El Portador - Serie El Metamensaje

Cap. 9. Inoculación simbiótica

Rapallo, Italia - presente

Leonardo sintió una sensación de vértigo esparciéndose por el cuerpo. “Esto ha sido mucho hoy para mí", pensó. “Ya me está afectando duro. Mejor voy a la cama a dormir a pierna suelta, mañana será un nuevo día".

Con un lento movimiento cansado, se apartó de la ventana y giró a la sala de estar débilmente iluminada por una solitaria lámpara de mesa. Repentinamente, se sujetó del borde de una silla. El ambiente ante sus ojos comenzaba a contraerse en dirección de un punto central de la habitación.

“¡Me siento mal, me estoy enfermando!“, pensó con terror. Una sensación de pánico se apoderaba de su ser. La mente buscaba una salida, pero todas las puertas permanecían cerradas. El tiempo parecía distorsionarse y el espacio alrededor suyo se estiraba hacia un vórtice formándose ante él. Leonardo, en un estado de horror irracional, sintió que su cuerpo parecía ser succionado por aquel punto oscuro devorador del ambiente.

El aire se volvía denso, como si estuviera respirando plomo. Cada latido de su corazón resonaba en sus oídos, un tambor frenético que marcaba el ritmo de su angustia. Las paredes de la habitación parecían cerrarse sobre él queriendo aplastarlo. Las luces parpadeaban, y los objetos cotidianos adquirían formas grotescas.

El vórtice se expandía, devorando todo a su paso. Leonardo, aterrorizado, sentía que le succionaba aire de sus pulmones. Quiso gritar, pero aun las ondas de sonido de su garganta eran silenciosamente arrancadas de sus labios.

Y repentinamente … del centro del punto negro, una lenta onda se expandía a todo el ambiente alrededor. El cuerpo de Leonardo parecía alargarse más allá del espacio natural de la habitación. Sus brazos aparentaban medir dos metros, con manos semejantes a largas patas de araña. Sentía la sangre de sus venas fluir en un largo silbido y la lengua cuál alargado tentáculo fluyendo entre filamentosos dientes.

Un breve, pero violento destello de luz lo encegueció. Luego, una profunda calma. Todo había pasado. Leonardo, tirado en el piso, temblaba y aspirando grandes bocanadas de aire, recuperaba paulatinamente la vista.

Ante él, una esfera de metal opaco del tamaño de una pelota de tenis, flotaba impasiblemente en medio de la habitación. Leonardo se sentó de golpe. Sacudía la cabeza buscando aclarar la mente previamente perturbada. “¿Qué pasó, y qué es esto?”

Aterrorizado, las pupilas de Leonardo se dilataron. “¡Esa cosa se está acercando a mí!”

Trató de levantarse del piso, pero fue demasiado tarde. La esfera había descrito una curva y estaba colocada detrás de él. Sintió una puntada en la base del cráneo y todo su ser entró en un estado de reposo. Una sensación relajantemente agradable y hermosa llenaba su ser, mientras dejaba colgar la cabeza sobre su pecho.

La Sonda de Asimilación comenzó a trabajar sin dilación. Su presencia en el pasado estaba marcado por un período de permanencia muy breve antes de ser proyectada de regreso hacia su punto de origen en el futuro.

Una aguja extraordinariamente delgada se insertó en la arteria carótida del cuello e inyectó una solución con ADN modificado dirigida al cerebro. Posteriormente, repitió el mismo proceso con la vena cava, diseminando el ADN por todo el cuerpo.

Luego una mayor cantidad de acelerante metabólico fue adicionada al torrente sanguíneo.

La sonda retrajo la aguja, y cauterizando la mínima herida con un haz de láser. Acto seguido se distanció del cuello de un Leonardo aletargado. Quien sentado en el piso, dejaba colgar la cabeza.

El objeto volvió a acercarse, y otra aguja de grosor casi microscópico, comenzó a perforar la piel del cuello, penetrando el espacio entre las vértebras de la base del cráneo. Un grupo de células madre especializadas fue cuidadosamente depositado sobre la espina dorsal. Una solución estimulante de crecimiento y asimilación de nutrientes irrigó el grupo de células. Nuevamente, un haz láser selló imperceptiblemente la microherida.

El dron se separó del cuello de Leonardo. Varios sensores comenzaron a evaluar la respuesta de su organismo y compararlo con los parámetros de control. Teniendo todos los resultados positivos, se alejó deslizándose por la ventana. A unos cincuenta metros de la casa, un pequeño flash de luz indicó su previa presencia en el espacio-tiempo, mientras algunos pájaros espantados salían volando y unas hojas desprendidas caían silenciosamente sobre el césped nocturno.

Sobre la espina dorsal Leonardo, las células depositadas comenzaron a multiplicarse formando un intrincado tejido.

El rayo de sol matinal se coló por la ventana semiabierta de la sala de estar iluminando persistentemente un párpado de Leonardo. Este comenzó a salir de un sueño agotador. Sentía una resaca como haberse tomado una botella de Grapa entera.

“Quizás me tomé toda la botella, me emborraché y tuve esos sueños locos. Si seguro fue eso, no estoy acostumbrado a tanto licor", se dijo frotando la cabeza y la cara sudorosa.

Se levantó dirigiéndose a la cocina con los imprecisos pasos de alguien que pasó una mala noche. Pasando frente a la habitación del atelier, Leonardo sobresaltado abrió los ojos. ¡Ahí sobre la mesa, entre pinceles y tubos de pintura, estaba la botella de Grappa a más de la mitad! No debió haber tomado sino una copa.

— Estoy pagando el precio de la herencia y me estoy volviendo loco—, pensó.




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