Con el pasar de las horas y el ritmo apurado de Perien a la cabeza, el peso en nuestros carros fue disminuyendo. Al parecer, el esfuerzo estaba rindiendo frutos. Controlé los números azules en mi muñeca: 15.45. Habíamos terminado quince minutos antes del horario de salida. ¡Bien! justo a tiempo para guardar las baterías y marcar el egreso. En una hora estaría en casa.
Dicho y hecho. Una hora más tarde estaba abriendo la puerta de clan. Subí hasta el último piso y, sin entretenerme, abrí la tercera puerta a la derecha. Respiré hondo: hogar, dulce hogar. El aire que entró por mi nariz olía a los jazmines lunares que había dejado sobre la mesa, combinado con el suave aroma de las hierbas que usaba para perfumar mi ropa. Cuando exhalé, mi cuerpo se distendió de inmediato, esperando el suave ronroneo de Azim contra mis piernas. Pero el vibrar del ronroneo nunca llegó. "Aah... ¿Dónde te habrás metido ahora? Espero que no hayas agarrado de nuevo el poco papel higiénico que nos quedaba...", le dije, un poco para él y otro poco para mí misma.
Encendí la tenue luz que iluminaba el cuarto de noche, buscándolo por el suelo, cuando mi mirada encontró algo. No, no era Azim. Había un pequeño rectángulo de color blanco en el suelo. Quizás era uno de sus regalos. Con cuidado de no pisarlo, me agaché y lo tomé en mis manos. El rectángulo no era blanco, sino gris. Era imposible que esto fuera un regalo de Azim. Era un sobre de papel.
Mi mente dio un vuelco, y miles de recuerdos vinieron a mi memoria. Había visto ese color incontables veces antes, en la comuna. Era una carta de mis padres.
Tomé la carta sabiendo exactamente cómo se vería del otro lado. La di vuelta, y allí estaba: la estampa familiar, una estrella saliendo de la superficie. El fondo era violeta, con suaves líneas doradas marcando el contorno del dibujo. Levanté la vista, como despertando de un sueño, y cerré la puerta detrás de mí. Coloqué el sobre en la monneta y, al levantar la vista de nuevo, vi una sombra que se acercaba desde el cuarto, volando a la velocidad de la luz. Ahogué un grito y cerré los ojos, intentando cubrirme con los brazos. Justo en ese momento, la criatura aterrizó en mi pecho. Comencé a gritar, queriendo sacudírmela fuera del cuerpo, moviéndome desesperadamente para desprendérmela. Pero algo me hizo dejar de gritar: unas pequeñas vibraciones familiares que se hacían sentir en mis huesos. El miedo comenzó a disiparse.
-¿Azim? -le pregunté, mirando hacia abajo por primera vez. Sus ojos me sonreían y su larga cola emplumada se mecía de un lado al otro-. ¡Azim! Pero ¿qué -- cuándo has aprendido a volar? -él sólo volvió a ronronear como respuesta, refregando su cabecita contra mi pecho con los ojos cerrados. Le devolví el abrazo y lo sostuve, después de todo, era mi bebé-. ¡Me asustaste mucho! ¡Pensé que eras una de esas horribles gigapolillas! Siempre están entrando sin permiso -le iba diciendo mientras lo miraba, embrujada por la felicidad de que no hubiera roto el papel sanitario.
Todavía con Azim en brazos, saqué la botella de agua del refrigerador, la reemplacé por otra, y la coloqué en el centro de la monneta junto a las flores. Llevé el sobre a la pequeña habitación para leerlo después. Iba a tener que esperar. Lyal, llegaría en cualquier momento. ¡Hacía tanto que no la veía! Hoy volvía de un viaje de trabajo a GIKSA, otra empresa en no-sé-dónde, por dos eternas semanas.
Coloqué una maceta de órcheras celestis en el centro de la mesa, una pequeña planta con flores lilas que había encontrado a la salida del Clan, y acomodé un poco el ambiente. Rocié un poco la pequeña planta con agua, y su aroma comenzó a empapar el ambiente. Azim comenzó a estornudar una y otra vez, por el fuerte aroma de las órcheras, rascándose graciosamente la nariz con las patas después de cada estornudo. Me pregunté una vez más cuánto tiempo nos quedaría juntos, y le dirigí una mirada llena de nostalgia.
Justo entonces se escuchó una suave campana eléctrica.
¡Era el timbre! Di unos últimos retoques al pequeño departamento y me miré al espejo: acomodé mi cabello detrás de las orejas, chequeé mi ropa, y abrí. El rostro sonriente y luminoso de Ly me esperaba detrás de la puerta. Sus rojos ojos estaban más vivos que nunca, y su pelo estaba atado en un rodete, como siempre, aunque ahora algunos mechones rubios caían sobre su rostro. ¿Por qué no se soltaba el pelo? Su rostro se luciría más de esa manera. Era largo y sedoso naturalmente. ¡Todas queríamos un cabello así! Nos miramos, y los gritos de emoción llenaron el pasillo.
-¡Ly! ¡Te extrañé, te extrañé, te extrañé, te extrañé, te extrañé!
-¡Yo también! ¡Te extrañé mucho Cris! -exclamó Ly por encima de mis gritos de emoción-. ¡Y a ti también Azimito-bonito! -agregó, acariciándole el hocico-. ¡Toma! ¡Traje algo para ti! -Azim se sentó, y esperó pacientemente mientras ella revolvía en su bolso, sacaba unas cuantas tiras de carne seca, y corría hasta el plato mientras él le mordisqueaba los talones.
Lyal era una amante de los animales, sabía todo sobre ellos, todo. Cuando vivíamos en la comuna no hacía más que explorar la selva en busca de nuevos animales y estudiar su comportamiento. Yo le decía que era la veterinaria de la comuna: cada vez que encontraba algún animal herido o enfermo, lo llevaba a su casa y lo trataba. Por más que su madre se molestara. Simplemente no podía con su genio. Un día, cuando Jade y yo estábamos saliendo de casa con nuestro padre para cazar el almuerzo, le propusimos venir con nosotras. Ese fue el comienzo de todo; luego, cada vez que salíamos, Lyal comenzó a acompañarnos. Sabía que nuestro padre sería el mejor mentor: él era un gran cazador, el mejor del Clan. No había secretos en la anatomía ni el comportamiento de ninguna especie para él. Simplemente no se le escapaba nada. Y se encargó de pasarnos su conocimiento. Muchos hombres del Clan se habían opuesto, por supuesto – enseñarle a cazar a tres mujeres, ¿dónde se vio? Así pensaban. Gracias a Era, mi padre era diferente. Siempre apostó por nosotras.