El planeta verde

Dificil decisión

          Llevaban cumplidos casi tres largos años de reclusión, apenas les quedaban provisiones aunque tenían un invernadero con plantas diversas que les aprovisionaban de oxígeno y alimento. Habían avistado algunos planetas, pero por alguna razón no eran aptos, y por fin, cuando lo creían todo perdido, el piloto automático informó con su voz neutra las coordenadas exactas de un nuevo mundo.

          No pudieron evitar emitir muestras de júbilo. Aunque el nuevo planeta aún se encontraba fuera de su vista, la información del ordenador de la nave sugería que podría ser el lugar que habían estado buscando.

           Cuando la nave se puso en órbita alrededor del planeta, pudieron recopilar datos más precisos, como el nivel de oxígeno y agua en la atmósfera, tipos de biología y, sorprendentemente, alguien se puso en contacto con ellos desde el planeta, dándoles la bienvenida. Les animaron a aterrizar en su superficie sin temor, ya que también habían llegado otras naves de la Tierra. Además, les informaron que su cultura era tecnológica, incluso más avanzada que la de ellos, y estaban al tanto del gobierno tiránico en su planeta de origen. Aseguraron que estaban dispuestos a acoger a todos los recién llegados e intercambiar conocimientos.

           Aún sin poder creerlo por completo después de años de vagar sin rumbo, comenzaron los preparativos para el aterrizaje, llenos de entusiasmo por el planeta grande, de color anaranjado y verde, con tres satélites girando a su alrededor.

          Todo eran exclamaciones de alegría y abrazos; nadie quería acabar de creerlo. Ante ellos se extendía un planeta con una atmósfera sorprendentemente similar a la de la Tierra. Aunque habían estado preparados para enfrentar un mundo salvaje y comenzar desde cero como modernos Robinsones, se encontraban ante una civilización inteligente dispuesta a ayudarles en su nueva vida.

La nave "Cobra" se había convertido en una fiesta y la música resonaba mientras querían celebrarlo antes de aterrizar. Por eso no es de extrañar que al principio les costara reparar en la voz del viejo Doc, el cual era el único que no había salido del laboratorio y ahora asomaba su cabeza para decirles algo con evidentes muestras de preocupación. John hizo que la excitada tripulación se calmara:

  • ¡Sst! ¡Callaos un momento, por favor! ¿Qué ha pasado, Doc?

Este se dirigió hacia Cleo y hacia John y les pidió que vinieran con él al laboratorio. Allí vieron asombrados cómo la pequeña Ann se mantenía estirada y con los ojos cerrados en una de las camillas.

  • ¡Oh Dios mío! ¿Qué ha pasado? - dijo Cleo preocupada.

  • No lo sé, hasta hace poco estaba jugando por aquí con sus muñecas, yo estaba ocupado recogiéndolo todo cuando de golpe cayó al suelo inconsciente y me dispuse a ponerla en la camilla.

  • ¿Qué tiene en la nariz? - dijo John señalando los tubos que emergían de las fosas nasales.

  • Ha sido muy rápido, le he tomado la tensión y le ha bajado en picado, el corazón también parece que late más lentamente, aunque no parece ser muy grave. Le he puesto un suero para reanimarla, pero... es muy extraño, parece que está en coma.

  • No puedo creerlo... - Cleo lloraba acompañada por John.

     La atmósfera festiva se transformó en una preocupación abrumadora mientras la tripulación se agolpaba en el laboratorio, mirando con temor a la pequeña Ann, quien yacía inconsciente en la camilla, con esos misteriosos tubos en su nariz. El aterrizaje en el nuevo planeta pasó a segundo plano mientras todos se esforzaban por comprender lo que estaba ocurriendo

 

          Hacía algunas horas que habían aterrizado ayudados por los nativos del planeta, que resultaron ser unos seres extremadamente altos, calvos y estilizados, de apariencia humanoide, que hablaban el idioma galáctico y se comunicaban telepáticamente entre ellos.

          Michael no había desaprovechado la oportunidad de burlarse abiertamente de su aspecto y se negó a abandonar la nave. Por una parte, tenía ganas de pisar tierra firme, pero no se fiaba de nadie. Todos allí parecían ser científicos, y el planeta parecía ser un gigantesco laberinto de pasillos blancos de un extraño metal o mineral duro.

         No tuvieron oportunidad de ver mucho del planeta. Todos estaban preocupados por la niña, ignoraban lo que le había podido suceder. Incluso un grupo de científicos nativos la observó detenidamente. Al final, todos dieron la misma opinión: seguramente el sistema inmunológico de la pequeña humana rechazaba algo del planeta. Al parecer, los otros nativos no lo notaban o eran inmunes, pero Ann era más sensible a su atmósfera.

  • ¡Dios mío! ¿Qué vamos a hacer ahora? - exclamó Cleo, destrozada por la preocupación. Temía por la vida de su hija y sabía que la única solución era marcharse de allí.

         Se reunieron con el resto de la tripulación, y aunque todos se mostraron apenados y comprendían perfectamente la situación de Cleo, no podían dejar pasar la oportunidad que tenían ante ellos. Además, el viejo médico no aguantaría otros años más de viaje.

        La tripulación se encontraba atrapada en un dilema desgarrador. Por un lado, tenían la posibilidad de un nuevo hogar, pero, por otro lado, su amada Ann estaba en peligro. Así que, tanto Cleo como John, que no se quedaría allí sin ella, de eso podía estar segura, decidieron marcharse.

         Cuando se habían despedido emotivamente de los que por unos años habían sido como una familia para ellos, con el almacén de la nave lleno de víveres y agua, les sorprendió ver a un taciturno Michael sentado a la entrada, sin ninguna intención de permanecer allí.

  • ¿Pero por qué no quieres quedarte? Aquí estarás bien, no te preocupes por nosotros - le dijo Cleo.




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