El Poder de la Oscuridad (los Hijos de los Dioses #2)

2. Vino y rosas.

18 de abril

Marco se despertó lentamente, con una oscura sensación alojada en la boca del estómago, mientras el sol que entraba por la única rendija abierta entre las opacas cortinas arrancaba destellos a sus rizos rubios, cegándole ligeramente. Entrecerró los ojos y volvió la cabeza hacia el otro lado con un gruñido. El hueco de Cora estaba vacío, pero aún estaba tibio. Mientras rodaba sobre las sábanas y enterraba la nariz en la almohada de su novia, para aspirar con fuerza ese aroma que adoraba, y tratar de olvidar la intensa pesadilla que lo había acosado durante las pocas horas que había dormido, el resto de sus sentidos parecieron comenzar a funcionar. Lo primero que percibió fue el rumor lejano de la ducha, claro y cristalino mientras repiqueteaba sobre las baldosas de las paredes, el suelo blanco y un cuerpo de mujer. Por lo bajo, soltó una risa breve y divertida. Al conocer casi todos los misterios del Agua, podía saber casi con exactitud qué estaba sucediendo allí donde discurría solo con oír su canto. Solo que, en este caso, otra melodía se entrelazaba con la suya. La voz rasgada de contralto de Cora se hizo más clara cuando cerró el grifo y abrió la mampara, cantando una balada a pleno pulmón. Marco sintió cómo se le erizaba el vello de los brazos mientras oía las notas reverberar al otro lado de la puerta cerrada. Era una de las cosas que más le gustaba de su novia, lo que les había unido como compañeros hacía siete años y como pareja hacía poco más de dos.

En ese momento la canción terminó y la puerta se abrió mientras la silueta pequeña y esbelta de Cora se recortaba en el umbral. Envuelta tan sólo en una toalla y ahuecándose el pelo húmedo con una mano, se acercó a la cama, torciendo los labios en un gesto socarrón.

—¿Aún sigues ahí? —le recriminó con dulzura—. Vamos a llegar tarde al ensayo.

Marco hizo un mohín de falso disgusto y se incorporó en la cama, manteniendo las piernas bajo las sábanas.

—En parte es culpa tuya —la acusó con media sonrisa irónica—. Fuiste tú la que quiso salir de fiesta anoche.

Había otro mensaje implícito en su voz, ante el cual Cora se ruborizó levemente, pero su azoro desapareció en el momento en que se subió a la cama de un salto, acurrucándose contra él. Marco pasó un brazo por su cintura y la besó, suave y lentamente. Cora enterró una mano en su pelo mientras la otra se deslizaba lentamente bajo las sábanas. Marco se apartó unos centímetros con rapidez en cuanto identificó sus intenciones, y una sonrisa burlona afloró a sus labios.

—¿Otra vez? —preguntó en voz baja—. ¿Y te sorprende que aún no me haya levantado?

Cora se pegó más a él sin ningún disimulo.

—Asumiré las consecuencias —ronroneó junto a su cuello mientras su mano tanteaba sin descanso bajo sus abdominales.

Marco cerró los ojos, resoplando, y la besó en el cuello con rudeza. Cora se arqueó hacia atrás, y él la empujó para inmovilizarla con su cuerpo sobre el colchón, mientras su mano izquierda retiraba con destreza la toalla que aún la cubría. Cora gimió acto seguido, rendida ante sus caricias y el roce de su piel.

—Ah, creo que se me olvida algo —dijo de repente Marco, mirándola fijamente a los ojos con un brillo divertido en sus iris azules, mientras se pegaba a ella de una manera que hizo que los corazones de ambos se aceleraran al unísono—. Feliz cumpleaños.

Como única respuesta, Cora se limitó a morderle el cuello con fuerza.

—No podría ser mejor —aseguró en el preciso momento en que él se deslizaba entre sus piernas.

Fue algo rápido para su gusto, pero cuando terminaron, jadeantes, los dos pensaron que nadie iba a ser capaz de sacarles de la cama en unas cuantas horas, al menos hasta que recuperasen el aliento. Pero, al cabo de unos minutos, Marco alzó la cabeza.

—Creo que deberíamos irnos ya —comentó, burlón—. Se van a preguntar dónde diantres estamos.

Cora soltó una carcajada irónica mientras se levantaba con esfuerzo de la cama.

—Créeme cuando te digo que no tienen ninguna duda de por dónde queda eso.

***

—Sí, sí mamá, estamos muy bien... Sí, ya pronto volvemos a casa, este es el penúltimo concierto, sí...

Sandra se calló un segundo para escuchar la segunda parte de la diatriba de su madre sobre tener cuidado en los viajes. "Mira que ahora eres madre de una niña y si te pasa algo...". Ray puso los ojos levemente en blanco aprovechando que estaba de espaldas a su mujer. A pesar de que tenían veinticinco años y estaban independizados desde los veinte, más o menos, los padres de ellos cuatro, en especial los de Sandra, seguían insistiendo hasta la saciedad sobre "Tácticas básicas de supervivencia en el mundo exterior"; solo que Sandra, en su caso, lo consentía más o menos de buen grado, y arrugaba el ceño de forma bastante desagradable cuando Ray se metía con ella. Por lo tanto, hacía tiempo que él prefería no hurgar en la herida, sobre todo porque sabía que Sandra podía manejar perfectamente la situación.



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En el texto hay: cuatro elementos, musica, magia

Editado: 24.05.2018

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