Universo: Vía Láctea
Planeta: Tierra
Lugar: Colonia Álamos, Alcaldía Benito Juárez
El escritor Carlos Alberto se encuentra en su departamento. Hace un par de horas que fue a recoger a sus hijos de la escuela; ya han comido y en estos momentos les está ayudando con su tarea. Al acabar de apoyarlos, ya pueden divertirse o ver la televisión.
De un momento a otro un portal se abre en la sala; los invitados inesperados son los dioses Madogis y Kijuxe. Se han encogido de tamaño para poder entrar en ese hogar; ambos seres ahora miden dos metros de alto.
—Carlos, ya es hora —le dice Kijuxe con seriedad al humano, acercándose a la silla donde está sentado.
El dios benévolo está usando su apariencia humanoide cubierto de un metal dorado (ásnerm dorado {*}); su cabeza no tiene ningún rasgo facial o cabello. Usa un par de túnicas color blanco.
Madogis no puede cambiar de apariencia. Es una serpiente cobra antropomorfa con cuernos de carnero; aparte tiene alas y cola emplumadas, mostrando un plumaje de dos colores: verde musgo oscuro y negro purpúreo. Debajo de su cola de plumas, tiene una segunda cola de rata. Las escamas brillosas de su cuerpo igualmente son de dos colores: azul ultramar oscuro y verde musgo oscuro. Él solo está vistiendo una tela rectangular a manera de larga falda; una soga dorada amarrada a su cintura, es lo único que evita que la prenda de vestir se caiga.
El humano voltea con ambas deidades, mostrando un rostro serio.
—Voy a escribir unos momentos, niños. No hagan travesuras —es lo que les dice Carlos a sus hijos, esbozando una ligera sonrisa.
Dejando a los niños distraídos con la televisión, el guardián sagrado se levanta de la silla, indicándoles con la mirada a los dos invitados que lo sigan; el trío se adentra al cuarto de estudio y el dueño de la casa cierra la puerta.
Carlos se sienta en su silla de costumbre, justo en el medio del cuarto; Madogis se acomoda en otra silla similar y Madogis se acomoda en un taburete.
—¿Es hora de qué? Se supone que Cathal tenía que encargarse de Lozkar; ¿qué ha pasado? —inquiere Carlos claramente molesto; está susurrando, para no atraer la atención de sus hijos.
—Tienes que repetir la hazaña con el planeta pilar; tornarlo invisible y volver a colocar el planeta falso que crearon tu primo y tú: la Tierra cuatrocientos treinta y uno punto cero —asevera Madogis.
—Con respecto a Lozkar, tenemos… malas noticias —menciona Kijuxe con pesar.
Se logra escuchar que realiza una respiración profunda, pero es el dios serpiente cornudo quien habla primero.
—Albert Cathal huyó de Rómgednar; regresó a su planeta Erláit en el universo Píteri. Su guía espiritual diestro se fue con él; su guía espiritual siniestra se quedó, junto con su esposo Fiorello.
El guardián sagrado se queda callado por unos segundos, muy molesto con el romaní Albert.
—Eso no es lo peor. Lozkar, la hermandad, Ginjo y otro demonio acaban de atacar el universo Rómgednar. Han asesinado a una gran parte de la población en los tres planetas; aparte…
Kijuxe no puede seguir hablando por la devastadora noticia.
—Ese maldito asesinó al dios Ÿékactec —expresa Madogis muy enojado.
—Ayayay —dice Carlos con desanimo, para luego formular dos preguntas—. ¿Qué hay de sus hijos e hija; Siale y los mártires de la salvación? ¿Ellos están a salvo?
—Ellos lograron escapar. Se han escondido en otro universo lejano… por el momento —contesta Kijuxe ya más calmado.
—¿Y qué pasó con mis ayudantes? —indaga el guardián sagrado cada vez más preocupado.
—Tus seis ayudantes, junto con las tres ayudantes de Cathal que se quedaron, estaban luchando para repeler al ejército, pero por fortuna los lograste salvar antes de que los capturaran, transportándolos a otro lugar; aunque… Lozkar poseyó el cuerpo de Lindalë, por lo que ahora es una prisionera de ellos —informa el dios serpiente.
—Por cierto, ¿a dónde los mandaste? De seguro también hiciste desaparecer a tus familiares y otros amigos —supone Kijuxe con alegría.
—Un momento, un momento; una cosa a la vez, una cosa a la vez —dice Carlos Alberto bastante sorprendido; hay unos momentos de silencio, entre que los tres presentes intercambian miradas perplejas—. Yo no he transportado a nadie a ningún lugar; he estado ocupado con mis hijos y el quehacer de la casa. ¿Qué les ocurrió a mis seis ayudantes? —vuelve a preguntar el escritor, todavía confundido.
—Estaban peleando contra Lozkar, varias “hermanas” y un enemigo en particular; pero ellos desaparecieron de un segundo al otro, al igual que dos compañeras… bueno, de hecho son las esposas de Francisco y Fiorello: Nila Oleim y Akuris Gaels. Ellos se esfumaron y no sabemos dónde están —específica el dios malévolo serpiente.
—De hecho, sus familiares y otros conocidos también se desvanecieron antes de que Lozkar llegara. Creíamos que fuiste tú quien los transportó a todos ellos a otro universo o planeta —agrega Kijuxe igual de perplejo.
—Como diría una canción y un personaje famoso: yo no fui. Ni siquiera he pensado en este problema, porque estaba seguro que Cathal iba a encargarse. Chingaos; ahora voy a tener que ensuciarme las manos y hacer ejercicio, aparte de que mis ayudantes están perdidos —dice el humano con molestia; luego de una breve pausa, retoma la palabra—. Ahora, ¿me estás diciendo que Lindalë fue atrapada por Lozkar? —le pregunta él a Kijuxe.
—Así es. Lozkar usó su habilidad de “posesión demoníaca” en medio del combate contra ella. No la va a dejar ir tan fácilmente —responde seriamente el dios benévolo.
—¿Qué hay de la reina Ókinam? Esa mujer siempre quiso ser… “justa” de alguna manera; ella no le permitirá tenerla prisionera —asevera Carlos.
—Esa reina ha viajado a otro universo, y aparentemente tiene sus propios planes. Ya dejemos de hablar y vámonos; lo más importante por el momento es que tornes invisible el planeta Tierra original para sustituirlo con el falso —menciona Madogis empezándose a desesperar.