El placer revelado (últimos días para leer)

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Hace ya algunos años que mi hermana vive en el extranjero. Ella ha decidido comenzar su nueva vida en otro lado, en una ciudad de otro país, lejos de todo esto, y lejos de algún modo también de mí. Se ha ido, mi hermana, se ha llevado consigo a su marido y a sus dos hijos, es decir, un día se ha subido al avión que la llevó a ella y a mi cuñado y a mis dos sobrinos a un lugar lejano e imposible para mí. Y si no menciono donde está es que me gusta decir que está en el extranjero, porque da lo mismo en qué país se encuentre, el asunto es que se ha ido. Ella dice que es temporal, que no va a quedarse allí para toda la vida; necesitaba cambiar de aire, ver gente nueva, un nuevo idioma dentro de nuevas costumbres, y cuando dice esas cosas se pone triste y su voz en el teléfono llega envuelta en la ternura que le conocía cuando todavía vivía aquí conmigo. Sé que mi hermana siente lástima por mí, fue en aquella terminal de aeropuerto que nos vimos por última vez; los pocos recuerdos que tengo son así, desordenados y confusos, y en este recuerdo mi hermana vuelve a ponerse seria y dice que lo mejor es que yo también me fuera, sin decirme adónde debería irme; yo me quedo acá, ocupando en cierto modo el lugar que ella abandona, porque no puedo hacer otra cosa más que esta, aferrarme a lo que me queda. Su marido había aceptado la decisión de irse sin hacer demasiadas preguntas, yo mismo los había acompañado en silencio hasta el aeropuerto con la ilusión de que mi hermana cambiara de opinión a último momento, pero desde luego eso nunca sucede, o sucede sólo en las películas, según me entero cuando voy al cine. En su mano están los cuatro pasajes de clase económica, boletos sólo de ida, ella caminando por el aeropuerto, su marido y sus dos hijos detrás, yo viendo cómo ella se aleja, y sube por unas escaleras mecánicas, su imagen se vuelve difusa, ella atraviesa el sector de pre embarque, y se va de mí. Antes de irse se detiene, dice que yo también debería irme un tiempo, lo dice a la distancia, sin palabras, con la mirada puesta en su hermano que está ahí parado sin saber qué hacer, a partir de este momento me quedo solo, de veras solo; pero mi hermana no dice que debería irme con ella, a la misma ciudad a la que viaja con su familia, sólo dice que debería irme un tiempo, y yo pienso que decir eso es lo mismo que no decir nada. Sé que mi hermana está desilusionada con mi falta de odio, con mi posibilidad de olvidar; ella dice tu posibilidad de olvidar con cierto desprecio, como si esto fuese una elección para mí. Yo pienso en el peligro de odiar, o de amar: es una acción que se vuelve tarde o temprano incontrolable. Entonces desvío la mirada, busco en las pantallas del mostrador de Aerolíneas Argentinas los vuelos de esa noche: Madrid, Auckland, San Pablo, Miami, Estambul. Y será que lo invento, no hay modo de que pueda acordarme de todo esto, será que no habrá sido así. Solo sé que ella se ha ido, hace ya algunos años. Y desde aquel entonces, cuando quiero recordarla, ya tampoco puedo.




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