El poder oculto

Capítulo 49: Un pasado oscuro

   La primavera se demoró en llegar y aquel lunes fue el primer día templado después de una temporada en la que la nieve y el viento nos habían recluido a todos en el hotel. Alan nos propuso a los cinco que tomáramos la clase de ese día al aire libre y estuvimos de acuerdo. 

    Nos sentamos en ronda en un claro cerca del lago espejado. El profesor comenzó la clase preguntándonos a cada uno cómo había estado nuestra semana y cómo íbamos con la preparación de los exámenes. Conversamos durante algún tiempo de nimiedades y luego Alan propuso que durante la clase hipnotizáramos a alguno de nosotros. Contábamos con el material teórico que explicaba la forma para hacerlo, pero era la primera vez que lo pondríamos en práctica. 

   —Necesito a dos voluntarios para este ejercicio. Uno de ustedes deberá indagar en la mente del otro y lograr que revele algo que haya olvidado de su pasado. No podemos recordar absolutamente todo. La mente selecciona aquello que podemos saber en forma consciente y relega al inconsciente muchas de nuestras vivencias que considera innecesarias o peligrosas —dijo Alan y nos observó uno a uno.

   —¿Se puede enviar pensamientos al inconsciente de forma voluntaria? —preguntó Sasha.

   —Requiere de mucha práctica, pero no es imposible. Cuando estudiamos algo de memoria ponemos toda nuestra concentración en recordar aquello que consideramos importante, mientras que algunos temas son pasados por alto. Una parte quedará en nuestra conciencia, mientras que lo demás va más allá. Es posible que pensemos que lo hemos olvidado y que regrese a nosotros disfrazado de alguna manera. Por ejemplo, en los sueños fragmentos de nuestra vida acuden a nosotros, aunque no siempre podamos entenderlos con claridad —explicó el padre de Tamara.

   —No me refiero a eso. ¿Podemos hacer que otra persona olvide cosas? —volvió a indagar el pelirrojo.

   Alan frunció el ceño levemente. Parecía estar teniendo un debate interno con respecto a qué información debería facilitarnos. Finalmente respondió:

   —No sería ético alterar los recuerdos de alguien. Sin embargo, algunas veces es necesario por el bien de la persona que olvide ciertas vivencias o que recuerde sucesos que no acontecieron en realidad. Los recuerdos nunca son exactos. Siempre hay alteraciones, porque el cerebro tiende a completar las escenas aunque carezca de la información suficiente para hacerlo. Comenzando por completar esos detalles, es posible modificar el escenario del recuerdo en su totalidad. 

   No me sorprendían las palabras del profesor, después de todo había intentado alterar mis propios recuerdos en más de una ocasión y tanto mi padre como yo habíamos modificado los de Susana. Esperaba que alguien más se presentara voluntario para que lo hipnotizaran porque prefería que nadie violara la intimidad de mis pensamientos.

   —¡Genial! ¡Yo quiero ser quien haga la hipnosis! —exclamó Sasha y se estiró para tomar un péndulo de cristal de roca que el hombre tenía sobre sus libros. 

   —¡Muy bien! Ahora, solo necesito algún valiente que permita que Sasha lo guíe por aquellos momentos de su historia que se borraron —dijo Alan.

   Cuando clavó sus ojos negros en los míos, aparté la vista. Temía que si nadie aceptaba participar, me obligara a ser el conejillo de Indias de Sasha.

   —Está bien, yo voy —dijo Sebastián, no muy convencido, después de un tiempo considerable en el que nadie habló.

   —¡Excelente! ¡Qué comience la diversión! —agregó Sasha y fingió una risa malvada, mientras se frotaba las manos. Natasha y Tamara se rieron de su mala actuación y Sebastián suspiró resignado.

   Los voluntarios se arrodillaron uno frente al otro y Sasha comenzó a hacer oscilar el péndulo frente a su compañero. A continuación, lo fue guiando con voz monótona y pausada para que relajara cada parte de su cuerpo. Cuando recibió la orden, Sebastián cerró los ojos y entró en una especie de trance.

   —Entrá en un recuerdo que hayas vivido, pero que no recuerdes y narrá lo que veas —ordenó el pequeño con voz neutra.

   Tal vez Sebastián fuera un actor estupendo o bien Sasha había logrado su cometido. El muchacho comenzó a contar cosas que vivió en distintos momentos de su vida. Andrés Rochi había sido un gran padre para él, nunca le había faltado nada y siempre había obtenido todo lo que quería. Había viajado por el mundo y pasado por distintos colegios en los que había conseguido hacer amigos con facilidad. Se destacaba en los estudios y había salido con algunas chicas. Su vida era demasiado perfecta como para que la clase resultara entretenida, pero un recuerdo de sus padres acaparó la atención de todos. 

   —Estoy en los brazos de mamá. Está arreglada y huele bien. Papá está revisando la comida del horno. Yo hice trampa porque me dejaron comer antes que ellos y que las visitas. Tocan a la puerta y mamá y yo vamos a abrir. Estoy feliz porque llegó mi padrino y siempre que viene me trae juguetes. Saluda a mamá con un beso en la mejilla y a mí me acaricia la cabeza. Trajo regalos para ambos. A mamá le da una botella y a mí un tablero donde están todos los animales, cuando los presiono hacen sonidos. Quiero ir a jugar. Mamá le agradece a Andrés y me lleva a mi habitación. Estoy muy divertido, pero viene mamá a decirme que es hora de dormir. Me arropa y me lee un cuento. Finjo dormir para seguir jugando cuando se vaya. Por suerte dejó la luz encendida. No me gusta la oscuridad. Me encanta mi nuevo juguete y si no hubiera sido porque escucho a alguien toser, hubiese seguido jugando. Me gana la curiosidad y voy al baño. Mi padrino está de rodillas con la cabeza en el inodoro. Me acerco y le acaricio el brazo para que se sienta mejor. Me mira con los ojos rojos y las mejillas húmedas por las lágrimas. Seguro que le dolía mucho la panza —contó Sebastián.

   Estaba escuchando expectante lo que pensé que era la anécdota de mi padre en cierto estado de ebriedad, pero la realidad resultó ser mucho peor de lo que imaginaba.



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En el texto hay: brujas, romance adolecente, paranormal suspenso

Editado: 17.07.2020

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