El placer revelado (nuevos Capítulos)

38- (Quinta parte) El hermano de Mariana

I

-Ya no existe.

Lo dice una voz de mujer en el auricular de mi teléfono. Y agrega.

-Ha muerto esta noche.

Enciendo la luz del velador, miro la hora en mi reloj pulsera que he dejado al acostarme sobre la mesa de noche. No alcanzo a ver las agujas, pero sé que es muy tarde. Por lo menos aquí, en esta parte del mundo, a esta hora la gente duerme. Allá, desde donde llega aquella voz, calculo debe estar por amanecer.

Después de quedarnos unos segundos en silencio comienzo a comprender esto que me dicen. La voz de mujer repite, o soy yo el que vuelve a pronunciar estas palabras en mi mente, con la voz de esta mujer.

-Ha muerto ya. No existe esta noche.

Yo conozco esa voz. A pesar de la distorsión de la distancia, del sueño que todavía me atonta, sé quién es. Es mi hermana. Su voz me ha llamado desde muy lejos para decirme que ha muerto ese hombre. Nuestro último padre. Y ahora espera de mí que diga algo, en devolución a lo que me acaba de comunicar, que llore tal vez, o que grite, o que arroje el tubo contra una de las paredes de mi cuarto. Pretende cualquier cosa menos esto, este silencio mío que se extiende desde la cama donde estoy acostado hasta el sitio donde ella se encuentra.

Mi hermana no dice nada más. Por un momento me parece que se ha quedado sin memoria, igual que yo. Es mi hermana quien me llama para darme esta noticia, necesito repetírmelo para hacerme a la idea de lo que esto significa. Entonces nuestro último padre ha muerto, pienso. Las palabras que me digo forman una imagen, y esta imagen, sin remedio, comienza a difumarse. Mientras sostengo el tubo junto a mi oreja me quedo con la mirada fija en las molduras blancas del techo. Todavía no consigo, o es que no quiero del todo hacerlo, entrar en el mundo. Después de unos segundos mi hermana vuelve a hablar.

-Acaba de avisarme su abogado.

-…

-¿Estás ahí?

-¿Qué tenemos que hacer?

Mi propia voz me resulta extraña, me sorprende su eco dentro de mi cabeza. Siento vergüenza al preguntarlo así, como si fuese un trámite que debemos resolver, algo que pretendemos quitarnos de encima lo más rápido posible. Dejo que mis palabras llenen el aire, y una vez dichas vuelvo a escucharlas, como si se elevaran y luego cayeran repiqueteando sobre la cama.

-No sé qué debemos hacer… Nada, supongo. Te llamé varias veces, pero no atendías.

Otra vez nos quedamos en silencio. Ahora puedo escuchar su respiración en el auricular, como si ella estuviera muy cerca, acostada junto a mí como cuando éramos niños.

Yo sólo quiero volver a dormir. Poder dormir. Mi hermana dice:




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