El Portador - Serie El Metamensaje

Cap. 20. Los primeros condicionados

Génova, Italia - presente

Giovanni Figarello, curador y dueño de la Galería di Arte Adriatico, era un hombre regordete con su largo pelo atado en cola de caballo, lo que no impedía que algunos mechones grasosos colgaran desordenadamente a los lados de su cara.

Era considerado un experimentado crítico de arte, que llevaba la autoimpuesta misión de depurar Italia de cuanta “mediocridad contemporánea” intentara colarse a la palestra pública. También había ganado impopularidad entre colegas y artistas por su actitud pretenciosa y su tendencia a despreciar cualquier obra que no se ajustará a su particular criterio de “arte verdadero”.

A menudo se le veía durante las inauguraciones de exposiciones en las Galerías, criticando abiertamente las exhibiciones y desanimando a los artistas emergentes que daban sus primeros pasos en mostrar sus obras al público.

Conocido ya por la prensa, era frecuentemente entrevistado por su capacidad de levantar polémicas en el mundo artístico al criticar con arrogancia y falta de empatía todo concepto que no mostrara una preparación y un esfuerzo deliberado. Cosa que muchos periodistas de farándula aprovechaban para nutrir un público ávido de novedades conflictivas.

Algunos años atrás, buscando un ambiente más cálido e inspirador, Leonardo se mudó a Italia. Comenzó a exponiendo sus pinturas en la Galería di Arte Adriatico en la Via XXV Aprile de Genova. Giovanni Figarello ofrecía una oportunidad de vender rápidamente las obras y le prometía una buena proyección en el mercado si mantenía su ritmo de producción.

Leonardo aceptó y poco a poco sus periódicas exposiciones generaban un nivel aceptable de ingresos. Giovanni Figarello comenzó a presionarlo para crear obras de arte a un ritmo más acelerado. Tuvieron varias discusiones, en las cuales el temperamento dominante de Figarello se imponía. No queriendo perder la oportunidad de seguir exponiendo en la Galería di Arte Adriatico, se sometía a las exigencias del negocio, pero su talento se vio afectado por la presión excesiva. Caía en momentos de falta de inspiración, pintando con desgano, o tomándose demasiado tiempo para terminar una obra.

Figarello, llamaba con frecuencia presionando y exigiendo que le enviara fotos de sus pinturas en desarrollo para luego comenzar con sus críticas y lamentaciones. Leonardo reflexionó en que ya pasaron más de 7 semanas que no había llegado ni un mensaje de texto. Esperaba que la presentación de un nuevo portafolios digital podría cambiar las cosas. El curador tenía un carácter aberrante, pero el hombre mostraba un talento para mercadear obras de arte sin dejar que se enfriaran en las exhibiciones.

Leonardo llamó a Antonio de Luca para una consulta, presentándose este al poco tiempo. Pudo percibir que mantenía su personalidad marcial e inquisidora, pero algo en él sí había cambiado. Se le notaba en los ojos y en el tono de voz que ya no contenía ese subtono de violencia latente.

“Antonio, necesito contratar una firma publicitaria que se encargue de crear y mantener actualizado mi portafolio artístico. Tiene que presentarme en el mercado. Un representante de la agencia tendría que venir acá y tomar fotografías de mí y de las pinturas. ¿Qué sugieres?”

Antonio de Luca, quien por un momento parecía acordarse de la experiencia sufrida días atrás, recuperó al instante su postura profesional. “Leonardo, consultaré en nuestras oficinas para que sugieran una agencia a verificada. Tenemos varios músicos famosos entre nuestra clientela a los cuales protegemos de los paparazzi y de cualquier interés especial que algún grupo sospechoso pueda tener. El portafolios mostrará tu reseña y curriculum, pero la única información de contacto sería un correo electrónico cuyas entradas serían previamente revisadas por nosotros. Nada de dirección, teléfono o redes sociales que puedan ubicarte”.

Dos días después, Antonio de Luca notificó que esperaban la visita del representante de una agencia publicitaria acostumbrada al manejo promocional de clientes VIP.

En la tarde, Franco Zanella, estando de guardia en la casa, hizo pasar al representante de la agencia publicitaria, quien venía armado de cámaras, trípode y flash. El guardaespaldas, tocando primero la puerta, pasó al atelier con la actitud de alguien que camina en una catedral.

“Signore Leonardo”, dijo con voz reverente. “El representante de la agencia de publicidad está en la sala”.

“Muy bien, voy a salir a recibirle, pero mantente conmigo en el atelier mientras hace su trabajo. No sé cómo reaccionará a la vista de mis pinturas”.

Un joven lo saludó alegremente. Leonardo se adelantó para estrecharle la mano. “¡Signore Lahrson, es un placer conocerle! Le garantizo que mis tomas serán de una calidad que será de su entera satisfacción. Me he graduado en Artes Visuales y trabajado 3 años con los mejores fotógrafos del ramo. ¿Puede por favor indicarme donde montar mi equipo para fotografiar sus pinturas?”

Leonardo condujo al fotógrafo al atelier. En un momento la actitud del muchacho cambió. Franco con un movimiento rápido logró agarrar el trípode que se cayó de la mano del chico, quien se quedó como paralizado ante una de las pinturas. Gruesas lágrimas rodaban por su cara, mientras un ligero sollozo escapaba de su garganta.

El muchacho simplemente se sentó en el piso y se quedó así por casi diez minutos. Franco Zanella, mudo, pasaba su mirada al chico y de ahí a la pintura y de regreso.




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