El plan de Lilly

Capítulo 4 — Lo que no se toca

El reloj del pasillo marcaba las once cuando Lilly oyó el auto entrar al garaje.

No se había dormido.

Esperó, como cada noche, a que él subiera.

No sabía por qué seguía haciéndolo; tal vez por costumbre, o tal vez porque la fe, incluso rota, se aferra donde no debe.

La puerta se abrió con el ruido medido de una llave que no buscaba despertar a nadie.

Ethan entró, se quitó la chaqueta y la dejó caer sobre la silla.

Llevaba la fragancia cara que usaba en sus reuniones, y un leve rastro de perfume femenino que no era el suyo.

Lilly se sentó en la cama, el camisón color marfil cayendo sobre sus hombros como un velo.

—¿Llegaste hace mucho? —preguntó en voz baja.

—No.

Él fue al baño, se mojó el rostro, sin siquiera mirarla.

Lilly observó su espalda, la manera en que se movía con indiferencia, como si ella fuera parte del mobiliario.

—Pensé que… podríamos hablar —dijo, intentando sonar tranquila.

—¿De qué?

—De nosotros.

Ethan se secó las manos, alzó la mirada en el espejo y soltó una breve risa sin humor.

—¿Nosotros? Lilly, no hay “nosotros”. Hay tú y hay yo. Nada más.

Ella bajó la vista, pero no se rindió.

Se levantó, se acercó a él con pasos suaves, el corazón golpeándole en el pecho.

—Extraño cuando podíamos hablar sin pelear. Cuando me mirabas… —su voz se quebró apenas—. Solo quiero que estemos bien.

Ethan se giró.

La distancia entre ambos era mínima, tan pequeña que ella podía sentir el calor de su respiración.

Por un segundo, creyó ver algo en sus ojos, algo que se parecía a ternura.

Pero se desvaneció tan rápido como apareció.

—No hagas esto, Lilly.

—¿Esto?

—Intentar forzar lo que no existe.

Ella lo tocó apenas, rozándole la manga.

—No estoy forzando nada. Solo te extraño.

—No me toques —dijo él, con un tono tan bajo que dolía más que un grito.

Lilly dio un paso atrás.

El silencio llenó la habitación.

Ethan suspiró.

—Necesito dormir. Y tú deberías hacerlo también… en tu cuarto.

—¿Por qué no puedo dormir aquí? —preguntó con la voz apenas audible.

—Porque roncas —dijo, sin mirarla—. Y porque necesito descansar.

Lilly sintió un nudo en el estómago.

—¿Es eso… o soy yo?

—A veces es lo mismo.

Él apagó la luz del baño, dejando la habitación sumida en penumbra.

Ella lo vio meterse en la cama, de espaldas, sin decir una palabra más.

Lilly se quedó quieta unos segundos.

El pecho le ardía.

Luego giró y salió en silencio, cerrando la puerta con cuidado.

El pasillo estaba oscuro.

Apoyó la mano en la pared para no temblar.

Y cuando finalmente llegó a su habitación, se dejó caer sobre la cama sin desvestirse.

El perfume de Ethan aún flotaba en el aire.

Lo respiró una vez, con los ojos cerrados.

Después, nada.

Solo el ruido del reloj.

Y el hueco al otro lado de la cama.




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