El poder oculto

Capítulo 13: Pacto de sangre

Esa noche, mientras mis padres cenaban, yo observaba mi plato de espinacas, sin probarlo siquiera.

Mi padre me miró y mi madre me dijo con tono preocupado:

—Tamara, estás muy pálida y no tocaste la comida. ¿No te estarás volviendo anoréxica?

Con calma y desganadamente le respondí:

—No, mamá. La espinaca no engorda.

Ella se puso de pie y tocó mi frente. Luego añadió:

—No tenés fiebre, ¿te sentís bien?

El fastidio que me producía escucharla evitaba que me pusiese a llorar. Sentía un horrible nudo en la garganta y un vacío en el estómago. Aproveché ese momento para decirle que me sentía mal y subí a acostarme.

Cuando entré a mi habitación, vi entrar a Samanta por la ventana, la abracé y le susurré:

—¿La viste? Dicen que los gatos tienen el don de ver a los espíritus. No sabés lo mucho que la extraño.

Me adormecí recordando los sucesos ocurridos durante el día, mientras Samanta dormía a los pies de mi cama. Lo que sucedió después aún es inexplicable para mí. Cuando todo comenzó, no supe si estaba despierta o dormida. Sentí desde mi cama que una presencia incorpórea pasaba al lado de Samanta y venía hacia mí. Al estar muy cerca, intentó entrar a través de mi garganta. Me estaba asfixiando. Le ordené con mi mente que se alejase.

Abrí los ojos. No podía respirar. No veía a nadie, pero una fuerza invisible intentaba poseerme. Samanta saltó sobre mi pecho con todo su pelaje erizado y sentí que por fin el aire podía penetrar en mis pulmones.

Me incorporé y en la oscuridad de la noche pude ver frente a mi placard una silueta oscura.

Encendí el velador. Pero en el lugar en donde había visto la sombra solo podía distinguir mi armario. Esperaba que aquello solo hubiese sido una pesadilla.

Abracé a Samanta y después de un tiempo logré quedarme dormida. La noche fue rica en sueños y estos resultaron ser extraños y oscuros.

Después de cada sueño me despertaba. Parecía como si fuesen reales, como si esas situaciones las estuviese viviendo y no soñando.

En el primero, me encontraba en una cueva, era fría y oscura. El fuego del caldero no llegaba a alumbrar todos los rincones. Mi atuendo era peculiar. Tenía un vestido medieval negro con algunos detalles en rojo y una capa también negra.

En el caldero plateado una densa sustancia se estaba calentando. Parecía un metal líquido, como un espejo, en el que mi reflejo no se producía.

Saqué de mi corset una daga muy antigua y reluciente, parecía de plata con incrustaciones de una piedra preciosa color violeta. Yo sabía lo que estaba haciendo. No sentía nada. No tenía emociones. Solo actuaba como guiada por un poder ajeno a mí. Extendí mi brazo izquierdo y con la hoja de la daga suavemente corté la palma de mi mano. Cuando la sangre comenzó a surgir apreté mi puño. Giré mi muñeca y dejé caer un hilo de sangre sobre el líquido, formando neblinosos dibujos en la superficie espejada. Mientras esto sucedía, yo repetía:

—Permítanme ver el pasado, el presente y el futuro. Dénme el poder de las visiones y el entendimiento.

Me desperté con mucha sed. Me dolía la mano, pero no estaba lastimada, aunque me pareció ver una sombra oscura sobre mi palma. Debía ser solo mi imaginación. Samanta dormía tranquilamente entre mis sábanas.

Me levanté, tomé agua y miré la hora pero el reloj había dejado de funcionar. Las tres agujas se habían parado en el doce.

Apagué la luz. No tenía miedo. Me abracé a Samanta y no me costó nada sumergirme en el siguiente sueño que extrañamente fue la continuación del anterior.

Veía en el caldero mi imagen, pero no era mi reflejo. Era yo en otra situación. Extendía mi mano derecha con unas largas y filosas uñas. La miraba. La llevaba hacia mi pecho. Presionaba sobre este y lo traspasaba. Extraía de él mi corazón que aún latía. No moría. Miraba frente a mí y decía:

—Si no puedes tener mi corazón, nadie más podrá tenerlo jamás.

Este dejó de latir y se convirtió lentamente en piedra. Lo arrojé al suelo. No se rompió, pero cuando quise pisarlo, se convirtió en polvo. En ese momento levanté la vista del caldero pues la imagen se desvanecía.

Miré hacia las profundidades de la cueva. Alguien surgía desde las sombras. Se aproximaba una figura encapuchada pero familiar. Cuando llegó frente a mí, desde el otro lado del caldero, descubrió sus cabellos negros y sus ojos grises me observaron. Luego dijo:

—Eso se puede evitar haciendo un pacto de sangre. 

Extendió su mano izquierda y con la derecha tomó la mano con la que yo sujetaba la daga y la guio sobre su palma abierta, dejando surgir la sangre de la herida que acababa de provocarse. Mi mano aún sangraba. Él unió las dos heridas. Un hilo de las sangres mezcladas caía sobre el caldero. Ambos añadimos:

—Ya está hecho.

Él dijo:

—Así como nuestra sangre, nuestro poder se ha unido. Desde este momento, si estamos juntos seremos invencibles y nuestros espíritus trascenderán los espacios y el tiempo.



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En el texto hay: brujas, romance adolecente, paranormal suspenso

Editado: 17.07.2020

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