Al día siguiente, Mateo no fue al colegio. Fingió estar enfermo, pero en realidad, su mente no podía dejar de pensar en lo que había pasado con Leo y el centinela.
Había algo más grande detrás del juego… algo que parecía programado desde antes.
Encendió su computadora y abrió el juego que tanto amaba, Ecos del Relámpago. Todo parecía igual… pero no lo era.
En la pantalla de inicio, donde normalmente decía “Presiona Start”, había un nuevo mensaje en letras pequeñas y rojas:
/inputcode:_PLAYER2ACCESS//
Mateo sintió que el corazón le latía más fuerte.
—¿Es una puerta secreta?
Recordó lo que Leo dijo sobre “leer señales invisibles”. Mateo se concentró, intentando que la energía dentro de él activara algo. Y lo logró. Sus ojos brillaron un segundo, y vio que las letras del mensaje se reorganizaban como si fueran piezas de un rompecabezas.
/Player2: Mateo seleccionado. Acceso parcial concedido.
La pantalla cambió, mostrando líneas de código y símbolos extraños. Pero en medio de todo, había una palabra resaltada varias veces: “Proyecto R.A.Y.O.”
—¿Proyecto… qué?
Mateo tecleó los comandos que recordaba de sus clases de informática y logró abrir un archivo oculto.
Allí encontró una serie de grabaciones de video de científicos en un laboratorio. En una de ellas, una mujer hablaba directamente a cámara:
—Este será nuestro intento final. La fusión entre cerebro humano y código digital ha tenido resultados inestables. Necesitamos encontrar sujetos compatibles. Preferiblemente, adolescentes con cerebros activos y afinidad por los videojuegos. Su plasticidad neuronal es ideal para absorber la energía… sin descomponerse.
La imagen se detuvo. Mateo no podía creerlo.
—¿Esto es un experimento? ¿Yo soy parte de eso?
Se apoyó en la silla, temblando. Todo lo que creía haber descubierto por casualidad… tal vez fue planeado desde el principio.
Como si alguien —o algo— hubiera decidido usar su vida como un nivel más del juego.
Y entonces, otra alerta apareció en la pantalla:
Nueva misión disponible: Encuentra el Archivo Madre. Localización: Desconocida. Riesgo: Elevado.
Mateo respiró hondo.
—Ya no hay vuelta atrás.
Mateo salió de su habitación con el corazón acelerado. Necesitaba aire. Caminó sin rumbo por su barrio, tratando de organizar sus pensamientos.
¿Quién había creado ese proyecto? ¿Qué significaba “Archivo Madre”? ¿Y por qué él había sido seleccionado?
Mientras cruzaba el parque donde entrenó con Leo, notó algo extraño. Una chica, sentada sola en una banca, sostenía una tableta que proyectaba una imagen idéntica a la interfaz del videojuego.
Se detuvo, dudando.
La chica levantó la mirada. Tenía cabello corto, gafas negras y una chaqueta con el logo de Ecos del Relámpago. Lo miró como si lo hubiera estado esperando.
—Llegas tarde —dijo con una voz tranquila pero firme.
—¿Nos conocemos? —preguntó Mateo.
—No oficialmente. Soy Lara. También fui golpeada por el rayo… hace dos años.
Mateo dio un paso atrás, sorprendido.
—¿Dos años? ¿Cómo…?
—No soy la única. El Proyecto R.A.Y.O. fue activado hace tiempo. La mayoría no sobrevive a la primera fase. Pero tú llegaste al nivel tres en solo tres días. Eso no es normal.
Lara deslizó la pantalla y mostró un mapa lleno de puntos rojos y azules. En el centro, un punto verde parpadeaba con intensidad.
—¿Ese soy yo? —preguntó Mateo, señalando el punto.
—Eres el último jugador activo. Todos los demás han sido desconectados… o consumidos por el sistema.
Mateo sintió un nudo en el estómago.
—¿Y Leo? ¿Él también es parte del proyecto?
Lara dudó.
—Leo fue parte del primer grupo de pruebas. Pero ahora… nadie sabe realmente de qué lado está.
El silencio entre ellos fue interrumpido por una nueva alerta, que vibró en ambos dispositivos al mismo tiempo:
Rastreo detectado. Jugadores marcados. Unidad de purga en camino.
Lara se puso de pie de inmediato.
—Nos encontraron. No podemos quedarnos aquí. Si te quedas quieto, te borrarán del sistema.
Mateo asintió, sin comprender del todo, pero sabiendo que debía seguirla.
Corrieron juntos hacia un túnel de servicio debajo del parque. Mientras descendían por una escalera metálica, las luces comenzaron a fallar.
Mateo miró a Lara.
—¿Tienes idea de a dónde vamos?
Ella sonrió levemente.
—No. Pero si quieres respuestas, primero tenemos que sobrevivir.
El túnel parecía no tener fin. Las paredes estaban cubiertas de cables viejos, grafitis extraños y símbolos que a Mateo le resultaban… familiares.
—Estos dibujos… los vi en el nivel oculto del juego —murmuró, pasando los dedos por un círculo con un rayo en el centro.
Lara asintió.
—Los desarrolladores del juego no eran simples programadores. Muchos eran científicos y criptógrafos que usaban el juego como una red de comunicación encriptada. Todo está conectado.
Siguieron avanzando hasta llegar a una sala iluminada por luz azulada. En el centro había una consola tecnológica, oxidada pero encendida.
En la pantalla, una palabra titilaba: "INTERFAZ NEURONAL DISPONIBLE".
Lara colocó su mano sobre el escáner.
—Necesitamos sincronizar tus datos con el archivo base. Si el sistema nos acepta, encontraremos la ubicación del Archivo Madre. Si no…
—¿Si no?
—Podemos quedar atrapados en la interfaz virtual para siempre. Como fantasmas de código.
Mateo tragó saliva, pero dio un paso al frente.
—Estoy listo.
La consola emitió un sonido grave. Un casco con cables descendió del techo. Mateo se lo colocó sin pensarlo demasiado.
Todo se volvió oscuro.
Segundos después, su mente fue arrastrada a una simulación digital. Estaba de pie sobre un puente flotante hecho de datos y líneas de energía.
Frente a él, aparecieron cientos de pantallas que mostraban escenas de su vida: jugando videojuegos, viendo anime, discutiendo con su madre, riendo con amigos, soñando despierto...