El placer revelado (últimos días para leer)

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. No la había visto venir hacia nuestra mesa. Ella me miraba, esperaba a que le hiciéramos lugar apartando los vasos para lo que traía sobre su bandeja. Cuando se inclinó para dejar los platos, Carlos dijo

-Tráenos otra. Y con la punta del dedo tocó el cuello de la botella.

Lo dijo bruscamente, pero sin alzar la voz.

La chica no respondió, pero igual supimos que nos había oído. Ella dejó dos platos vacíos y unos cubiertos que se encontraban enfundados dentro de unas bolsitas alargadas y finas hechas de un nylon transparente, y luego depositó sobre la mesa otro plato con las papas a la huancaína. Al hacerlo, el borde de este plato chocó brevemente con el contorno de la botella, provocando un tintineo agudo y ligero; la chica pareció darse cuenta, y en consecuencia movió un centímetro la botella para corregir lo que supuso había sido un error en su accionar. Luego miró a Carlos, como si buscara algún tipo de aprobación, pero él miraba hacia otro lado; entonces ella dio media vuelta y regresó al interior del bar, haciendo ese mismo ruido con las suelas de sus botas al chocarlas contra las baldosas salpicadas de sombras.

Serví un poco de papas, y le ofrecí el plato a Carlos. Pero al verme con el plato en el aire él hizo un además de no querer comer nada, como si le diera asco eso que él mismo había pedido. Ya está borracho, pensé. Y con la próxima botella va a ser peor.

-Quiero que sepas una cosa, Rafael. Eso que hice, no sé por qué lo hice.

Se refería a la salida con esa Dansuer Mature con la que se había visto por última vez.

Dejé su plato a un costado y probé las papas; estaban calientes y picantes, el aceite de oliva que le habían volcado encima les otorgaba una leve pátina de brillo, sin embargo tenían un color amarillo pálido, y por su forma hacían pensar en esas pequeñas piedras que se encuentran en el lecho de un río. Tomé un sorbo de cerveza mientras Carlos me veía comer. Pero me costaba tragar lo que me llevaba a la boca, se me había cerrado la garganta, sabía que en sus próximas palabras todo lo que pensaba de Carlos podía cambiar. Dejé los cubiertos sobre el plato, para que se diera cuenta que lo escuchaba.

-Ella caminaba delante mío, toda la noche se la había pasado dándome órdenes, que vamos para acá, que vamos para allá, que mejor nos quedamos un rato más en este sitio, que me aburro enseguida de ti. Era muy tarde ya cuando regresábamos para este lado de la ciudad, no se veía a nadie por las calles, y de repente estos operarios que aparecen de la nada… eran al menos cinco, o tal vez eran seis, trabajaban con sus palas, pero extrañamente no hacían ningún ruido…




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