La mansión Cavendish siempre imponía respeto, pero esa mañana el aire parecía más frío de lo habitual.
Lilly entró con paso silencioso, los tacones apenas resonaban sobre el mármol.
No había venido por gusto: su padre la había mandado llamar.
En el salón, Edward Cavendish revisaba documentos junto a su esposa, Margot, mientras Clara, su hija menor, tecleaba distraída en el teléfono.
—Llegas tarde —dijo Edward sin levantar la vista.
—Salí en cuanto recibí tu mensaje, papá.
—Siempre una excusa —murmuró Margot, con esa sonrisa que nunca llegaba a los ojos—. Me pregunto cómo logras retener la atención de tu marido.
Lilly respiró hondo.
—No suelo preocuparme por eso.
—Deberías —replicó Edward, alzando la mirada con severidad—. Ethan Varen es un hombre con futuro. Te consiguió estabilidad, respeto y un apellido nuevo. Lo mínimo que puedes hacer es cuidar tu apariencia.
Lilly apretó el bolso contra su pecho.
—Intento hacerlo.
—Intenta más. —Edward se levantó—. No olvides que fue gracias a mí que Ethan sigue teniendo una empresa. Si yo no hubiera cubierto sus deudas, ahora sería un don nadie.
Clara levantó la vista con fingida inocencia.
—O sea que… ¿le compraste un esposo, papá?
—No seas vulgar —respondió Edward con fastidio—. Fue un acuerdo inteligente. Él necesitaba una salida, y tú, Lilly, necesitabas un hombre que te asegurara un futuro. Todos ganamos.
Margot dejó escapar una risa contenida.
—Qué afortunada eres, querida. No todas las mujeres pueden decir que su matrimonio salvó una compañía.
Lilly no contestó.
Clara se inclinó sobre el sofá, sonriendo con malicia.
—Y pensar que aún así Ethan no parece feliz… quizá le cuesta acostumbrarse.
—Clara —advirtió su madre sin real intención.
Edward ignoró la provocación y volvió a su copa.
—No quiero que lo defraudes, Lilly. Ethan me lo agradece cada día, pero los hombres cambian rápido de opinión cuando se sienten avergonzados de lo que tienen al lado.
Lilly tragó saliva.
—Lo sé, papá.
—Bien. —Él asintió—. No me hagas arrepentirme de haber apostado por ti.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire como un juicio.
Lilly bajó la mirada, incapaz de responder.
Clara sonrió con deleite.
—Tranquilo, papá. Si alguna vez te arrepientes, yo puedo consolar a Ethan.
Margot rió sin pudor.
Lilly giró hacia la puerta antes de que su voz temblara.
—Gracias por tu tiempo, papá.
El aire olía a gardenias y veneno.
Y mientras salía del salón, entendió lo cruel que podía ser la gratitud cuando venía envuelta en deuda.