendía.
— Están así desde hace rato, señora —dijo Clementina susurrándole a Brüssel—
— Ismael quedó realmente fascinado con todo lo que vio en Internet y ya no suelta la tableta. Menos mal, ahora tiene una buena maestra que lo ayuda a explorar más galerías.
Brüssel quedó a un costado de la sala observando a los dos grandes amores de su vida.
— ¿Te diste cuenta Clementina?
— ¿En qué, señora?
— Creo que mi esposo tiene problemas de vista. Acerca mucho la tableta a la cara.
— Es cierto... Debería preguntarle.
— Lo haré, y si es necesario lo llevaré al oftalmólogo lo antes posible.
— La cena ya casi está lista.
— Te ayudo a preparar la mesa —dijo Brüssel colocando los platos y demás utensilios— Van a tener que soltar esa tableta por hoy. La cena está lista y quiero que vayan a lavarse las manos.
— Brüssel, tu hija es uno pequeño genio con la tableta. Ya me ha enseñado todo lo que necesito saber.
La pequeña Lyra sonreía abrazando a su padre.
— Tengo una hija muy inteligente, mi amor. Ya La irás conociendo mejor. Ahora hagan lo que les pido y vayan a lavarse las manos. La deliciosa cena que les prometí ya está lista.
— Mmm... Por fin sabré si eres una buena cocinera en verdad, Brüssel.
— ¿Es que todavía dudas de mis artes culinarias? Ya vas a probar mi comida en unos segundos, y quedarás chupándote los dedos.
— Bueno… Vamos a lavarnos las manos Lyra.
— Vamos.
En lo que el pintor y la niña iban a lavarse las manos, Brüssel y Clementina sirvieron los platos para la cena. Minutos más tarde, todos se acomodaron en sus respectivos lugares dando lugar a una maravillosa escena familiar. Una que hasta hacía poco solo vivía en el mejor de los recuerdos y los sueños de Brüssel.
— ¿Y? ¿Me dirás amor, qué tal sabe la cena que preparé?
— Sabe realmente bien, Brüssel. Me gusta mucho —contestó el pintor observándola por un par de segundos— Aparte de ser una mujer hermosa, también cocinas delicioso.
— ¡Mi amor! Ese cumplido es mucho más de lo que yo esperaba —le dijo Brüssel apretando sus mejillas—
— Como no va a gustarle, señor, si es su comida favorita y la señora Brüssel se encargó de aprender a cocinarla a la perfección —irrumpió repentinamente Clementina sin percatarse de sus palabras— Digo… la comida favorita de la niña. Esta es la comida favorita de Lyra.
— Así es… A mi hija le gusta mucho la Lasagna Rústica alla Bolognese.
— Sí… es mi comida favorita.
— Entonces será también mi comida favorita —dijo sonriente el pintor—
Desde que Brüssel encontró a su esposo no había dejado de pensar y pensar. Tenerlo de nuevo a su lado era una auténtica bendición, pero a su vez un gran tormento dentro de su cabeza. La mujer intentaba hallar respuestas que pudieran explicarle todo lo que había sucedido, sin embargo, no las conseguía. Observaban a Ismael D'Angelo, su esposo junto a ella. Cenando y compartiendo con su hija, y aún le costaba asimilar su entorno. Tratar de comprenderlo y aceptar que era una persona extraña, que a su vez no lo era.