El placer revelado (últimos días para leer)

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Días atrás, Carlos y yo nos habíamos encontrado para jugar al pool en el café de la esquina de la plaza de los pobres, la llamábamos así porque no conocíamos su nombre y en todo caso porque era una plaza gris y oscura y desatendida, en un barrio que no parecía Bruselas, donde uno se encontraba con árabes y latinos que se miraban entre ellos con recelo y suma desconfianza; en el fondo de aquel salón había dos mesas de pool –una con el paño roto— y unas sillas donde nos sentábamos a conversar, y a tomar Campari con soda. Aquella noche Carlos me había contado una historia que incluía un pozo y una mujer, y unos obreros del ayuntamiento, y aunque en aquel momento mientras jugábamos y conversábamos yo había notado que él se angustiaba cada vez más según avanzaba su relato, aunque en verdad no le había creído una sola palabra de lo que decía: había salido con una de sus danseurs Mature –que en español resultaba ser una bailarina de otros tiempos, así era como llamaba a esas mujeres mayores con las que se veía a veces—, y si bien no me dijo mucho qué habían hecho o adónde habían ido, yo deduje que ya era de madrugada cuando los dos andaban por la calle apretados más que nada para hacerle frente al frio cuando se toparon con unos obreros que trabajaban en la acera. Los hombres intentaban reparar algún caño de agua, o de energía, o buscaban la perdida nauseabunda de una red cloacal, creyó Carlos. Lo cierto es que, según su relato, aquella noche había un cerco de madera alrededor del pozo, y entre la bruma que flotaba a ras del suelo y la mala luz de las farolas de la calle se podía pensar que el pozo resultaba más bien una trampa. Los dos se detuvieron a ver, la danseur mature y él, y gracias al alcohol que habrían bebido durante esa noche la escena les debió haber parecido de pronto aún más cinematográfica: el pozo parecía no tener fin, dijo Carlos mientras le ponía talco a la punta de su taco de pool, los obreros que trabajaban tenían puesto un overol con capucha, cuestión que no se les podía ver el rostro, y cuando él miró a su alrededor y volvió a ver el pozo, los obreros ya no estaban. Ahí me doy cuenta que nos habíamos quedado solos, la danseur mature y yo, y en ese momento no sé… ella me mira con esa mueca media burlona… como si el único que tuviera miedo fuese yo… En este punto Carlos había interrumpido su relato, su voz tartamudeaba un poco, y yo había notado que le temblaba levemente la barbilla. Se quedó en silencio, durante un largo rato. Pero luego, como si lograra encontrar la fuerza necesaria para desprenderse de pronto de esos hilos invisibles que le habían envuelto el cuerpo para inmovilizarlo, tomó el taco que había quedado a un lado y con la bola blanca le apuntó a una rayada, y le pegó con fuerza, y tras el chasquido la rayada chocó contra la bola negra que desapareció en la buchaca de la punta más lejana.




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