El placer revelado (últimos días para leer)

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Entonces ella lo odia. Odia a nuestro último padre. Dice que lo odia por obligarnos a tener que descubrir nuestra verdad, aunque tal vez esa habrá sido su mejor y única enseñanza. No hubo Ciudad del Este, ni botes sin motor ni arroyos, ni Curitiva ni camiones llenos de cajas de contrabando en la verdadera historia de nuestros verdaderos padres. En esos momentos callo, la dejo a mi hermana que odie. Y me pregunto en silencio de qué otro modo se puede descubrir la propia historia sino es por uno mismo.

Entonces yo también intento odiarlo, y no puedo. A veces lo logro, es verdad, pero no soy yo en esos momentos, soy mi hermana. Ella tiene la fuerza de odiarlo. Yo no la tengo. Apenas intento comprender qué fue lo que sucedió en nuestras vidas, pero es difícil comprender con un vacío blanco que enceguece, que no deja pensar, que no permite sentir. Nada de nada. Aquellos años, todos, se han quedado así, de la peor manera. Blancos y vacíos.

Mi hermana dice que mi odio es mucho más fuerte que el suyo, que es por eso que no me acuerdo de nada, dice que envidia el poder que tengo de olvidar, que a ella también le gustaría odiar así. Cuando ella dice eso yo me quedo a la espera de alguna señal, algo que confirme su teoría, me quedo a la espera de una ola de odio que se apodere de todas mis fuerzas y de mis pensamientos, pero no logro sentir nada. No hay amor ni tampoco hay odio cuando pienso en mi padre, en mi último padre. Sólo un vacío sordo y sin sentido, una confusión que se hace más ancha y más profunda con los días. Tal vez sea por eso que no logro odiar a mi último padre, la amnesia retrógrada me protege de alguna forma, no se puede odiar lo que no se recuerda.

Rueda el cubo y en una de sus caras mi hermana todavía no odia a mi padre, yo no intento odiar a mi padre tampoco y mi padre no está o es ese señor alto al que no alcanzamos del todo a ver, al que queremos como se quiere a un padre, y cuando miro a mi alrededor mi hermana ya no está, se ha ido y yo veo su vaso de leche chocolatada vacío sobre la mesa, escucho todavía los ladridos del perro, veo las macetas del patio a través del vidrio de la puerta pero no la veo a ella, no veo a mi hermana, ya no está en aquella cocina, ahí, conmigo.




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