El placer revelado (últimos días para leer)

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En el otro ambiente, lo que parece ser un living, hay grandes cajas de cartón diseminadas por el suelo. Por motivos que no podríamos adivinar, esta mujer espera llena de angustia que llegue la noche.

Como no conocemos su nombre, vamos a llamarla Mariana.

Ahora se asoma por la ventana, se asoma un poco más. Mira hacia abajo, la capa de aire inútil, el vacío. El pequeño estruendo la alcanza. Acaba de lanzar algo por la ventana, eso que había sobre una bandeja que yace a su lado, en la mesada.

Luego gira, y nos mira, a nosotros. Porque de algún modo sabe que estamos ahí, observándola.

La vida de Mariana es un misterio, al menos para nosotros. Solo sabemos algunos datos mundanos, y en apariencia sin importancia. Por ejemplo, ha contratado a alguien para que todos los meses pague por ella el servicio de electricidad, y el suministro de gas, y el de agua; otro muchacho, al que imagina joven y extranjero, trae del supermercado eso que necesita para no morir de hambre. Respecto a esto último, tiene sus ventajas y sus grandes desventajas, porque en cierto modo todas las semanas resultan iguales, y siempre es el mismo pedido: ella deja el dinero en la mesa de la sala para que el muchacho no pueda verla, y mientras aquel extraño entra a su apartamento ella se encierra en su habitación hasta que se asegura que vuelve a quedarse sola. De ese modo logra alimentarse, aunque hay que decir que cada vez está comiendo menos: a veces un poco de pan con un poco de queso, siempre una copa de vino. A veces ni siquiera el queso.

Pero no es aquella la única interrupción humana que sucede en la vida de Mariana. Hay un doctor. Digamos que se llama doctor Y., para no revelar su verdadero nombre. Este buen profesional de la salud, cada tres meses, como hace ya varios años, la llama por teléfono para concertar una visita. Sin embargo, Mariana suele mantener el teléfono desconectado todo el tiempo, hasta el día en que su doctor debe llamarla. Siempre cada tres meses. Ese día ella espera durante horas a que suene el teléfono, porque ese día es especial, Mariana se levanta antes del amanecer, y de inmediato comienza a sentir que un agua tibia le sube por los tobillos haciéndole cosquillas en las piernas. Conecta el cable del teléfono y espera. Lo del agua tibia no es una metáfora, Mariana siente el agua tibia de verdad, la ansiedad le acelera el corazón, y en ocasiones se pasa la palma de la mano por las rodillas para comprobar que su ropa está seca, o pisa fuerte sobre el suelo a ver si escucha el chapoteo de su zapato, y mira a su alrededor para comprobar que el cuarto no se está inundando, y que en todo caso el agua debería desbordarse por las ventanas abiertas. Otras veces sucede algo aún peor, que perturba tremendamente a Mariana: en cuanto conecta el dispositivo telefónico, este comienza a sonar, como si alguien del otro lado de la línea estuviera espiándola, y marcara su número un instante después de que ella conectara el aparato en cuestión. Son operadores de telemarketing, como estas personas se hacen llamar a si mismas, que ofrecen sus productos a Mariana: seguros contra incendio, servicios de conexión a Internet, créditos a una tasa insuperablemente baja, viajes a lugares que ya ha olvidado que existen. Por algunos breves momentos, Mariana escucha paralizada a su interlocutor, la voz humana del otro lado de la línea suele ser un sonido aterrador cuando se está tres meses en completo silencio, y al hacerlo siente esos sonidos hechos de tintes metálicos que invaden su apartamento y manchan las paredes que de pronto dejan de ser absolutamente blancas, y se llenan con grafitis de colores encendidos y titilantes, que muestran las ofertas que estas personas pregonan con descaro. Mariana queda, en un principio, sorprendida por la cantidad de palabras que estas personas son capaces de decirle a un completo extraño, sin siquiera tomarse una pausa para respirar, y al cabo de unos segundos suelta el auricular con asco, y retrocede tambaleándose por el living, como si aquel aparato ya no fuera un teléfono sino un insecto gigante que de repente descubre cerca de su oreja




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