El Poder de la Oscuridad (los Hijos de los Dioses #2)

3. Déjà vu

Las Llanas era una zona concurrida todos los días de la semana, y aquella noche no iba a ser una excepción. Sin embargo, Marco decidió pasar desapercibido y se aplicó un conjuro de invisibilidad. Necesitaba pensar. Pensar, y beber. La botella de vino se balanceaba tentadoramente en su mano y, cada pocos pasos, daba un trago distraído de la misma. Sabía que pronto notaría los efectos, pero no le importaba. No iba a volver. Aquella noche, no.

Como una señal, en ese momento a su izquierda aparecieron las luces mortecinas de un club de alterne. Demasiado borracho como para razonar, deshizo el hechizo de invisibilidad bajo el que se escondía y entró sin pensar en el local. Las camareras, ligeras de ropa, atendían con parsimonia a los escasos clientes que salpicaban el interior. El joven guitarrista tiró la botella vacía a un rincón con desenfado y se aproximó a la barra, tratando de no tropezar con las sillas que, inexplicablemente, aparecían precisamente en su camino. Una muchacha de apenas dieciocho años, con el pelo recogido y vestida con un top ceñido de color rojo que dejaba muy poco a la imaginación, se acercó solícita para preguntarle qué quería beber.

—Vodka con lima —pidió él de forma automática.

Era su copa favorita desde que empezó a escaparse a escondidas a las discotecas con quince años y, por lo visto, no había pasado de moda, porque la chica se la trajo en un abrir y cerrar de ojos. Marco pagó y empezó a bebérsela en silencio, sumido en sus pensamientos. Por desgracia, Cora aparecía en la mayoría de ellos, y el joven apretó los dientes con rabia. Maldita...

—Perdona...

Una voz masculina a su espalda lo obligó a volverse con rapidez, por lo que casi se cae de la banqueta. Un chico algo más joven que él, vestido con pantalones negros ajustados y cazadora de cuero, lo saludó amistosamente.

—Hola. Perdona que te moleste pero... mis amigos y yo nos estábamos preguntando... Tú eres Marco... El de Black Sunset... ¿verdad?

Parecía algo cohibido y a ratos tartamudeaba con nerviosismo, por lo que el aludido no pudo menos que sonreír con cierta suficiencia.

—Sí, soy yo.

El otro mostró una sonrisa rápida de alivio, y miró fugazmente hacia su gente, que estaba apiñada en una esquina del bar. Marco siguió la dirección de su mirada y les saludó brevemente.

—¿Habéis estado en el concierto? —preguntó al que se había aproximado, súbitamente despejado.

El joven fan asintió con entusiasmo.

—Sí. ¿Te importa si te invitamos a una copa? —le preguntó con timidez—. No se conoce a una estrella todos los días.

"Estrella..." Marco paladeó aquella palabra, henchido de orgullo y ego a partes iguales. Sin pensar, aceptó la propuesta. El grupo de amigos estaba compuesto por tres chicas, una de las cuales se le insinuó sin disimulo durante las dos horas que estuvieron allí sentados, y dos chicos, que lo observaban con una mezcla de admiración y celos que Marco procuró ignorar. Últimamente era el pan de cada día...

Sobre las cinco de la mañana, sus fans debieron decidir que ya era hora de "ir recogiendo el tinglado", como ellos mismos dijeron, y le ofrecieron acompañarlo al hotel. Sin embargo, una de las chicas —la que había estado coqueteando con él todo el tiempo—, propuso hacer alguna locura antes de volver a casa. Conocía un callejón cercano donde siempre se colocaba un mendigo rodeado de gatos, y quizá podían pasarse a "vacilarle" un poco. "Ya sabéis, solo para reírnos un rato". Sus compañeros parecieron conformes, y Marco dudó un momento, sabiendo que no era una buena idea —la diminuta parte de su cerebro que continuaba sobria se desgañitaba para advertirle de un posible peligro, pero el resto, embebido en alcohol, acallaba las protestas de una forma muy efectiva—. Sin embargo, ante la insistencia, decidió seguirles el juego. Luego, decidió, volvería al hotel. Hizo una mueca de desagrado al recordar la discusión de aquella noche, y decidió borrar las previsiones, así como la imagen de Cora, hasta que tuviese que enfrentarse a ella de nuevo.

Cuando salió, se dio cuenta de que los demás ya se alejaban. Se había quedado ensimismado pensando y le habían dejado atrás. Les vio girar a la izquierda un par de calles más allá y corrió tras ellos, trastabillando y con dificultad, pero suspiró aliviado cuando alcanzó por fin la esquina tras la que habían desaparecido. A su derecha, los edificios continuaban hasta el final de la calle en una hilera perfecta; a la izquierda, sin embargo, se abría el famoso callejón. Los maullidos de los gatos eran perfectamente audibles pero, por lo demás, estaba oscuro y silencioso como la boca del lobo. Escuchó unas risas procedentes de las sombras, y alguien susurró su nombre. Desinhibido, el joven puso un pie en el interior.

En ese instante, algo tiró con fuerza de él hacia la oscuridad y unos labios grimosos se unieron a los suyos. Asqueado, Marco apartó la cabeza. Entonces fue cuando lo escuchó. Y supo que había cometido un gravísimo error. Allí no había ningún mendigo. De hecho, no había ningún ser humano aparte de él mismo. Sin apenas ser consciente de lo que hacía, simplemente por puro reflejo, empujó a la criatura que lo sujetaba contra la pared y trató de alejarse, pero unos dedos ganchudos le sujetaron las muñecas a la espalda y algo, frío y viscoso, le mordió en el cuello. Hierro candente seguido del hielo más glacial. Dolor. Una sensación... que Marco jamás hubiera podido olvidar.



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En el texto hay: cuatro elementos, musica, magia

Editado: 24.05.2018

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