El Poeta Y La Sirena

Capítulo 7

No fue mayor problema tomar unas cuantas cosas y ponerse tras el volante del Jeep. Si fuera por él, llevar equipaje debería ser penalizado, una felonía ¿Para qué llevar consigo recuerdos de lo que se quería dejar en el pasado simple? Su futuro sin conjugar era incierto, mas precisaría de uno que otro recurso del imperdonable pasado.

Desde su hogar en Kitee eran alrededor de dos horas hasta el castillo; justo la cantidad máxima de horas que soportaba conducir. Prefería ser un pasajero más, no la cabeza de las travesías. Ir de gira era un descanso pese a las interminables carreteras y millas en el cielo humano. No tenía que preocuparse por el destino de nadie si no estaba frente a un timón.

Un audiolibro de El Pozo y el Péndulo de Edgar Allan Poe amenizaron el tiempo que pasó como piloto de un trío de niños ansiosos por llegar al lugar asignado para la salida del campo de la escuela de la vida.

En el asiento trasero, un homúnculo de unos diez años leía ansiosamente un tomo de historia natural; otro menos agraciado de diecisiete años con gafas redondas recordaba su primer beso, trataba contener su masculinidad entonando algo soso en su saxofón; y en medio de estos dos homúnculos, un infante sonriente jugaba en un arenero y estaría en problemas si no encontraba el soldado de juguete de su hermano mayor. 

La carretera ronroneaba dándole profundidad a la ya grave voz del narrador del audiolibro. 

“No es que me aterrorizara contemplar cosas horribles, sino que me aterraba la idea de no ver nada.” Poe le recordaba que no podía huir de su predisposición a atestiguar lo imperdonable, así quisiera arrancarse los ojos, su verdadero ser jamás le haría la vista gorda a esos horrores que eran inevitables.

En los sueños en los que todo era tan nítido como una película filmada con equipos de última tecnología, su ser se sentaba sobre las nubes del subconsciente y observaba la proyección del filme a la expectativa de un fragmento que le invitara a ser parte de la escena. En contraste, había ocasiones en las que la calidad de la proyección era de la década de los veinte, con exceso de efecto granito; no era el espectador sino el intruso que buscaba en medio de la niebla figuras definidas; con su arma invisible cortaba la densa cortina de humo para dejar al descubierto la obra maestra de esa noche de estreno.

El horizonte pintado de colores fríos con modestas tonalidades más brillantes en donde la luz del sol era más fuerte que el frío del aún lejano invierno.

El sonido del auto rasgando el viento a su paso. 

¡Sk! El péndulo cortó su cráneo. 

El contenido de sus sesos se derretía como lava que quemaba su rostro. Sus carnes deformes intentaban recuperar su forma usando los sesos como pegamento para reconstruir su rostro: la máscara que le permitía mirar al mundo sin vergüenza.

El sendero de piedra con pinos a cada lado del camino dejaron que su alma se transportara a los interminables días de juegos antes de que perdiera todo interés por recuperar su inocencia.

Los gritos, carcajadas histéricas, aplausos, y un lloriqueo eventual eran los sonidos más dulces de la tierra en esa época ¿Cómo plasmas esos sonidos celestiales en un pentagrama? Lauri aún no sabía cómo hacerlo. 

Un Mercedes Benz en la entrada del castillo. 

No era para alarmarse. Al ser un lugar de encuentro de los aliados, era normal que no fuera a estar solo durante su periodo de reencuentro con sus más tiernos recuerdos y su eterna pesadilla.

Los Mercedes eran de uso frecuente de aquellos que no tenían que ensuciarse las manos con sangre de desalmados. No sería un gran lío toparse con uno de los señores ya retirados del campo de batalla, a menos que le pidieran que se uniera a ellos en una charla formal, esa sí que sería una pesadilla. Lauri es un ser de fogatas, no de reuniones de estirados.

Sacó de la guantera el dispositivo para abrir la compuerta oculta. 

El artículo ovalado plateado tenía tres botones: verde, rojo, negro.

''Esto parece un dildo tamaño compacto''.  

Ese comentario espontáneo de su pequeña amiga con respecto al pequeño artefacto, provenía de un pasado no muy lejano cuando tuvo que escoltarla hacia el castillo para el gran baile de las familias aliadas. 

Probablemente la ocurrente Harkönnen estaba en Henley-on-Thames o en Oxford volviendo a sus padres locos con sus episodios dramáticos para conseguir lo que quería o camuflándose entre los sosos ingleses de la realeza disfrazada con trajes de-sastre en tonos pasteles.

Sobre el espejo reflector, sus ojos almendrados cafés abriéndose como puertas del infierno y su ceño fruncido mientras vociferaba cosas sin sentido. Todo un espectáculo de comedia trágica. Desde que era una pequeña de tres años tenía esa facilidad para cambiar de estado de mental de racional a irritable. A pesar de ese carácter indomable, la criatura explosiva se calmaba con el contacto con el agua o una melodía pegajosa.

Presionó el botón verde y ante él, el césped verde vibrante se fue abriendo como si el centro de la tierra estuviera a punto de revelarse. 

El crujir de dientes proveniente del averno se acercaba.

Condujo hacia su destino final. 

Esa plataforma que te llevaba a las entrañas de la historia que los unía a todos había visto ingresar a hombres hechos cenizas, otros heridos, lesionados, agotados por alguna batalla inesperada mas el poeta que se desplazaba por ella sangraba internamente. Era una fuga de vida que no lograba detener. Tenía que llegar al corazón de ese reservado lugar para soldar su armadura y seguir blandiendo su batuta.

El olor a llantas y combustible inundaba el inmenso parqueadero que podía albergar hasta a cien vehículos de buen tamaño y unos tres tanques.

En el momento sólo había unos veinte autos y sobre una plataforma hidráulica, el impresionante Megalodón que es un helicóptero Mi-26 presto para socorrer hasta a noventa hombres, cargar municiones y provisiones. Un escalofrío le heló hasta el tuétano. Esperaba nunca tener que usar esa máquina masiva pues su uso estaba reservado a situaciones de máximo riesgo como el ataque a la central de Samara que dos décadas atrás no había logrado albergar en sus entrañas a los tres cachorros de oso. 




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