El placer revelado (últimos días para leer)

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Cuando me di vuelta, él ya había dado un paso hacia donde yo estaba parado, invadiendo ese espacio personal que los europeos sienten como propio e inviolable –costumbre que yo también, tristemente, había adoptado no sabía cuándo—. Sonrió, y me golpeó con el puño cerrado suavemente el hombro. Entonces me dijo su nombre, y esperó unos segundos en silencio a que yo le dijera el mío, pero yo sólo lo miré sin decir una sola palabra, porque sentía la mirada del europeo que atendía el almacén sobre nosotros, y casi podía escuchar también sus pensamientos juzgándonos por el modo tan poco elegante que teníamos los latinos de relacionarnos. Así que me quedé de ese modo, marcando una distancia que en realidad no deseaba trazar, puesto que en el fondo me alegraba encontrar otro argentino en Bruselas. Él aceptó mi silencio sin ofenderse, miró de soslayo al hombre que esperaba detrás del mostrador, y se quedó allí parado, tan próximo a mí que yo sentí que ya no tenía más remedio que compartir con él la compra que estaba por hacer. Esa misma tarde fuimos a mi apartamento, y a partir de ese día comenzamos a frecuentarnos.

Respecto a los encuentros que se sucedían entre Carlos y esas señoras mayores, al principio supuse, con cierta inocencia de mi parte, aunque al poco tiempo de conocerlo esa inocencia comenzó a desvanecerse, que él se encontraba con varias de esas mujeres mayores al mismo tiempo, así que yo lo imaginaba yendo con ellas a algún evento social, Carlos rodeado de todas esas mujeres rumbo por ejemplo al cine o al teatro o a tomar el té en alguna de los cafés del bulevar Grétry, donde yo solía pasar por la puerta rumbo a los baños que limpiaba en el centro comercial y sospechaba con espanto lo que podía costar sentarse a consumir algo ahí; pero luego entendí que los encuentros se daban sólo con una danseur mature a la vez, y que no tenían nada que ver con ir al cine o al teatro, aunque sí solían ir a un bar o a un café dependiendo lo que estuviera abierto a esa hora, según él antes o después del asunto, y en ese momento yo me pregunté a qué se refería con antes o después del asunto, y Carlos se quedó viéndome cómplice y sin responder. Me había dicho también que nunca repetía una salida, tenía unas pocas reglas que cumplía a rajatabla y esa era una de ellas, me había explicado, sin entrar en detalles, que alternaba siempre entre las mujeres que frecuentaba, es decir, si salía con una luego buscaba de salir con otra antes de volver a encontrarse con la anterior, y fue más claro para mí cuando Carlos, una noche de esas que había tomado de más, dijo con estas mismas palabras: en definitiva hago con esas danseurs matures lo que he venido a hacer a Bruselas –se refería a su frustrado intento de práctico portuario— y riendo se llevó groseramente la mano a su entrepierna y amplió su explicación:

-Es lo más parecido a tomar el control de un barco, ¿entiendes, Rafael?, para llevarlo despacio hasta ese puerto oscuro y calentito.




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