La tarde cayó con rapidez, como si el mundo tuviera prisa. Mateo llegó a casa sintiéndose diferente. Aunque el colegio había terminado, el juego apenas comenzaba.
Cerró la puerta de su habitación, bajó la persiana y se dejó caer en la cama. El techo blanco parecía más distante de lo habitual.
El mensaje seguía allí, flotando frente a sus ojos:
Nueva misión desbloqueada: “Descubre al segundo jugador.”
—¿Segundo jugador? —repitió en voz baja—. ¿Hay otra persona con poderes como los míos?
La idea lo inquietaba… y lo emocionaba. No estaba solo, pero ¿eso era bueno o peligroso?
Se levantó y encendió su consola. Necesitaba pensar. Tal vez si jugaba un poco podría entender mejor lo que estaba ocurriendo. Pero cuando el menú del juego apareció en la pantalla, algo estaba mal.
Un nuevo ícono brillaba en la esquina inferior derecha:
Modo multijugador: activo. Jugador 2 conectado.
—¿Qué demonios? Este juego es solo de un jugador…
La pantalla parpadeó y el ambiente de su cuarto cambió. La luz se volvió más azulada, como si el mundo digital se hubiera filtrado en su habitación.
De pronto, una figura apareció en el borde de su cama: una silueta oscura, vestida con una chaqueta negra con capucha.
No tenía rostro, solo una máscara con un símbolo en el centro: un rayo cruzado por una espada.
—¿Mateo? —preguntó la figura, con voz distorsionada.
Mateo se levantó de golpe.
—¿Quién eres? ¿Cómo entraste aquí?
—No tienes que tener miedo —respondió el desconocido—. Estoy como tú. El rayo… también me eligió.
La figura extendió la mano y una chispa idéntica a la de Mateo apareció entre sus dedos.
—Somos parte del mismo juego. Pero hay algo que no sabes…
Mateo se quedó paralizado.
—¿Qué cosa?
—Este no es solo un juego. Es una prueba. Y solo uno puede llegar al final.
—¿Una prueba? —repitió Mateo, dando un paso atrás—. ¿De qué estás hablando?
La figura misteriosa bajó la capucha. Mateo esperaba ver un rostro aterrador, pero lo que vio lo dejó confundido:
era un chico de su edad, con el cabello alborotado y una cicatriz apenas visible en la ceja izquierda.
—Mi nombre es Leo —dijo—. Hace tres semanas, el rayo cayó en mi barrio. Creí que estaba solo… hasta hoy.
Mateo lo miraba con recelo.
—¿Y qué quieres de mí?
—Advertirte. Desde que esto comenzó, he recibido misiones, igual que tú. Algunas fueron fáciles. Pero otras… más oscuras.
Leo levantó la manga de su brazo derecho y dejó ver una especie de tatuaje brillante con símbolos que se movían.
—Es un contador. Cada vez que completas una misión, avanza. Cuando llegas a cierto punto… algo cambia en ti.
Mateo tragó saliva.
—¿Cambiar cómo?
Leo bajó la mirada.
—Empiezas a perder partes de ti. Al principio no lo notas. Pero tus emociones… tus recuerdos… se vuelven borrosos. Como si el juego te reescribiera poco a poco.
Mateo sintió un escalofrío.
—¿Y por qué solo uno puede llegar al final?
Leo alzó la mirada.
—Porque eso me dijo el sistema. El mensaje apareció hace dos días:
Solo un jugador puede completar la misión final.
Mateo se quedó en silencio.
Todo esto iba más allá de lo que imaginaba. Ya no se trataba de tener poderes o controlar electricidad… se trataba de su identidad, de su humanidad.
—¿Y si no quiero seguir jugando? —preguntó.
Leo negó con la cabeza.
—No puedes salir. Créeme, lo intenté. Esto no es una consola. Es una realidad alterna que nos ha conectado… y ahora forma parte de nosotros.
—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Mateo—. ¿Nos enfrentamos?
Leo dudó.
—Aún no. Por ahora, te ayudaré a entender tus poderes. Pero cuando llegue el momento final…
Hizo una pausa, y sus ojos se endurecieron.
—…tendremos que elegir.
Leo lo llevó a un lugar oculto detrás de un parque abandonado, donde los árboles cubrían una vieja cancha de concreto. El lugar estaba en ruinas, pero servía como refugio. Nadie iba allí desde hacía años.
—Aquí entreno —dijo Leo, dejando su mochila a un lado—. Es un buen sitio para practicar sin llamar la atención.
Mateo observó el lugar. A su alrededor había postes de luz oxidados, grafitis en las paredes y restos de latas viejas. Pero también había marcas en el suelo: círculos, líneas, símbolos. Parecían parte de un ritual.
—¿Qué es todo esto? —preguntó.
—Son patrones que descubrí. Ayudan a canalizar mejor la energía del juego. No sé cómo explicarlo… pero cuando estás dentro, todo tiene lógica.
Leo se colocó al centro de un círculo pintado en el suelo.
—Haz lo mismo. Concéntrate. Siente la electricidad dentro de ti. Está allí, como una corriente silenciosa.
Mateo cerró los ojos. Respiró hondo.
Entonces la sintió.
Un leve cosquilleo en las manos. Una vibración en el pecho. Era como si algo dormido se despertara poco a poco.
—Muy bien —dijo Leo—. Ahora, enfócate en un solo punto. Lanza la energía hacia allí. No pienses. Solo hazlo.
Mateo extendió la mano, y un rayo de luz azul salió disparado contra una pared, dejando una marca humeante.
Abrió los ojos, sorprendido.
—¡Lo hice!
—Sí. Y eso fue sin controlar la carga. Si aprendes a medir la cantidad, podrás usar tu energía para muchas cosas. No solo atacar.