Con el pasar de las semanas, la presencia de aquellos cuatro extraños en la aldea se hizo natural y las primeras miradas furtivas por parte de los adultos, se tornaron relajadas y algunas mujeres comenzaron a seguirlas y a observarlas en la distancia, cuando Cleo o Ann iban al arroyo a lavar sus suaves monos de tela o algunos cacharros que utilizaban para comer.
También los instaron a compartir sus propios alimentos alrededor de la fogata y Ann no pudo resistirse a jugar maravillada con aquellos bebés de aspecto reptiliano, pero enormemente graciosos.
John algunas noches se animaba a tocar para ellos su violín y todos se quedaban en silencio, moviendo sus antenas hipersensibles que utilizaban como los gatos sus bigotes y cejas.
Alguno hasta comenzó un gorjeo, como un arrullo muy leve, como si cantara.
—¿Has visto mamá? Parece que les gusta. —le susurró Ann a su madre. Michael emitió una sonrisa de medio lado frente a ellas. A él aquellos seres con escamas les parecía sumamente tontos y ridículos. No podía entender porque seguían allí en su aldea, si de ellos poco podrían aprender.
—Vaya cambio, ¿eh? de unos tipos vestidos con túnicas, calvos con cara de serpiente en el planeta amarillo, a más de lo mismo… bueno, estos parecen lagartos con antenas y son como niños. —había comentado con un mal disimulado sarcasmo. —¿qué será lo próximo? ¿personas con pico de pájaro y alas? ¿o acaso con pelo por todo el cuerpo y garras? Creía que el espacio era infinito y encontraríamos a más humanos como nosotros, ¡y solamente encontramos a unos animales!
—¡Cállate ya, Mike! —le reprendió John, cansado de sus continuas quejas.
—Es verdad, hemos de estar agradecidos por haber aterrizado aquí. No es la civilización erudita que esperábamos, pero por lo menos son amigables y hacen esfuerzos por comunicarse con nosotros. —le dijo Cleo, la cual siempre trataba de ver lo positivo en todo.
Por aquel motivo, para ganarse la confianza de los habitantes, el grupo participó con ellos en actividades comunitarias, como la recolección de alimentos, su preparación o la construcción de viviendas. Esto les permitió interactuar pacientemente con los salvajes de manera más cercana y establecer relaciones más sólidas.
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Últimamente Ann veía a John rebuscar por la selva y por los numerosos pantanos. Creía que buscaba alimento, pero éste la sorprendió cuando le confesó:
—Dentro de dos semanas es el cumpleaños de tu madre y quiero hacerle una sorpresa.
—¿De verdad? ¿y qué tenías pensado?
—Esta bien, te lo diré, pero por favor no le digas nada. Se que Cleo se muestra apenada por la desaparición de sus cuadros y le prometí que conseguiría algo parecido a pinturas para que volviera a pintar.
—¡Oh, que maravillosa idea John! ¡la vas a hacer muy feliz! —Ann aplaudió emocionada, con un infantil entusiasmo.
Así que, ayudado por su joven ayudante lo preparó todo, en secreto machacó ingredientes y fabricó una especie de papiros hechos a base de las fibras que crecían en algunas zonas húmedas, metiéndolos en bastidores de madera a modo de improvisados lienzos.
Y cuando el día llegó, los dos sorprendieron a Cleo y Michael al llevarlos hasta una zona despejada y mostrarles lo que habían hecho.
—¡Pero cariño…! —Cleo no pudo controlar las lágrimas, abrazada a él.
—Fíjate, todo está hecho con ingredientes que me ha proporcionado el planeta mismo. La tintura azul la conseguí machacando las escamas duras de una especie de lagarto arbóreo, la amarilla cuidado, ya que es el polvillo que suelta un hongo muy venenoso y la roja, tuve que mezclar la sangre de un animal con barro.
—¡Es perfecto, con estos colores primarios lograré realizar composiciones magnificas! —y entre nerviosa y emocionada, Cleo quiso comenzar de inmediato a crear arte, aquello por lo que se la había juzgado tan injustamente.
Y a partir de ese día, como recuperando los años que tuvieron que reprimirse, tanto Cleo como John dieron rienda suelta a su extraordinario talento.
John componía melodías llenas de esperanza y Cleo inmortalizaba en sus pinturas toda aquella belleza salvaje que los rodeaba.
Los cuadros eran extraños, ya que los ingredientes no eran del todo los idóneos, pero a ella le bastaron.
El poblado “Libit” se adaptó a aquellas personas singulares que habían aparecido en sus vidas. El ambiente siempre estaba cargado por aquella música de violín y hasta Michael, en una gran muestra de cooperación, talló unas flautas y enseñó a algunos muchachos a tocarlas.
Poco sabían que aquella repentina calma, era un respiro para aquellos pacíficos seres, los cuales vivían bajo una seria amenaza que muy pronto llegarían a descubrir.