El planeta verde

Los desterrados

           Llevaban ya cinco años a bordo de la nave estelar “Cobra”, cinco largos años de abandono en el inmenso espacio exterior. Las autoridades de La Tierra los habían condenado cruelmente, después de un juicio apresurado, sin ninguna oportunidad para poder defenderse. Era algo meramente simbólico, creyeron que debían hacer un juicio, como para recordar los tiempos pasados, pero en realidad ya tenían decidida de antemano la condena: serían desterrados de por vida en una enorme nave equipada con todo lo estrictamente necesario para su supervivencia y alimentos necesarios para dos o tres años, hasta encontrar un lugar donde pudieran conseguir víveres.

         

          La sociedad había cambiado radicalmente y se consideraba perniciosa cualquier muestra de independencia artística; cualquier sujeto que no siguiera las leyes establecidas que obligaban a trabajar y a vivir bajo un orden tiránico, eran arrestadas y puestas en vigilancia.

           Todos aquellos desgraciados que componían la obligada tripulación de aquella nave, se habían convertido en unos parias para la sociedad, solamente por el delito de crear arte, de ser unos idealistas.

 

           

Hoy por hoy quedaban cuatro viajeros en la nave; John, un atractivo hombre negro de unos 42 años que se encargaba de pilotarla, cuyo delito había sido ser músico compositor. Luego estaba Cleo, que había sido pintora (y muy buena, además). En sus pinturas representaba la naturaleza, la naturaleza en estado puro, cosa ahora inaudita, ya que el hombre acabó con ella hacía decenas de años y aquel planeta antes envidiado por las demás especies, en el presente era absolutamente tecnológico, solamente existían las pocas especies animales que eran recluidas en granjas y huertos con el único objetivo de servir de alimento y las miles de especies que habían invadido nuestros bosques y mares ya no existían, solamente quedaba el recuerdo en los archivos de vídeo y de texto que colmaban las bibliotecas y videotecas y que lamentablemente ya nadie miraba.

          A las autoridades no les interesaba que sus habitantes se dejaran llevar por la curiosidad o la melancolía al ver aquellas pinturas y antes de arrestar a su autora y meterla en aquella nave-prisión con los demás, se las habían requisado y destruido delante de todo el mundo, como para que sirviera de ejemplo y escarmiento.

         Cleo había llorado muchísimo al verlas pasto de las llamas, sus obras eran toda su vida, había puesto todas sus ilusiones en ellas, habían sido su única vía de escape ante tanta represión e intolerancia.

Junto a ella estaba su hija Annie, que por ser todavía una niña y no tener a nadie más en el mundo habían accedido a que la acompañara, bajo la presión de algunas madres indignadas que los obligaron a acceder, ya que si no, por ellos la hubieran metido en una institución para menores.

                  El otro desterrado que quedaba era Michael y era el único que había sido llevado con ellos sin ser artista. Tanto él como su hermano mayor habían sido cómplices del asesinato de su padre, aunque en realidad había sido la madre la autora del crimen.

              Aquel homicidio había sido sin duda en defensa propia, ya que el hombre era un tipo violento y seguro que con una de sus palizas los hubiera matado a los tres.

            Pero el asesinato estaba muy penado y las leyes se habían vuelto muy estrictas con ellos. Tanto la madre como el hermano mayor fueron recluidos en prisión, la madre acabó suicidándose y el hermano logró escapar, aunque por poco tiempo, ya que aunque estuvo unas semanas escondido bajo tierra o protegido por algún grupo de rebeldes, lograron dar con él y le dispararon sin piedad.

             Michael era un niño todavía y lo encerraron en un correccional donde sufrió más malos tratos y donde la enfermedad estuvo a punto de acabar con él. Finalmente, ante la imposibilidad de su re-inserción a la sociedad, dada su rebeldía y mal carácter, decidieron que sería miembro del grupo que abandonaría La Tierra.

            A él tanto le daba, hacía tiempo que su corazón se había vuelto de piedra y si por el hubiera sido, poco le hubiera importado que aquel correccional hubiera estallado de golpe con él dentro.

        

          En un principio habían partido veinticinco personas, la tripulación de una de las decenas de naves-prisión que saldrían de aquel planeta en busca de algún lugar donde pudieran acogerlos.

Aquella nave era grande y bastante cómoda, teniendo en cuenta que más de la mitad estaba destinada a llevar provisiones y contener el propulsor nuclear que les suministraba la energía infinita para la nave, ya que debían asegurarse al menos dos o tres años antes de llegar a algún lugar inteligente o por lo menos adecuado para la vida.

 

          Las autoridades los tranquilizaron diciéndoles que no les sería muy difícil, llevaban mapas estelares y recorrerían el espacio conocido donde sin duda había muchos planetas aptos para ellos; no querían parecer crueles por dejarlos a su suerte sin ningún tipo de esperanza.




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