El planeta verde

Integrandose en la sociedad

Ann, con su actitud curiosa y amistosa, logró poco a poco integrarse en el grupo de los más jóvenes del poblado, quienes, intrigados por su manera diferente de hablar y de moverse, comenzaron a invitarla a pasar tiempo con ellos.

Una mañana, cuando la luz apenas se filtraba entre las altas copas de los árboles negros, uno de los chicos más mayores del grupo, al que Ann ha apodado “Iri” por sus ojos intensos y curiosos, se acercó resueltamente donde dormían los cuatro, sin ser consciente de que estaba invadiendo su privacidad y le hizo un gesto silencioso para que lo siguiese.

La llevó lejos del poblado, donde una treintena de jóvenes fueron agrupándose a su alrededor, sonriendo y señalando hacia un claro en la selva, donde se preparaban para jugar su juego social más importante: “Ili-Har”.

Ili-Har" era una especie de ritual de confianza y estrategia. En el centro del claro habían colocado con esfuerzo varias piedras de distintos tamaños y maderas talladas con formas animales y humanas, dispuestas en círculo. Aquella estructura compleja formaba un juego de rol en el que cada joven adoptaba estratégicamente un papel en su comunidad o en la naturaleza, como cazador, protector, cuidador, o líder, y debían completar una serie de desafíos para avanzar hasta el centro, donde se encontraba una piedra brillante, símbolo de la victoria y de la sabiduría.

Al principio, Ann los observó con cautela, desde la distancia, pero su curiosidad la impulsó por fin a aceptar la invitación para unirse. La risa y las miradas cómplices de los demás jóvenes la animaron y, aunque al principio no entendía todas las reglas, con su ayuda logró seguir sus movimientos.

Cada jugador tenía su rol específico y a Ann, los jóvenes le asignaron el rol de "caminante entre mundos" por ser la recién llegada. Este rol implicaba ser el nexo entre la tribu y lo desconocido, una figura que debía observar y comunicar, pero también proteger a los demás y sortear obstáculos en nombre del grupo. Ann aceptó su rol con orgullo, y muy pronto se contagió por el entusiasmo general.

A medida que se movían y avanzaban por el círculo de piedras y madera, los jóvenes debían ayudarse mutuamente a superar desafíos físicos y mentales, desde trepar por cuerdas improvisadas, hasta resolver acertijos simples. En un momento, Ann tropezó en una parte difícil del recorrido, y fué Iri quien la ayudó a levantarse, guiándola con una sonrisa en su boca sin labios y mostrándole el valor de la confianza. Ella comenzó a comprender que aquello no era solo un juego, sino una práctica para confiar en los demás, un lazo que fortalecería sus relaciones y sus roles en la comunidad.

Cuando finalmente alcanzó el centro del círculo, ayudada siempre por sus nuevos amigos, Ann sintió una oleada de emoción al tocar la piedra brillante junto a los demás. Los jóvenes celebraron con ella aquel triunfo, moviendo sus antenas con emocion, cogiéndole de las manos y luego, ceremoniosamente, en un gesto simbólico, Iri le colocó en la muñeca una pulsera hecha de fibras trenzadas, signo de que la consideraban parte de su grupo.

Con el tiempo, este juego se convirtió en una actividad que Ann y los jóvenes repetían una o dos veces a la semana, creando un fuerte vínculo y construyendo puentes de comprensión y confianza.

Al principio, Michael observaba a Ann y a los jóvenes del poblado participar en Ili-Har con una mezcla de desdén y frustración. El juego le parecía sumamente infantil y trivial, y no entendía para nada cómo Ann podía sentirse tan fascinada por algo tan simple. Para él, que se había acostumbrado a la dureza y la seriedad, el entusiasmo de Ann y los jóvenes le resultaba casi irritante, sin embargo, no podía evitar sentirse un poco excluido, al ver cómo ella se integraba cada vez más en el grupo.

Así que un día, mientras descansaba cerca del claro donde los jóvenes se reunían, Iri, con una expresión desafiante pero amigable, se acercó a él y le hizo una seña para que se uniera a ellos. Al principio, Michael vaciló, persistiendo en su actitud huraña y orgullosa, pero el entusiasmo de Ann y las miradas curiosas de los jóvenes del poblado terminaron por persuadirlo. De mala gana el chico, tragándose su orgullo, aceptó a participar, convenciéndose de que sólo lo haría una vez, sonriéndoles socarronamente y convencido que él era mejor que todos ellos y les demostraría sus dotes de “macho Alfa”.

Al unirse al juego, Michael recibió el rol de "Guardián de la Fuerza", un papel que requería proteger y ayudar a los otros participantes en las partes difíciles del recorrido. Aunque Michael se sentía más cómodo con la idea de proteger y luchar, el juego lo desafió en aspectos inesperados. Al principio, trató en todo momento de mantener su distancia emocional y participó sin mucho entusiasmo, pero se asombró al descubrir que aquel juego tenía más capas de lo que había imaginado.

Durante el juego, Michael tropezó con un obstáculo que era relativamente sencillo y se sintió enormemente avergonzado, pensando que a partir de entonces todos lo juzgarían y le recriminarían sus debilidades, pero de inmediato fue ayudado por uno de los jóvenes, que sin dudar lo agarró de las manos y lo alzó para situarlo en lugar seguro. Esto lo dejó un tanto desconcertado.

Acostumbrado a depender solo de sí mismo, le resultó extraño y a la vez liberador dejar que alguien, y más aquellos seres escamosos le brindara su ayuda incondicional. A medida que avanzaban en el juego, comenzó a aceptar la ayuda de los demás y a brindar la suya también, sintiendo cómo la carga de su autosuficiencia y amargura se iban diluyendo poco a poco.

En ese momento, algo cambió en él: sintió una chispa de conexión y camaradería que hace mucho no experimentaba. Su risa genuina le salió sin querer, un gesto que sorprendió tanto a los otros como a él mismo, y por primera vez en mucho tiempo, bajó la guardia y sintió que podía relajarse y disfrutar de la compañía de los demás. Ya no estaba solo en una búsqueda de fuerza y dominio; ahora formaba parte de un grupo, de una red de apoyo mutuo.




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