El poder oculto

Capítulo 19: Iluminada oscuridad

Esa tarde de enero salí de mi casa temprano porque mi madre me había encargado ir a comprar jalea real y germen de trigo en la herboristería que estaba frente a la iglesia. Nunca antes había ido a ese lugar, pero ella me había dado claras instrucciones de cómo llegar y de cómo actuar. 

Me había prohibido rotundamente entablar cualquier tipo de conversación con las personas que allí pudiese encontrar. Me dijo que había muchos indigentes que iban a pedir limosna a la iglesia y con su cerrada mentalidad, pensaba que la pobreza era un pecado. 

En la clínica donde ella trabajaba le habían recomendado la jalea real fabricada por los franciscanos. Esta, solamente se vendía en esa herboristería. 

Antes de bajar del colectivo, jamás hubiese imaginado lo que me esperaba allí. En los alrededores del templo se alzaban decenas de negocios, santerías y librerías con productos y libros esotéricos. No solo me sorprendió el hecho de que una iglesia católica estuviese rodeada por tantos artículos paganos, sino que además me daba cuenta de que había muchas creencias y de que el mundo mágico había buscado distintos caminos para manifestarse. 

La adrenalina crecía dentro de mí junto con la curiosidad. Me preguntaba qué cosas me podrían ser útiles y cuál sería la magia más efectiva. Recordé algo que me pareció haber escuchado alguna vez de mi abuela: "La magia está dentro de uno mismo". 

Me llenaba de emoción estar leyendo letreros con inscripciones como "Videncia" y "Consulte el tarot de...". Era evidente que había mucha gente que se dedicaba a lo que yo llamaba magia. Aunque, años después, comprendí que en realidad lucraban con lo que yo llamaba magia, aun sin tener idea de lo que la magia era realmente. 

Me ponía más feliz todavía haber llevado parte de mis ahorros por si encontraba algo que me interesase comprar. 

Una vez dentro de la herboristería, distinguí decenas de estantes repletos de frascos con sustancias que yo no conocía. El pequeño negocio estaba tan abarrotado que no podía entender cómo no se derrumbaban las torres de frascos en equilibrio inestable. 

Detrás de un mostrador de madera, un atlético joven de no más de veinte años me miraba con sus oscuros ojos parcialmente cubiertos por un desmechado flequillo rubio que le llegaba casi hasta sus sensuales labios. En su cuello llevaba una gargantilla de cuero negro con una argolla color plata. Me fascinó pensar que al igual que Teby, él tenía un gusto muy peculiar para la ropa. Su camisa negra estaba prendida con alfileres de gancho de diferentes tamaños y de su cintura colgaban numerosas cadenas. 

Me acerqué al mostrador y le solicité: 

—Necesito germen de trigo y jalea real. 

Asintió con la cabeza y comenzó a revolver en una de las cajas que estaban apiladas bajo el mostrador. Sin mirarme y con voz varonil preguntó: 

—¿Querés un frasco de 250 o de 500 gramos? 

Dude un momento, la verdad era que mi madre no había especificado el tamaño de los frascos. Luego, respondí: 

—De 250 por favor. 

Había decidido optar por el más pequeño, ya que si se acababa rápido, tendría que volver a comprarle nuevamente y no me disgustaba para nada esa idea. 

Pasados unos segundos, reapareció detrás del mostrador, extendió su mano de puntiagudas uñas negras y me alcanzó un paquete de germen de trigo. Un momento antes de tomarlo, distinguí una blanca cicatriz que cruzaba su muñeca. Sin pensarlo, sujeté su brazo fijando la vista en la herida. Luego levanté mis ojos hacia los suyos y lo interrogué con la mirada. Él retiró su brazo suavemente y bajó un poco el puño de su camisa. Dejó el paquete sobre el mostrador y sin mirarme susurró: 

—No fue nada... Fue hace mucho. 

Sonreí tímidamente. No volví a hablar acerca del tema. Estaba segura de que eso lo incomodaría y yo acababa de conocerlo. 

Después de colocar los productos en una bolsa y cobrarme, mientras me daba el vuelto, me preguntó mirándome de pies a cabeza: 

—¿Te vestís de negro por algún motivo en especial o es simplemente casual? ¿Pertenecés a algún grupo oscuro? 

Lo miré perpleja. Hasta ese momento, yo era simplemente Tamara y si bien últimamente había optado por un guardarropa extremadamente oscuro, que tomaba como un reflejo de mi intrincado interior, no había reparado en que mi apariencia podía tener un significado especial. 

—La verdad es que no pertenezco a ningún grupo. En realidad, considero que mi tendencia a usar negro nace por una necesidad de expresar un digamos... duelo por los sueños perdidos y por... la nostalgia de algo que nunca será, por decirlo de alguna manera. 

No se lo dije en ese momento, pero hasta ese instante, no me había cuestionado esa necesidad de exteriorizar la oscuridad de mis pensamientos. Pensaba que solamente me vestía de negro porque me gustaba y nunca antes había creído que algo tan superficial como la ropa pudiese manifestar algo tan profundo como sentimientos o una postura diferente ante la vida. Pero debía reconocer que lo que acababa de decir había impresionado al joven, a quien creo que le parecí muy interesante. Para que el hilo de la conversación siguiese fluyendo, agregué: 

—¿Vos cómo te definís? ¿Sos parte de algún grupo? 



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En el texto hay: brujas, romance adolecente, paranormal suspenso

Editado: 17.07.2020

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