Sin exagerar, he cruzado montañas, escalado volcanes, me he lanzado desde el puente más alto de toda Europa e incluso, mi amigo Konstantin logró que superara mi miedo al océano haciendo que nadara con tiburones estando enjaulada.
Pero se volvieron locos a venir al lago más toxico del planeta.
—Entiendo que al decidir irme de mi casa para ir de mochilera con ustedes iba a ser una experiencia inigualable, pero de ahí, a arriesgar mi vida viniendo al lago Kakarachi.
—No sé de qué te quejas si te encantó Chernóbil —Vladismir se acomodó los lentes y unos mechones rubios que caían sobre sus ojos.
—A Chernóbil fuimos con máscaras de seguridad, con suerte y ahora traigo ropa interior limpia.
—¿Tu aun usas eso? —se burló Nikolay consiguiendo que me diera asco.
—Ya estamos por llegar —avisa Konstantin y el viento mueve su cabello oscuro—. La brújula se está volviendo loca.
—Pero con Google Maps podemos llegar más rápido —resalto.
—¡No gasté 15 euros por nada!
—El dinero peor gastado en pleno siglo XXIV —suspire.
—Al menos no gastó en una camisa que dice I love Rusia, haciéndolo ver como un turista.
Vladismir (ofendido) empujó a Nikolay con su camisa de turista perdido.
—¡Hacia el norte! —exclamó Konstantin caminando al frente, con la mirada perdida en esa baratija.
Mire a los chicos.
—¿Quién le dice que el norte es hacia el otro lado?
—Permíteme, Mademoiselle — Nikolay besó mi mano—. ¡Ey, escroto de elefante, aborto de mono, el norte queda hacia allá!
—¿Y hacia donde estoy yendo?
—Hacia el sur —respondí.
Konstantin parpadeo varias veces.
—Entonces ¡hacia el sur! —y siguió su camino arrastrándonos con él.
Esto ocurre cuando una amistad supera los 10 años, van hasta el fin de mundo (y no es metáfora). Estos idiotas nos llevan a nuestra muerte segura.
Acabamos de salir de Chernóbil, y todos los desperdicios nucleares fueron a parar a nuestro siguiente destino: el lago Kakarachi.
Muy poco conocido que ya lo consideran leyendo. Está prohibido el paso inclusive del bosque.
He leído sobre ese lugar, es uno de los más nocivos no solo en Rusia y Europa, sino que también en todo el mundo.
—Estoy cansada, chicos.
Recosté mi cuerpo en el árbol mientras Nikolay recogía su largo cabello blanco.
—¿Estas bien? —se acercó Vladismir.
— ¿Podemos acampar? —consulto—. Ya casi anochece
Los dos miraron a Konstantin.
Él suspiró.
—Yo me encargare de las carpas, ustedes busquen algo para hacer una fogata.
Nikolay y Vladismir me dejaron a cargo sus mochilas mientras se alejaban.
—¿El tobillo? —preguntó Konstantin sacando las carpas para empezar a armarlas.
—El pecho —soy honesta.
—¿Cuándo le dirás que este viaje será el último?
—Aun no estoy lista, no quiero que cambien. Vladismir me tratara de cristal y Nikolay...
—Milenka, ellos entenderán.
—Ellos querrán volver a casa —contradigo.
—Ellos tienen que saber que tienes cáncer.
Trague el nudo que se empezó a formar en mi garganta.
—¡Me prometiste por las estrellas que no le dirías! —le recuerdo.
—Y cumpliré esa promesa por la constelación de Escorpio.
Mi constelación.
El hizo una promesa de silencio por mí.
—Les va doler —remata.
—¿Sabes? Siempre me molestó que tuvieras razón.
Después de eso no hablamos más hasta que los chicos volvieron con ramas para la fogata que nos iluminó en el oscuro bosque.
Ellos duermen, yo no. El dolor en el pecho no me dejaba respirar bien, retengo la tos lo más que puedo hasta alejarme del campamento.
Toso y toso, la garganta arde y al ver mi mano con gotas de sangre entiendo que el tiempo empieza a correr para mí.
Me negué a las quimioterapias, por lo que las células cancerígenas dominan todo mi sistema, sin ninguna otra alternativa, mis padres me dieron de regalo dejarme tomar este último año sabático para conocer lugares increíbles antes de partir de este mundo.
Solo Konstantin lo sabe, no tuve más alternativa que decirle la verdad cuando en la cima de la rueda fortuna me ahogué con mi propia sangre.
—Falta mucho para cumplir mi sueño de recorrer toda Europa.
Pero siento que no podre continuar.
Sigo deambulando por el bosque, sin perder de vista la fogata hasta toparme con un pequeño riachuelo.
—Es blanco.
Blanco.
El lago Kakarachi es blanco. Sigo el pequeño camino de agua, cada vez se amplia y me lleva hasta contemplar su magnitud toxica en su máximo esplendor.
Bajo las estrellas, bajo las constelaciones... es hermoso.
Peligrosamente hermoso.
Parece efervescente, algo me hipnotiza y me insta a bajar y tirar una piedra. Es un enorme grano de sal, las piedras no deberían ser blanquecinas.
La tiro lejos, salpica al aire y las pequeñas gotas brillan cual perlas.
Algo relincha cerca, se oye un galopeo a lo lejos y frente a mí, al otro lado del lago, aparece un cabello negro.
Su larga melena blanca toca el agua cuando se inclina a beber.
Sin dudar alguna es hermoso, y demasiado extraño.
¿De dónde salió?
—Ellos tienen que ver esto.
Los chicos no me lo van a creer.
Una sonrisa surge en mi cara al ver al animal vivo después de tomar agua del lago Kakarachi.
Entonces solo es un mito que es peligro.
Al darme la vuelta me encuentro con el mismo caballo.
—Hola, grando...
El saludo queda a media cuando el caballo de un trompazo me empuja al lago.
De inmediato cierro la boca, los ojos y tapo los orificios de la nariz cuando siento el ácido quemar mi piel y la corriente de agua me lleva en un movimiento de remolino que me hace perder la conciencia.
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Editado: 24.11.2024