El poder oculto

Capítulo 47: Teoría de las sombras

   El invierno era frío y las frecuentes tormentas de nieve nos mantenían aislados dentro de los cálidos muros del hotel. Sin embargo, el clima implacable no evitaba que los turistas llegaran desde los más recónditos lugares del planeta. Venían buscando alejarse de las ocupaciones de su vida diaria, ayudaban a acrecentar con algunos ceros las cuentas de mi padre y se marchaban con las valijas cargadas de chocolates e historias para contar.

   No me molestaba el aislamiento. Además, había aprendido a ignorar a los huéspedes pretenciosos y vacíos que circulaban por los pasillos y los espacios que compartíamos. Sentía que nuestro reclutamiento y nuestro esfuerzo nos sería de utilidad en un futuro. Todo aquello vería sus frutos tarde o temprano, porque un sacrificio grande daría una recompensa de la misma magnitud. 

   Para ser sincero, aunque llevábamos un ritmo de estudio y entrenamiento agotador, creo que los cinco estábamos convencidos de que valía la pena. Disfrutábamos intentando volvernos mejores día a día y aunque teníamos una buena relación, vivíamos compitiendo entre nosotros. 

   Los entrenamientos de Blas me habían permitido desarrollar los reflejos, la fuerza y el equilibrio. Con Alan aprendí a hipnotizar, a volver las conversaciones a mi favor y a analizar la totalidad de las situaciones con suma frialdad. Las clases con el viejo Al, tal como esperaba, se volvían cada vez más siniestras. 

   “Uno no puede defenderse de lo que no conoce”, solía decir el anciano para justificar sus lecciones de magia negra. Eran clases puramente teóricas, aunque estábamos seguros de que en caso de ser necesario, podríamos llevar a cabo ese tipo de rituales y conjuros. 

   Si bien muchas veces Al nos enseñaba simples trucos e ilusiones, en algunas de sus clases nos transmitía información realmente interesante. Durante aquellas clases de conocimiento que yo consideraba real, llevaba un libro antiguo cuyas hojas quebradizas estaban cosidas con cabello. Yo estaba casi seguro de que se trataba de su propio grimorio. Si así era, tal vez compartía con nosotros la sabiduría antigua de sus propios antepasados, aunque quizás se lo había quitado a alguien más. 

   Sus lecciones iban desde simples amarres y hechizos de amor, hasta las más cruentas venganzas. Me sorprendió saber lo que un ser humano era capaz de hacer tan solo poseyendo el nombre completo de un enemigo desprevenido y utilizando hielo y un poco de sangre para torcer el destino en su contra. 

   Tomaba notas con lujo de detalles de aquellas lecciones que yo consideraba de magia real para agregar el conocimiento a mi propio grimorio. No tenía pensado utilizar por el momento esa información, pero en caso de ser necesario, siempre resulta útil contar con la herramienta adecuada.

  En una de sus clases aprendimos Umbraquinesis y aquello nos interesó particularmente a los cinco. El viejo Al nos deslumbró con la teoría de cómo lograr la concentración necesaria para conseguir controlar a las sombras. Para dominar la oscuridad se necesitaba tener manejo de la luz, puesto que las sombras solo pueden existir con cierta coherencia en la iluminación. Si actuábamos sobre la luminosidad repeliendo a los fotones podríamos desplegar mantos de oscuridad. De ese manto, con la concentración necesaria, sería posible crear un ente que respondiera a nuestra voluntad, un ser de sombras carente de alma. 

    —Tenemos que intentarlo  —dijo Sasha después de que el viejo abandonara la biblioteca.

   —No me parece una buena idea. La mayoría de las cosas que nos enseña Al están relacionadas con la magia negra —dijo Tamara con cierta inseguridad en la voz.

   —La magia negra no necesariamente es mala. Se vuelve mala únicamente si la usás para dañar a alguien, pero también podrías utilizarla para ayudar a otros —explicó Natasha. 

   —¿A quién ayudaríamos creando un esbirro de sombras? —interrogué para apoyar a Tamara, aunque en el fondo me moría de ganas por hacer el hechizo.

   —A nadie, pero tampoco le estaríamos haciendo daño —replicó la joven albina. 

   —Es verdad, la sombra actúa bajo las órdenes de quien la convoque. Al menos eso explicó el maestro —dijo Sebastián que siempre apoyaba lo que decía Natasha. 

   —Está bien, hagámoslo, pero solo para ver si funciona y yo no voy a convocarla —aceptó Tamara. 

   —Yo lo hago, pero tienen que ayudarme con un poco de su energía —se apresuró a decir Sasha.

   Todos aceptamos. No teníamos malas intenciones, solo volvernos cada vez más fuertes. Necesitábamos probarnos a nosotros mismos y demostrarles a los demás todo lo que podíamos hacer. En ese juego en donde todos querían tener más poder, los límites se tornaban cada vez más lejanos. 

   Sasha tomó una tiza blanca de una pequeña pizarra que habían colocado para nuestras clases y dibujó un enorme pentagrama en el suelo de la biblioteca. Luego se colocó en la punta de la estrella pitagórica que apuntaba hacia el sur y los demás nos posicionamos en las otras. 

   Tenía a Sasha y a Tamara a mi lado. Nos tomamos de las manos formando un círculo. Los cinco repetimos al unísono, una y otra vez, las palabras que nuestro maestro nos había enseñado. 

   Podía sentir la electricidad en el ambiente y el aire que se tornaba cada vez más denso. Era igual a los momentos previos a que se desate una tormenta eléctrica. Poco a poco, la oscuridad se concentraba en el centro del pentagrama, o tal vez la luz se apartaba para que se formara aquel ente en su ausencia. A medida que el poder abandonaba nuestros cuerpos, aquella criatura parecía adquirir apariencia humana.

   Tamara me apretó la mano con fuerza cuando la criatura comenzó a caminar hacia nosotros, pero no rompimos el círculo. Aquel ser que habíamos creado y que al parecer Sasha estaba controlando atravesó nuestros brazos. Cuando lo hizo no sentí más que un cosquilleo en la nuca y el miedo propio ante lo desconocido. 



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En el texto hay: brujas, romance adolecente, paranormal suspenso

Editado: 17.07.2020

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