El placer revelado (últimos días para leer)

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¿Qué vamos a hacer con esta casa? pregunta ella.

Yo no contesto porque no es a mí a quien le pregunta. Habla con ella misma, con la niña que no ha conseguido nunca irse del todo de este cuarto.

Mi hermana se sienta frente al piano, levanta la tapa de madera donde hay escritas letras en dorado, descubre las teclas.

Me aprieto contra una de las paredes, y con trabajo me acerco a la ventana; a través del vidrio miro el árbol plantado al fondo del jardín. Es un álamo. Sospecho que mi hermana y yo habremos jugado muchas veces allí. Quiero preguntarle acerca de aquel árbol, quiero que me cuente de nosotros jugando en este jardín, quiero saber de cuando desayunábamos en la cocina, quiero saber si alguna vez tuvimos un perrito blanco. Pero no logro encontrar las palabras, en medio de esta luz anodina que entra por la ventana y que rebota y se multiplica en la madera negra.

Ella apoya un dedo sobre una tecla, y una nota se escucha en el aire. De pronto me parece que es posible regresar en el tiempo. Observo el árbol en el fondo del jardín, basta con mirarlo y no pensar. Mi hermana ha quedado a mis espaldas, sin embargo yo puedo saber que llora; puedo saberlo en la nota que ha tocado en el piano, en como el sonido ha viajado hasta mí. Es tan extraño estar dentro de esta habitación, en esta casa abandonada. Ella vuelve a apoyar un dedo en una tecla y otra nota se escucha en el aire. Ahora mi mirada está en la copa de aquel árbol, en las hojas de sus ramas, en el tiempo que ha pasado, en los recuerdos que ya no tengo. Hace frio y estoy a punto de irme. No quiero estar acá. No quiero estar acá con ella. Pero mi hermana apoya sus manos sobre las teclas, y comienza a tocar una melodía, una canción. Algo me parece familiar, yo conozco esa canción. No estoy seguro, es una canción que nos cantaba nuestro último padre. Entonces una imagen parece llegar hasta mí, como si viniera desde un sueño, y con la música en el aire de pronto recuerdo esta habitación, la recuerdo como si no la hubiera olvidado nunca. Ahora puedo vernos a mi hermana y a mí jugando en aquel árbol plantado hacia el fondo del jardín. Y recuerdo a mi padre, a mi último padre. Lo recuerdo. Felizmente es un hombre como cualquier otro. Entonces el piano se vuelve un viejo televisor encendido, donde hay imágenes que se proyectan sobre su negra madera, son todos mis recuerdos. Uno detrás de otro, todos ellos, aparecen ahí, para llenar otra vez en mi mente vacía. Y aquí estoy yo, ante aquellas imágenes, mi vida entera en esta música que suena, con sus notas que desde el aire flotan hasta caer al suelo pesadas como perlas.

Cuando vuelvo a mirarla, noto que mi hermana ha dejado de tocar en aquel piano. Ella levanta su mirada de las teclas para verme. La música continúa sonando, ella la ha iniciado y ya no se ha detenido ni se detendrá. Entonces comprendo que mi hermana ya no odia a nuestro último padre. Puedo sentirlo como algo que me abandona a mí también. Ya no lo odia. Tal vez sea a eso a lo que ha venido, aunque todavía no lo sepa. Ha venido a devolverme mis recuerdos. Entonces nos miramos, por primera vez desde su regreso; nos miramos de veras, y volvemos a encontrarnos. Ella y yo, en este instante, después de tantos años. Mi hermana rodea el piano y se acerca hasta mí, siento sus brazos que me aprietan con fuerza. Escucho su respiración, agitada sobre la mía, un mismo aire que respiramos. Y con su abrazo sólo queda esta música que brota sola por toda la casa.

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