El reloj del bar marcaba las once y cuarenta.
Lilly llevaba dos copas de vino encima y el alma en el suelo.
El murmullo de la música se confundía con las risas de fondo.
No recordaba la última vez que había salido sola, pero esa noche no podía soportar otra hora en esa casa que olía a perfume ajeno.
Pagó la cuenta, se acomodó el abrigo y salió al estacionamiento.
El aire frío la golpeó en la cara.
Buscó su auto entre las filas de luces y sombras, pero se detuvo al oír una voz fuerte.
Giró la cabeza.
Tres hombres discutían junto a un sedán oscuro.
Uno de ellos gritaba, los otros dos lo rodeaban.
Un destello.
Dos disparos.
Lilly se tapó la boca para no gritar.
El cuerpo del hombre cayó pesadamente al suelo.
Las luces del estacionamiento parpadearon.
El eco de los disparos se perdió entre el ruido de la ciudad.
Pasaron segundos o quizá una eternidad antes de que las sirenas rompieran el silencio.
Policías. Forenses. Gente corriendo.
Lilly se escondió detrás de una columna, el corazón en la garganta.
Vio cómo los agentes acordonaban el lugar.
Los forenses se acercaron al cadáver, tomaron fotografías, midieron el croquis en el suelo.
La escena parecía real, demasiado real.
Y lo era… hasta que dejó de serlo.
—Cámaras apagadas —oyó decir a alguien.
Una voz masculina, firme, como una orden.
En ese instante, el cuerpo del “muerto” se incorporó.
Lilly se llevó las manos a la boca, conteniendo un grito.
El hombre se levantó con dificultad, se quitó la sangre falsa de la cara y caminó hacia la camilla que estaban bajando del vehículo en el que llegaron los forenses.
Sobre ella, un cuerpo idéntico al suyo.
Mismo rostro.
Misma ropa.
Todo.
Lo vio agacharse, colocar su reloj, su anillo, su billetera en el cadáver.
Luego sonrió con una naturalidad escalofriante.
—Perfecto —dijo uno de los otros hombres.
El “muerto” asintió, se giró y caminó hacia un auto negro que lo esperaba.
Antes de subir, miró una vez más la escena, como un director satisfecho con su obra.
—Cámaras encendidas —ordenó la voz.
La policía volvió a moverse, los flashes comenzaron, los periodistas llegaron.
Todo parecía haber ocurrido de verdad.
Lilly sintió que el suelo se le movía.
Temblaba.
No sabía si debía huir o rezar.
Esperó a que el caos la cubriera, y aprovechó para salir de su escondite.
Cada paso le pesaba como si caminara en un sueño.
Estaba a pocos metros de su auto cuando una mano firme sujetó su brazo.
Ella dio un respingo y giró, aterrada.
Era él.
El hombre que había dado la orden de disparar.
Ya sin pasamontañas, sin abrigo negro.
Solo una chaqueta clara y un rostro que podría confundirse con el de un espectador más.
—¿A dónde vas tan deprisa? —preguntó, con voz tranquila.
—Yo… no vi nada.
—No digas mentiras. Tus ojos lo vieron todo.
Lilly intentó apartarse, pero él no la soltó.
Sus dedos eran firmes, aunque no violentos.
La miró despacio, como si analizara su miedo.
Y vio algo que no esperaba: dolor.
—¿Sabes lo que pasa con la gente que ve demasiado? —preguntó.
—Sí —susurró ella, temblando—. Mueren.
—Depende de a quién se lo cuenten.
Lilly lo miró fijamente, con una mezcla de miedo y desafío.
—No le diré a nadie lo que vi.
—No basta con eso.
Él se acercó un poco más, lo suficiente para que ella sintiera su aliento mezclado con el aroma a tabaco.
—Si mi jefe se entera de que alguien estuvo aquí… ni siquiera tendrás tiempo de suplicar.
Ella tragó saliva, pero no retrocedió.
—No diré nada —desvio la mirada hacia la escena, ya habian llegado familiares del muerto al parecer porque lloraban o eso parecia —Deseo lo mismo que él —recordó las palabras de Ethan "Si te dejó, debo pagarle cien millones a tu padre".
—¿De él? —repitió el hombre, arqueando una ceja.
—Sí —dijo Lilly con una calma extraña, una que solo nace cuando ya no queda nada que perder—. Por favor indiqueme como puedo solicitar este servicio.
El hombre la observó durante unos segundos eternos.
Algo en ella lo conmovió: la vulnerabilidad, la belleza apagada, la forma en que sus ojos parecían pedir ayuda sin decirlo.
Suspiró y sacó una tarjeta negra de su chaqueta.
—Entonces usa esto —dijo, entregándosela—. Pero si pronuncias lo que viste aquí, te mataré de verdad.
Lilly asintió, sin apartar la vista.
—No se preocupe diré que alguien me lo recomendó, ahora que sé que existe este tipo de servicios, quiero morir de mentiras para iniciar una nueva vida, lejos de este lugar.
Él soltó su brazo.
Luego caminó hacia los policías, sacó unos sobres gruesos de su bolsillo y se los entregó discretamente.
Los agentes los guardaron sin hacer preguntas.
Lilly miró la tarjeta.
Era negra, lisa, con una corona quebrada grabada en relieve.
Sonrió.
Una sonrisa vacía, triste, pero sincera.
Por primera vez en su vida, supo exactamente lo que iba a hacer.
Si moría, Ethan sería libre.
Si moría, Clara mágicamente dejaría de desearlo y de meterse en su cama, ella solo arrebataba lo que Lilly amaba.
Si moría… ella también sería libre.