El Poder de la Oscuridad (los Hijos de los Dioses #2)

4. De vida o muerte

La salita, a primera vista, era bastante sencilla. Un salón-comedor como el de cualquier domicilio, con su mesa de madera oscura rodeada de sillas fabricadas a juego, su sofá y su butacón enfrentados al aparador de la televisión y rodeando una mesita baja de té abarrotada de objetos decorativos, y varios cuadros en los que se veían paisajes y escenas fantásticas. Sus nueve ocupantes vestían ropa normal, la que llevaría cualquier transeúnte —vaqueros, blusas, cazadoras o vestidos estampados en diversos colores —pero, si alguien sabía mirar, los emblemas de cada Casa Mágica eran perfectamente detectables. Aquí un broche, allá una pulsera semioculta por una manga larga... Las miradas de los cuatro recién llegados se cruzaron con las de los magos presentes, la mayoría oscuras y que no presagiaban nada bueno. Cora reprimió un escalofrío cuando los ojos color miel de Loreen Grey se cruzaron con los suyos, puesto que la dureza de los mismos era aterradora. Y, por enésima vez en aquella mañana, se preguntó hasta dónde se habían colado en aquella ocasión.

Cuando Marco y ella hubieron dado unos cinco pasos en el interior de la estancia, Beth cerró la puerta tras ellos con suavidad, adelantándose acto seguido para ocupar el centro exacto del salón.

—Ya estamos todos, por lo visto —suspiró, mirando a su alrededor.

Sandra, abrazada a Ray y semioculta por un alto estante de madera y mimbre, tragó saliva con fuerza. Aquella frase había sido la que había pronunciado Ruth antes de revelarles quiénes eran; por experiencia, una introducción nada esperanzadora.

—¿Alguien puede explicarme "exactamente" qué es lo que ha sucedido? —masculló Loreen lentamente, remarcando el adverbio, como si su audiencia fuese estúpida.

Layla y Beth cruzaron una mirada significativa, ignorando el tono insultante. Al final, la primera resopló mordiéndose el labio.

—Francamente, no estamos muy seguras.

Las cejas de la otra joven se alzaron de manera elocuente, y su novio se removió incómodo a su lado en el sofá.

—Entonces, ¿qué hacemos aquí? —preguntó suavemente.

—Han agredido a Marco —repuso Davin con seriedad, adelantándose a sus compañeras—. Grinden, concretamente. Y hasta ahí la información de la que disponemos —añadió con acidez sin despegar la vista del otro Hijo de Marte, al comprobar que este alzaba las cejas con evidente escepticismo.

Por supuesto, en cuanto la joven dejó de hablar, la primera reacción que barrió los rostros de los otros tres americanos presentes fue de absoluta sorpresa, mezclada con cierto terror. Al final, la única que reunió suficiente valor para hablar fue Anya, y lo hizo en forma de susurro casi inaudible.

—Pero, ¿quién ha podido invocarles?

—¿Y para qué? —completó Jake, aunque la respuesta parecía obvia vistas las circunstancias.

—Eso nos preguntamos nosotras —repuso Andie sombríamente—. Quién sigue teniendo interés en los Elementos como para traer de vuelta a unas criaturas tan repulsivas.

El desagrado que sentía fue claramente audible en sus tres últimas palabras, pero ninguno de los cuatro aludidos quería creer aquella posibilidad.

—¿Y si fuese una coincidencia? —aventuró Ray, tratando de aparentar una seguridad que no sentía ni de lejos—. ¿Y si...? No sé...

—¿Simplemente eligieron a Marco porque pasaba por ahí? —completó Beth con bastante más dulzura de la que su protegido esperaba—. Es una posibilidad, pero teniendo en cuenta todo lo que sucedió hace dos años, no es nuestra primera sospecha.

Ray agachó la cabeza con pesadumbre. Sí, era bastante improbable que todo aquello fuese fruto del azar. Y sin embargo, ¿quién podía tener, entonces, interés en volver a hacerles daño? Pero al alzar la vista de nuevo y observar los rostros que lo rodeaban, comprobó que nadie de los presentes tenía respuesta a aquella pregunta.

—De todos modos —terció Cora en ese momento, captando toda la atención de la sala. Se había apoyado, con los brazos cruzados, sobre el borde de la mesa del comedor, y les escrutaba con aire desafiante—, esto no tiene por qué cambiar nada, ¿no es cierto? Podemos seguir con nuestras vidas. Sabemos protegernos —aseguró, convencida.

Pero las miradas que le devolvieron sus interlocutores distaban mucho de reflejar su acuerdo con aquella afirmación. Al contrario, parecían inseguros. Cora estuvo a punto de continuar con su exposición, irritada, cuando una voz sobre su cabeza se alzó con la misma tranquilidad que un mar en calma:

—Cora tiene razón. Esto no debería cambiar nada —la joven alzó la vista hacia Marco, tratando de encontrar sus iris claros para agradecerle su apoyo, pero él ni siquiera bajó la vista—. Ha sido una coincidencia, y nadie más que yo ha salido herido. Salí tarde, bebí demasiado, entré en un callejón y me metí en líos —se encogió de hombros con aparente indiferencia—, pero estoy bien.



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En el texto hay: cuatro elementos, musica, magia

Editado: 24.05.2018

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