El placer revelado

30

A partir de ese momento, sin que nada haya cambiado en realidad, su apartamento se vuelve un lugar distinto, ya no son esas paredes que la protegen del resto del mundo, algo peligroso, sin forma ni color, se asoma por las habitaciones. Es cuando comienza la espera.

Horas más tarde, Mariana almorzará algo ligero, por ejemplo, una pechuga de pollo a la plancha y algunas hojas verdes, y luego se sentará en los sillones de la sala hasta la hora en que deberá preparar el té. Durante todo ese tiempo intentará no pensar en nada, cada atisbo de idea es la amenaza de aquella agua tibia que comienza invisiblemente a inundar el cuarto donde se encuentra, y si por momentos logra quedarse así, quieta y con la mente en blanco, dejando que aquella sensación eléctrica que la espera produce dentro de ella le recorra el cuerpo y la abandone sin hacerle daño, otras veces el vértigo le nacerá en el estómago, y todo a su alrededor comenzará lentamente a girar para hacerle perder el equilibrio, y la obligará a recostarse en el suelo. Minutos después, cuando todo quede otra vez quieto y en su sitio, Mariana apoyará las manos en la alfombra circular junto a la mesa ratona cerca del sillón, juntará las rodillas y tensará las piernas para lograr levantarse, y acto seguido se acomodará el pelo y se arreglará el vestido con una naturalidad que impresionaría a quien la viera Sin necesidad de ver hacia las agujas del reloj, que a pesar del zarandeo reciente todavía cuelga en una de las paredes del living, ella sabrá, con una exactitud que nunca deja de sorprenderla, la cantidad de tiempo que resta para que el doctor Y. golpee con la segunda falange de su dedo índice sobre la superficie laqueada de su puerta. Mariana entonces seguirá esperando, hasta que, a su debido momento, esa misma puerta quedará sin llave, a pesar de los peligros que eso implica, la sala estará bien iluminada y en silencio, y sobre la mesa del living, junto al dinero correspondiente a la visita, debajo del humo y dentro de la taza, el doctor Y. encontrará, como cada tres meses lo hace, el té que ella misma ha preparado para su visita.

Sucede así, y no es fácil de comprender: el doctor Y. llama a la puerta, da dos o tres golpecitos suaves pero certeros, aunque no lo espere más que un silencio de apartamento abandonado. Pasan algunos segundos, y la sospecha del doctor Y. se concentra en ese parpadeo en la mirilla, en esos pasos rápidos que se alejan, en el sonido de aquella puerta interior que se cierra. Entonces el doctor Y. deja pasar unos piadosos segundos y entra al apartamento, y lo que encuentra allí no lo sorprende para nada; mira a su alrededor, todo está exactamente como lo vio en su última visita, tres meses atrás: el elefantito de porcelana blanca sobre la repisa del tercer estante, un portarretratos vacío en la mesita donde se encuentra el teléfono, un plato de losa apoyado en su soporte, donde unos gansos celestes flotan en un agua azul y perpetua. El doctor Y. da unos pasos en redondo, se asoma un momento por la ventana, contempla el cielo y ve a lo lejos unos puntos oscuros y voladores que van a posarse en la terraza lejana de un edificio, y al volver la mirada al interior del apartamento encuentra una tasa humeante de té sobre la mesa del living. Algo se dibuja en su rostro, es más bien una mueca que no podemos saber a ciencia cierta a que responde, si es una sonrisa oscura o es algo peor. Al otro lado de la puerta de su dormitorio, Mariana no necesita mirar por el ojo de la cerradura para adivinar los movimientos del doctor Y.; lo imagina acomodarse en el sillón de la sala, guardar el dinero en el bolsillo de la chaqueta, alzar la tasa de té que ha preparado minutos antes de su llegada, y finalmente levantar la vista para imaginarla al otro lado de la puerta. El doctor Y., bebe su té de a pequeños sorbos, con cierta resignación, como si estuviera obligado a esperar en vano algo que sabe que no sucederá, y mientras lo hace recorre con los ojos la sala en búsqueda de algún rastro de Mariana; unas sombras alargadas se proyectan sobre el suelo, a causa de la luz solar que entra por una de las ventanas del living, y llegan casi hasta la punta de sus zapatos, y aunque parecen estarse quietas las sombras avanzan. El doctor Y. deja quietos los pies, y la sensación de que el tiempo se ha detenido lo adormece un poco; cuando las sombras comienzan a pisarlo, en algún momento de la visita, el doctor Y. se levanta del sillón, y se queda viendo hacia aquella puerta cerrada del dormitorio; la mira por un largo tiempo, y el corazón de Mariana deja de latir, la sangre se queda quieta en su sitio, el aire frena su curso. . Mariana se sienta en el suelo, porque sus piernas parecen no poder sostenerla ya, cierra los ojos y apoya su frente contra la puerta, y a través de ella ve al doctor Y. levantar la mano en el aire en el gesto de una leve caricia. Aquel movimiento quedará grabado dentro de Mariana por los siguientes tres meses, y nada más sucederá, dentro de aquel apartamento ni en el mundo, más que ellos dos ahí, a unos metros de distancia. Entonces, sin decir una sola palabra, el doctor Y. se dirige hacia la puerta de entrada, y se va.




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