El Pintor De Bruselas

CARTA DE CONFESIONES (PARTE 1)

Con mi bebé entre mis brazos y sujetando aquella pequeña caja que me había entregado Magda, pasé todo el trayecto de ida a la casa, derramando lágrimas de rencor, de dolor y de una infinita tristeza. Tratando de explicarle a mi mente y a mi corazón sobre lo que había hecho mi padre, pensé y pensé, y nada lograba justificarlo.

No le bastó con todo el daño que me había ocasionado hasta ese entonces, y una tonelada más de dolor le cargó a mi corazón al enterarme de que se había quitado la vida.

Devastada llegué hasta la casa, sin embargo una vez más como tantas veces, tuve que disimular por sobre todo delante de mi hija. Pese a todo lo que nos había sucedido y pese a la ausencia de Ismael, ella estaba muy entusiasmada con la llegada del bebé a la casa. De hecho todos lo estaban y habían decorado la casa con globos y carteles de bienvenida para recibir al pequeño Ismael.

Sra. D’Angelo: Va tutto bene, figlia mia? Fammi tenere il bambino. (¿Todo está bien, hija mía? Déjame cargar al bebé)

Lyra: ¿También puedo cargar al bebé, mamita?

Brüssel: ¡Podrás mi amor! Pero ahora mismo tu hermanito debe descansar —Le contesté con un beso en la frente— Suegrita, necesito que cuide de mi bebé por un par de horas. Tal vez menos. He succionado mi leche y hay tres mamilas llenas en este bolso. Guardaré dos en el refrigerador y le pondré uno aquí sobre la mesa en caso de que despierte para que le dé a mi bebé.

Sra. D’Angelo: Ma dove stai andando, figlia? (¿Pero a dónde vas, hija?)

Brüssel: Tengo una última cosa que hacer antes de nuestro viaje. Pero cualquier cosa que surja solo llámeme. ¿Me acuerdo?

Sra. D’Angelo: Va bene! (¡Está bien!)

Lyra: Yo le ayudaré a mi abuela a darle la mamila a mi hermanito.

Brüssel: Hazlo, corazón… y pórtate bien en lo que yo regrese.

Giacomo: Sra. D’Angelo, con permiso.

Sandro: ¡Permiso, señora! ¡Que tenga un buen día!

Sra. D’Angelo: Andare con Dio! (¡Vayan con Dios!) —Exclamó y posteriormente abandonamos aquella residencia—

Giacomo: ¿Vas a ir a dónde estoy pensando, honey?

Brüssel: ¿Sabes con cuanto peso en mi corazón tendré que vivir, Giaco? ¿Piensas que podré vivir con uno más si no voy a ver a mi padre por última vez? —Dije echándome a llorar— ¿Cómo pudo hacerlo? ¿Cómo?

Sr. Lunedino: ¡Brüssel, acabo de llegar y me entero de lo sucedido con tu padre! ¡Recibe mis condolencias por favor! —Pidió besando mis manos—

Brüssel: ¡Muchas gracias señor Lunedino! Yo iré ahora al velatorio dónde lo tienen. Giaco y Sandro van a llevarme.

Sr. Lunedino: Ve tranquila, Brüssel. Un par de guardias van a ir detrás de ustedes.

Brüssel: ¡De acuerdo! Dejé a mi bebé a cargo de mi suegra. Vele por mi familia en lo que yo regresé, por favor.

Sr. Lunedino: ¡Eso no me lo tienes que pedir!

Cuando llegamos al velatorio, había unas cuantas personas, pero no muchas. Quizás se trataba de gente relacionada con el CNI. Compañeros de él de sus largos años de trayectoria en todo aquello.

A lo lejos observé su féretro. Junto al mismo apenas había un par de coronas de flores y ninguna foto suya. Ninguna vela encendida por su alma.

En los últimos años mi padre había presentado problemas cardíacos, pero por lo poco que yo sabía al respecto nunca me enteré de que tomaba medicamentos. Él murió de sobredosis. Vació un frasco entero de su medicina para el corazón, y todos sus órganos colapsaron.

Mi padre estaba muerto y yacía dentro de aquel féretro al cual me costaba mucho acercarme. Ingresé y permanecí parada frente al salón sin saber si debía maldecirlo por todos sus errores o pedirle a Dios por el descanso eterno y el perdón de su alma.

El féretro estaba abierto. Él lucía elegante y bien parecido, pero estaba muerto. Observé su rostro y entendí que ya nunca abriría sus ojos. En esos instantes sentí lo mismo que había sentido cuando me dijeron que mi esposo había muerto, pero en su caso nunca hubo féretro y nunca hubo cuerpo por el cual lamentarse. Me habían engañado durante años, y al recordar aquello volvía a sentir odio y mucho rencor.

Hundida en llanto salí corriendo del salón y fui a sentarme sobre uno de los banquillos del jardín que poseía aquel lugar. Giacomo y Sandro me siguieron, pero yo les pedí como un gran favor que me dejaran sola y que por favor fueran a encender un par de velas por el alma de mi padre.

Así lo hicieron y yo permanecí en aquel lugar intentando desenredar mis pensamientos. ¿Cómo puedo comprender ahora todo lo que has hecho? ¿Y por qué? ¿Por qué, padre? —Me pregunté cerrando los ojos— ¡La caja! ¡La pequeña caja! Recordé la pequeña caja que me había dado Magda y que había guardado dentro de mi bolso.

La saqué y finalmente decidí abrirla para ver su contenido. Lo primero que observé fue una fotografía dónde estábamos él, mi madre y yo, siendo apenas un bebé. Abajo de la fotografía había un sobre que parecía contener una carta. Y por último, debajo de dicho sobre, había una llave y una tarjeta con una dirección.




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