El placer revelado (últimos días para leer)

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Resultó que cuando la empleada del Renfe la vio alejarse presionó un botón debajo del mostrador, junto a la impresora por donde se expedían los pasajes; así alertó a personal de Guardia Civil. Un impulso eléctrico había viajado a la velocidad de la luz por unos cables de cobre trenzados hasta un cuartucho oscuro en un subsuelo de la estación, donde otro hombre a su vez presionó unos botones colorados en una consola para hacer girar unas cámaras de seguridad. En las pantallas de los monitores que tenía enfrente apareció la imagen en blanco y negro de la señora Álvarez Jonét, un poco desorientada porque no lograba encontrar el andén que le correspondía. A través de un handy, este hombre describió el sector donde se encontraba la mujer sospechosa, describió el pañuelo que le envolvía el cuello, el bolso que colgaba de su brazo. Y segundos después, mientras la señora Álvarez Jonét caminaba por la estación con paso dubitativo, estos dos hombres se le acercaron y le pidieron que se detuviera.

La señora Álvarez Jonét dejó de caminar, sin sorprenderse. Había imaginado ya que algo así podría suceder. Miró a los hombres, uno de ellos le preguntó su nombre. Ella se quedó en silencio. Luego dijo

-María Pilar Álvarez Jonét. Y extendió su mano que quedó vacía y en el aire.

-¿Podría enseñarnos su documento, por favor?

Ella intentó abrir su bolso, las manos se le enredaban en el cierre y cuanto más se apuraba más imprecisos se volvían sus dedos, como si todos ellos quisieran sabotearla. Finalmente mostró su identificación. Pero los hombres querían saber más.

-¿No la acompaña nadie? ¿Viaja sola, sin hijos, sin marido?

La señora Álvarez Jonét escuchó las preguntas que le sonaron como si alguien las hubiera formulado desde varios siglos atrás. Pensó en decir algo, pero no supo qué responder. Los hombres policías parecían comenzar a impacientarse.

-¿Va por Vacaciones? ¿por negocios?

Estas palabras le hicieron recordar que no había salido nunca de vacaciones, y que tampoco nunca había querido hacerlo. Los negocios de la hacienda los llevaba Manuel, con eso les alcanzaba bien a los dos. La mayoría de las personas pasaban a su lado sin darse cuenta de nada, pero algunos pasajeros se habían detenido para observarla. Al notarlo, ella pareció encogerse sobre sí misma, algo avergonzada quizá, cada vez más pequeña en aquel vestido blanco estampado con sus flores naranjas.

Uno de los policías, el que no era tan alto y parecía ser el superior del otro, señaló con la mirada.

-¿Qué lleva ahí dentro, señora. ¿Podríamos ver?

Ella puso delicadamente su mano sobre el bolso, como si lo protegiera.

Los de la Guardia Civil se miraron entre ellos. El más bajo volvió a preguntar

-¿Adónde se dirige? Muéstrenos su boleto, por favor.

El otro hombre acercó el handy a su boca para comunicar algo que nadie más escuchó.

La señora Álvarez Jonét pensó en la pregunta que aquel hombre le había hecho, como si ella misma se preguntara a dónde se dirigía en realidad.

Entonces, luego de unos segundos, tenuemente dijo

-Voy al mar.

Y en cierto modo era cierto.

No dijo

-Me dirijo a la ciudad de Barcelona.

Sólo dijo

-Voy al mar.

Porque aquel era de veras su destino.




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