El poema de Esteban

I. Esteban

El poema de Esteban

 

Qué hay detrás de un libro de amor

cuándo ya no hay más nada qué decir.

 

Gonzalo Romero


 

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Verba volant, scripta manent. 












 

I - El poema de Esteban




















 

En la casa de Esteban 

 

En la casa de Esteban, las paredes hablan poesías con la temperatura bajo cero y la “presión” en suelo, por debajo. En la casa, las puertas se cierran y se abren las habitaciones con las rejas en la garganta de los ojos, las persianas crujen cada vez que un secreto grita una lágrima y se calma la sed entre ceja y ceja. En la casa de Esteban, no hay poesía que se pueda entender con los ojos cerrados. No hay puertas que puedan permanecer abiertas, como cerrando la entrada al sueño que se duerme en cada habitación.

En la casa de Esteban, los tulipanes deben ser reales y su aroma debe ser lo que se supone. Se debe dejar de bostezar el recuerdo y aprender a hacer silencio antes de escribir. Convertir las palabras en canción para que se vayan volando en las noches donde las letras no alcanzan a ver el sol.

La casa es un laberinto de dudas en tres habitaciones y conviven los fantasmas junto con los sueños de quienes la habitan. De vez en vez, podés cruzarte con un humo y ver en él quién fumó el último suspiro y no abrió la ventana del living porque la brisa los roza y los despierta del sueño.

Está quién no valora, quién no se valora, quién cierra las puertas y quién las esconde. Circunda una realidad ajena entre la puerta de salida y las de las piezas, cada metro es un secreto mal contado o mal escrito en pasillos sordos y pisos sin renglones donde caminan con la letra desprolija en cada paso de sus cuerpos, siempre apurados porque cada segundo guarda una lágrima —bien vestida en pantalones rojos, zapatos negros y camisas arrugadas— en el calendario de las noches, mal abrigados y sin más que un abrazo entre miradas que se escapan.

 

— No estás sólo, lo sé.

 

En la casa de Esteban, las hojas de los árboles son siempre verdes, el tiempo les pasa por el lado y no se las llevan las tormentas ni el viento. En el patio, se sientan a caminar otros pensamientos tan diferentes de lo que son y tan parecidos en la familia. Los sueños se duermen un ratito bajo el quincho y las pesadillas son sólo un viento a la caricia de sus cabellos.

Hay muchos que han habitado esa casa para no volver, pero siempre son bien recibidos porque en la casa cada pesadilla se convierte en sueño cuando alguna vez han sido invitados para leer otras vidas. No los crean malos, son una biblioteca sin sillón y una ventan siempre con sol donde las preguntas alcanzan muchas alturas y pocas certezas.

La casa es simplemente hermosa y habitable cuando uno se acostumbra a cruzarse con las humedades del último que caminó en el pasillo que une las habitaciones. El corazón se pasa entre los que piden fuego y rechazan los pesos de los favores, se fueron cuatro y volvieron cinco a la misma casa.

El cielo es demasiado chico para tanto vuelo y pintaron el techo de la casa de color blanco para estar más cerca de las nubes y lejos de los sueños.

Cada uno de ellos miente su nombre, el último espera aún ser rescatado. Pero es de pocas palabras para nombrar tanto sus latidos y sonríe al escribir que puede hablar con otros significados y otro idioma que se entiende mejor más que las caricias en dedos pocos poetas y manos tan lectoras. Juega siempre a leer su vida fuera del autor donde puede ser protagonista de su guión y cambiar de nombres siempre en el mismo renglón y salvarse de los pestañeos para soñarse despierto. 

En la casa de Esteban, hay poetas y pocos dedos despiertos. Las puertas abiertas los van a salvar. No creen en la tinta que dibujan nubes y se olvidan que las flores, luego de la lluvia, también sonríen.

 

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Cinco años antes

 

En la reunión del curso de la promoción del 2019, cinco años después, Esteban ya contaba con un presente prometedor. Sus compañeros gozaban de una vida esperable, pero con frutos que no se esperaba y eso se le notaba en la cara. Muchos lo saludaron por sus logros de audiencia, viajes, proyectos terminados y alguna que otra suspensión en la toma correcta de decisiones. Cosa que siempre le molestó ya que no había seguridad de que la muchedumbre entendiera lo esencial de su arte pero agradeció el compromiso por el mismo motivo. 

 

Habían situaciones en el hogar que no habían cambiado y la distracción del evento estaba a cargo de los mismos intérpretes del cantar y del danzar. Como poco habían cambiado, Esteban estaba ahí como siempre. Muchos además no habían llegado, otros cancelaron cenas o decidieron cambiar el plan de terminar el día temprano cerrando las persianas de la jornada y evitar el jolgorio. Del resto, parece que ni se enteraron. 

 

Esteban andaba pensando en que la música no suena igual en ambos lados de la calle Colón, no se viaja bien sino de noche por la misma calle y que el cigarrillo que mejor fumó fue después de llorar, cinco años atrás, tras una hipotética despedida que digamos que nunca pasó. Ahí andaba, entre vaso y cigarrillo desafiando los límites del placer que tanto viaje y tantas horas de bienvenidas lo acercaron de nuevo a la soledad entre tantas personas que más que conocidos, eran miradas que se habían encontrado un tiempo atrás. Sólo un viaje entre dos pares de ojos había considerado humildemente con sinceridad. Uno de los pares, hermoso color marrón oscuro y en el medio una perfecta circunferencia que rodea perfectamente las ilusiones del azar. El otro par, un camino, un medio para llegar con un paisaje lleno de montañas y difícil transitar. Y ahí se quedó el azar, en una ilusión a contramano y un libro sin poderse editar. 




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