El planeta verde

El planeta verde

          

 

    Fue un aterrizaje sin ningún tipo de problemas, a pesar de la intensa vegetación que les salía al paso y los numerosos pantanos y ríos sinuosos que arañaban su superficie.   Pararon por fin en un lugar seco, se oían una especie de chirridos a lo lejos, como grillos o alguna especie de anfibio. Ninguno de ellos se percató que habían sido observados desde el interior de los pantanos mientras volaban bajo, decenas de ojos curiosos, criaturas semihumanoides demasiado excitadas y hambrientas, clavados sus ojos en aquella nave extraña.

 

           Al principio estaban deseando salir, a pesar de la inquietud, pero John les previno y antes de decidirse a abrir las compuertas, sacó un pequeño artilugio de rastreo que analizó el aire por si no era puro.

         Una vez se aseguraron, se sacaron las máscaras de oxigeno y salieron prudentemente; todos ellos sentían una especie de agorafobia, después de tan largo período de cautiverio, pero por fin pudieron posar sus pies en tierra firme, un poco mareados.

          Cleo estaba encantada, le fascinaba aquel paisaje que le era ajeno completamente, los árboles que tantas veces había pintado en sus cuadros, copiados de fotografías o películas antiguas.

        Ann seguía a su madre temerosa, cogiéndole instintivamente de la mano como el día en que zarparon en la Cobra dejando la Tierra para siempre, entonces con solo siete años; ella se había hecho a la nave, para ella era prácticamente lo único que conocía y todo aquello la asustaba.

     John dispuso un apresurado campamento a la entrada, mientras Michael miraba escrutador a la lejanía, preparado ante cualquier tipo de ataque.

      - Debemos explorar los alrededores en busca de comida y bebida, hemos de familiarizarnos con el entorno que se convertirá en nuestro hogar... aunque por lo que veo, pronto se hará oscuro.- informó John tranquilamente.

      -¿Tenemos armas?-preguntó Michael excitado- ¡saldré a ver si encuentro algún bicho que cargarme!

      -Tranquilo hijo, te acompañaré.- respondió el otro condescendiente poniéndole una mano en la espalda y con una media sonrisa dirigida a las mujeres.

- - -

       Movió sus antenas por si percibía en el aire señal de sus enemigos, estaba asustado, muy asustado, pero debía regresar por donde había venido, a la seguridad de la aldea.

     Hacia horas que andaba entre la maleza, una fiera hambrienta lo había separado del grupo de caza y  corriendo, en su inexperiencia había caído por un barranco, perdiendo sus flechas y su arco, arrancados por algún arbusto. Eran sus únicas armas y ahora solamente contaba con sus ágiles piernas para correr.

       Nunca pensó que se alejaría tanto y cuando se había dado cuenta, estaba en la zona de los pantanos, justo en la zona donde “Ellos” moraban, seguro que estaban allí, dentro de las turbias aguas, agazapados, esperándole.

       Entonces captó un movimiento en las altas hierbas del interior del pantano y vio como la delatora cerbatana aparecía, era el arma que el Enemigo utilizaba, un dardo envenenado para paralizarlo, luego, cuando estuviera rígido como una piedra, saldrían de su húmedo escondite para cogerlo y hundirlo en el agua, allí les serviría de alimento.

      Antes de que el arma se disparara, dio un ágil salto y comenzó a correr, los Lovats no eran demasiado rápidos en tierra firme y respiraban con dificultad fuera del agua con sus poco desarrollados pulmones; si lograba orientarse, regresaría a su poblado antes de que se hiciera de noche.

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       - ¡Es un planeta de extraordinaria belleza!- exclamó John, -y mira aquella especie de salamandras rojas que hay paradas en ese tronco.

          Michael apartaba los arbustos que le dificultaban el paso, molesto por no ver ningún animal que mereciera su atención, creía que vería alguna fiera enorme, de sangrientas fauces y ojos rojos de demonio con la que lucharía a muerte, demostraría así su coraje, pero solamente veían vegetación y de vez en cuando algún animalillo asustado que les salía al paso y diferentes chirridos y zumbidos que poblaban el ambiente.

             De pronto, al salir a un claro, algo que venía como una centella hacia ellos se les abalanzó encima, no tuvieron tiempo de prepararse, porque chocaron con una figura muy delgada, de aspecto frágil, Michael instintivamente le dio un golpe con la culata de su arma y ésta  perdió el conocimiento.

           Tanto John como Michael hicieron exclamaciones horrorizados al verla. No sobrepasaría el metro y medio de altura, tenía la piel pardusca, tirando a verde oscuro, cubierta por una especie de escamas, la cabeza estaba cubierta por unos largos filamentos oscuros que le llegaban por los hombros, como cabello y al final de la espalda, tenía una cola, de la cabeza le salían una especie de antenas, sus orejas eran extremadamente largas, como de murciélago.

             - ¿Qué... que es eso?-preguntó Michael.

             - Parece humano, ya que va vestido con un taparrabos, pero muy primitivo.




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