El placer revelado (nuevos Capítulos)

40

Rueda el cubo y en una de sus caras mi hermana está parada junto a mí, los dos esperamos a que alguien mucho más alto que nosotros abra la puerta de calle, y cuando entramos a la casa vemos un living en penumbras, así que corremos hacia una cocina que está más allá, en el fondo, y nos sentamos cada uno a un lado de la mesa, donde hay dos vasos que parecen tener leche chocolatada, y de pronto se escucha un perro blanco y chiquito ladrar del otro lado de una puerta, donde hay un patio con macetas y botellas vacías.

No tengo recuerdos de mis padres biológico. No es que los haya olvidado, sino que existieron en mi vida sólo por un breve momento. Tan breve que puedo decir que no existieron. Si miro hacia atrás, dentro de mí, encuentro un ruido blanco unido a una imagen quieta, detenida en un tiempo fuera del tiempo, y aunque esto parece moverse o intentar cobrar algún sentido no termina nunca de ser algo. Nuestro último padre acaba de morir, pienso. Lo sé porque hace unas horas lo ha dicho la voz de mi hermana en el teléfono.

Puedo decir que nuestros padres biológicos nos abandonaron a mi hermana y a mí hace muchos años. No, en realidad ya no puedo pensar eso. Al momento que esto ocurrió, mi hermana era una niña y yo un bebé de meses. Esto lo cuenta ella, porque así se lo contó nuestro último padre. Creo que ese fue el único lujo en nuestra infancia, no haber sabido de ellos hasta que fuimos abriéndonos a la vida, comprendiendo de qué cosa estaba hecho este mundo, etc, etc. En fin. Fue ella quien quiso conocer la verdad. Yo no estaba de acuerdo, debo admitirlo. Necesitaba una muestra de mi saliva.

¿Qué cosa querés averiguar? Dice mi hermana que yo le pregunté.

Nuestra verdadera historia. Dice ella que me respondió.

Este hombre que acaba de morir nos había adoptado de muy chicos. Cuestión de eludir algunos trámites innecesarios, de conocer un juez amigo, de silencios cómplices, y otros etcéteras más. Él era nuestro padre, y por muchos años ya no se habló más del asunto. Nunca tuvo una pareja, es decir, no hubo una mujer que hiciera de madre. Él solo, padre y madre al mismo tiempo, con dos niños pequeños que éramos nosotros, a los cuales amó. Sí, puedo decirlo, a pesar de todo. Aunque esto enfurezca a mi hermana, puedo decirlo. Pero nunca lo hago. Dice mi hermana que fuimos a una buena escuela en el barrio de Belgrano, que hicimos amigos en nuestra infancia, que pasábamos los veranos en una quinta rodeada de campo, donde un perro ovejero una vez me mordió una pierna y después de eso se me hizo inseparable. Mi hermana dice eso, pero no dice que éramos felices. Y aunque yo no pueda darme vuelta para ver hacia atrás, sé que lo fuimos. Alguien escondió el pasado dentro de una valija, a veces pienso, y esa valija ha quedado olvidada en el interior del vagón de un tren; y yo parado allí, en el andén de la estación, viendo como ese tren se aleja, llevándose a todas esas personas, a todos aquellos momentos con los que deberían construirse los recuerdos que me faltan. Mis treinta y cinco años vividos, están y no están en ningún sitio. Y lo único que recuerdo es lo que me cuenta mi hermana. Es a través de sus palabras que logro armar la imagen de nuestras vidas, y pretender en vano el odio hacia mi último padre.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.