El Planeta Pilar: Pieza Clave Del Poder

Capítulo 16: Que Cathal se encargue del problema.

Universo: Vía Láctea

Planeta: Tierra

Lugar: Colonia Álamos, Alcaldía Benito Juárez

 

Uno más de los tantos capitalinos se despierta, al igual que su esposa. Ambos se bañan y arreglan para sus labores diarias. La esposa es quien sale a trabajar, mientras que Carlos Alberto se queda en la casa; además de tener que realizar algunos deberes en el hogar, el hombre es un escritor desde hace años. En estos momentos está trabajando en una colección de cuentos cortos, después de haber escrito una novela larga un año antes.

Aparte de proveer algo de dinero para los gastos, él es quien tiene que llevar a sus hijos a la escuela: dos niños de once años y una niña de doce. Realiza esa rutina temprana una vez más, despidiéndose de sus hijos y avisándoles que regresará en la tarde.

Una vez que ha hecho su labor, el hombre regresa a su departamento, listo para su primera actividad del día: lavar los trastes.

Mientras realiza esa tarea hogareña, un portal se abre en medio de la sala.

—¡Capo, capo! —grita Evangelos mientras sale corriendo de esa grieta dimensional.

—Déjame adivinar, Lozkar se acaba de escapar de su celda-departamento —menciona tranquilamente Carlos, sin distraerse para nada de sus trastes sucios mientras los lava.

Habla en voz alta, aprovechando de que se encuentra solo en la casa.

—Es peor que eso —aclara el comandante Francisco Enrique, también emergiendo del portal—. Escapó junto con las seis “hermanas”.

Atrás de él lo acompañan los otros compañeros: el consejero Abihu Édznah, el científico Friedrich Manuel y el hechicero de élite Enmaru (*) de veinticinco años, aunque todos le llaman Carlitos (*). Una vez que casi todo el equipo está reunido, el portal se cierra.

Carlos Alberto lava otro par de platos; los últimos que faltaban. Seca sus manos con una toalla cercana y se recarga en la tarja de la cocina.

—La profecía se cumplió, ¿verdad? —inquiere Carlos al parecer molesto.

—¿De una vez te vas a preparar y crearás un segundo planeta falso? —inquiere Carlitos con nerviosismo.

—¿Tú qué opinas, Fiorello? —le pregunta el escritor con seriedad.

—Es mejor actuar de una vez; si nos esperamos en el último momento, puede ser que ya sea tardi —opina preocupado el consejero siniestro.

La mirada de Carlos se mueve con el otro ser divino.

—Pero necesitamos la ayuda de su primo; recuerde que él ha desaparecido. En mi opinión, es mejor esperar alguna señal. La diosa Cóvniem estará atenta a la situación; me imagino que Yahvé igualmente está esperando el momento ideal para avisarle. Recuerde que siempre hay que escuchar las indicaciones de vuestro padre celestial —menciona Abihu Édznah con seriedad.

—¿Desapareció Tsubaki? ¿Desapareció de verdad o desapareció viajando a la segunda dimensión vital? —indaga sorprendido el comandante.

—Ambas —responde Abihu secamente.

—Pero si Tsubaki viajó a la segunda dimensión vital, ¿Por qué el tiempo-espacio en el planeta Tierra no se ha detenido? Eso siempre ocurre cuando un humano realiza ese viaje —recuerda Carlitos en voz alta.

—No siempre —comenta Carlos Alberto serenamente, agregando—. No todas las leyes aplican a todos los seres creadores supremos definitivos. En mi caso así pasa; cada vez que mi cuerpo, mente y alma realiza ese viaje, el tiempo-espacio se detiene aquí, en la Tierra.

»Mi primo tiene más dominada esa técnica de viaje… astral-corporal, por decirlo de alguna manera; por eso el tiempo no se ha detenido.

—Pero hace un par de días atrás, él se quedó congelado cuando viajaste a la biblioteca del espacio-tiempo para prevenir el desastre de Rei; la deidad única y suprema tuvo que ir por él para descongelarlo del tiempo detenido —contradice Francisco con seriedad.

—Eso pasó porque yo realicé el viaje astral-corporal primero, mientras que mi primo se quedó aquí en la Tierra; por eso se congeló junto con el tiempo —aclara el mismo escritor.

—¡Ya dejemos de hablar de cosas sin importancia! ¡¿Qué demonios vamos a hacer?! —exclama Friedrich desesperado.

—En primera no veo a Berenice ni a Lindalë; ellas dos son las únicas que pueden controlar a Ókinam. ¿Dónde están ellas dos? —pregunta Carlos, retornando a la seriedad.

—Están en Pérsua Ifpabe. A según nos ha dicho, todo el universo se está preparando para un ataque; dicen de un nuevo dios malévolo que iguala el poder de Satanás. A según los chismes, ese dios piensa conquistar todos los universos —informa el comandante Francisco.

—Los que dieron el aviso fueron Madogis y Kijuxe; ellos dos están esparciendo la noticia a otros universos. La emperatriz Siale (*) y los cinco mártires de la salvación (*) están coordinando a los habitantes —complementa Friedrich.

—Y a nuestros críos —añade Abihu, lanzando una mirada seria a su jefe. Carlos intercambia el mismo tipo de mirada con él.

Carlos Alberto lo medita en silencio por otros segundos.

—Abihu tiene razón, esperaré por alguna señal, ya sea de Yahvé o de los otros dioses. Vayan a Rómgednar y apoyen en todo lo posible; si logran convencer al gitano Albert Cathal de encargarse de este asunto de Lozkar y las “hermanas”, mucho mejor —ordena Carlos al tanto que camina unos pasos y sujeta una escoba.

—¿Albert Cathal (*)? Pero a ese romaní solo le interesa proteger al universo Rómgednar; incluso lo protege de usted. Le robó su universo predestinado y usted lo permitió —asevera enojado Francisco.

—Hicimos un acuerdo, que es muy diferente —responde el escritor, volteando con el militar y terminando con otro comentario—; aparte, él y yo odiamos bastante a ese condenado demonio de Lozkar. Cuando se enteré que está provocando problemas lo cazará; no importa en cual universo se encuentre. Ahora váyanse que tengo trabajo encima.

Los hombres obedecen. Fiorello y Abihu abren un portal, permitiendo que sus compañeros puedan viajar en un segundo. Casi todos entran en la grieta dimensional abierta.




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