El Pintor De Bruselas

CHOCOLATES

— ¡Amor, te ves guapísimo con esos anteojos! Tengo el novio pintor más guapo de este mundo. Creo que comenzaré a sentir muchos celos en verdad.

— ¿Celos, Brüssel? ¿De quién?

— De las mujeres que van a acosarte.

— ¿Cuáles mueres? Mi corazón te pertenece solo a ti, mi hermosa mujer.

— Mmm… Tendré muy en cuenta esas palabras, cielo —dijo la mujer rodeándolo con sus brazos— Dime. ¿Puedes verlo todo mucho mejor ahora?

— Creo que sí. De todos modos solo me importa apreciar mejor toda tu belleza, y si para ello debo usar siempre anteojos lo haré.

Luego de abandonar la óptica, Brüssel y el pintor volvieron al apartamento del mismo. El lugar ya se encontraba en óptimas condiciones para habitarlo con comodidad, y todo lo que quedaba por hacer según Brüssel era renovar el placar de su esposo, o más bien llenarlo, pues apenas contaba con tres pares de ropas y uno de zapatos.

La mujer lo convenció para que fueran de compras. Se dirigieron hasta el apartamento donde se encontraba la pequeña Lyra con Clementina, y los tres retomaron camino hasta un centro comercial de la ciudad en de la Rue Neuve.

Era un gran centro comercial y el pintor quien nunca antes había pisado tal lugar quedó fascinado con tan solo poner los pies en el lugar.

— Este lugar es muy grande, Brüssel.

— Lo es, amor, pero no te preocupes. Solo visitaremos un par de tiendas.

— Hay muchas cosas para comprar aquí, papito —dijo repentinamente la pequeña Lyra dejando escapar aquella palabra en medio de su inocencia—

Al caer en cuenta sobre lo que había dicho, se cubrió la boca con su pequeña manito. El pintor que la sujetaba de una mano la observó esbozando una sonrisa.

Al oír a su pequeña, a Brüssel se le aceleró el corazón a tal punto de parecer escaparse de su pecho. Los pensamientos le dieron vueltas y consideró que como consecuencia ya no quedaría marcha atrás. En esos momentos debía de contarle a su esposo toda la verdad.

La pequeña soltó la mano del pintor y en un repentino llanto se consumió abrazando a su madre.

— ¿Qué sucedió? —preguntó el hombre— ¿Por qué la niña se puso triste, Brüssel?

Brüssel pensó en desplomarse del mismo modo en que lo había hecho su pequeña Lyra, pues al verse igual de asustada, sin embargo, como madre y también como esposa de un hombre que había olvidado absolutamente todos los recuerdos a cerca de su familia, debía demostrar fortaleza y templanza ante aquella situación.

— Lyra, mi amor, no tienes que ponerte de este modo. Briccio no está molesto contigo por eso. ¿O sí? —preguntó con angustia observando al pintor—

— ¿Por qué lo estaría? ¿Por qué lloras? Hace unos segundos estabas feliz. Ahora estás triste. Nada será divertido si estás triste.

El pintor volvió a tomar a la pequeña Lyra de una mano y la condujo hasta uno de los banquillos dentro del centro comercial para tomar asiento hasta que lograra clamarse.

— Seca tus lágrimas, cielito. Si no lo haces tendremos que volver al apartamento.

— ¿Vas a decirme por qué te pusiste triste?

Sin decir nada, la niña observó a su padre por unos segundos.

— ¿No estás molesto conmigo porque te dije papito?

— ¿Creíste que me molestaría por eso? Me gustó mucho que me llames así. Ni siquiera mi hija Celestine me llamas de ese modo —dijo el pintor, y la pequeña Lyra con un mejor semblante, sonrió— ¿Tú quieres que yo sea tu padre?

— Tú eres mi papito y te quiero mucho, mucho —exclamó la niña abrazando y llenando de besos ambas mejillas de su padre bajo el corazón derretido de Brüssel que apenas segundos atrás yacía partido de tanta angustia—

— Mmm... Si en verdad quieres, yo seré tu papá y seré el hombre más feliz de este mundo por tener una hija tan dulce, bonita e inteligente como tú.

Entre los brazos del pintor, la niña volvió a sonreír. Y habiendo logrado contentarla, la devolvió al suelo y la sujetó de una mano. Brüssel tomó la otra mano de la niña y los tres emprendieron finalmente su recorrido por el centro comercial.

La primera parada fue desde luego en una tienda para caballeros, pues el propósito principal era comprar camisas, pantalones, zapatos, entre otros atuendos indispensables para el pintor.

— Todo lo que vistes hace que luzcas realmente apuesto, mi amor.

— ¿Apuesto? Solo tú me dices esas cosas, Brüssel.

— Ah… pues más vale que solo yo te lo diga porque soy capaz de arrancarle todos los pelos de la mujer que osara en coquetearte con halagos. Bien... Ahora iremos a la tienda del sastre para que te tomen las medidas.

— ¿Sastre?

— Sastre... A un hombre guapo nunca puede faltarle un par de trajes muy elegantes.

— ¿Brüssel, para qué necesito yo un traje? Solo si aceptaras casarte conmigo vestiría uno.

— Pues si me propusieras matrimonio, yo lo aceptaría y tú usarías un traje.

— Lo haré, Brüssel. Muy pronto te pediré matrimonio —dijo el emocionado pintor mientras la mujer lo observaba encantada rodeándolo entre sus brazos—




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