—Según este mapa... debería ser por la izquierda —murmuro, tratando descifrar el mapa—. ¡Sería más fácil si no estuviera en lenguaje místico!
¿Me habré equivocado?
Dudo por un momento, preguntándome si debí rechazar esta misión. Pero, después de tanto tiempo encerrada, este lugar vale cada riesgo. Especialmente con criaturas tan extrañas como la mezcla de camaleón y libélula que flota por aquí. Quisiera tomarle una foto.
Continúo avanzando, absorta en el entorno. Los árboles brillan en tonos dorados, como si caminara en un museo lleno de tesoros antiguos, solo que aquí puedo tocar todo.
Sin embargo, algo entre los arbustos llama mi atención. Me acerco, apartando las ramas con cuidado... y allí están.
Un nido. Con huevos.
De cristal.
El destello que emitían es casi hipnótico, hasta que me acerqué lo suficiente para ver lo que contenían. Me agaché, intrigada, pero la sorpresa inicial pronto se tornó en repulsión.
Era grotesco.
Dentro de cada huevo, había una criatura en desarrollo, una mezcla abominable de lo brillante y lo horripilante. Los fetos me recordaban a los experimentos de ciencias del colegio, solo que infinitamente más perturbadores.
—Obvio, tenía que ser raro... —mascullo, al tiempo que extiendo la mano para coger uno.
Al instante en que lo sostengo, lo que hay dentro se mueve y se me resbala de las manos. El huevo cae al suelo y se rompe con un sonido seco. Un líquido espeso se desparrama, y el feto expuesto comienza a retorcerse en el barro, vivo, emitiendo un chirrido agudo que me congela de horror.
El sonido me paralizó por un instante, pero pronto otro ruido se sumó. Un graznido. Levanto la cabeza hacia la bandada de aves. No eran cuervos, pero tampoco podía decir que fueran aves comunes. Sus figuras prehistóricas y deformes me miraban desde las alturas.
—Ay, no... —susurré, reconociendo el peligro.
El graznido se intensificó, y en cuestión de segundos, se lanzan en picada, y yo hago lo único que sé hacer: correr.
Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente, zigzagueando entre los árboles en busca de refugio. Las alas de las criaturas batían a mi alrededor, y los graznidos resonaban por todo el bosque.
Cubro mi cabeza para que sus aleteos no me golpeen. Una bandada de pájaros me persigue; sus graznidos llenan el aire y me obligan a refugiarme bajo la arboleda.
De repente, hay silencio.
Me detengo, jadeando, apoyando las manos en las rodillas. ¿Los habré perdido?
Un golpe seco a mis pies me hace dar un respingo. Uno de los pájaros ha caído, retorciéndose en el suelo con un palillo atravesado en el pecho.
Yo no lo ataque; y creo haber visto ese palillo en el bazar de Apricon.
¡Me están siguiendo!
El solo el pensamiento hace que el pánico me invada y vuelvo a correr. Miro al cielo, a los lados, detrás de mí. Nadie. Pero no me detengo.
La adrenalina nubla mis sentidos, no veo la raíz hasta que es demasiado tarde. Tropiezo y ruedo por el suelo, el lodo se adhiere a mi piel, pero, sin detenerme, me arrodillo y empuño la daga de Neron, esperando algo.
Nada.
No hay nada.
No veo a nadie.
Mi respiración es pesada, los latidos de mi corazón resuenan en mis oídos. Debo seguir. No debo detenerme. No debo bajar la guardia, y como dijo Neron: soy buena corriendo.
Rápidamente saco una canica de la mochila, la lanzo con fuerza y estalla en una espesa niebla que me permite escapar.
Corro a ciegas. Ya me salí del camino del mapa, pero si no sigo... me van a matar.
Entonces, el suelo desaparece bajo mis pies. No caigo mucho, pero lo suficiente como para aterrizar en la orilla de un lago de agua.
Todo es silencioso, gris y la bruma que cubre el lago me causa escalofríos.
Tengo que salir de aquí. Lentamente, trato de levantarme, pero el suelo es resbaladizo y vuelvo a caer.
Mi pie toca el agua provocando una mini onda que se expande por el lago, y de repente, algo enorme y escamoso emerge. Una serpiente.
Perfecto.
¡Como si los pájaros no hubieran sido suficientes!
Enlista sus colmillos, lista para atacarme. Es enorme, y yo... bueno, estoy a punto de ser su cena. Mi cerebro grita en pánico, pero no puedo moverme, estoy paralizada y cierro los ojos aceptando mi muerte.
Sin embargo, una ráfaga de viento impide ese final. Un destello de luz me ciega y un calor abrasador inunda el aire.
Abro los ojos, sorprendida de seguir viva.
Lo que no me esperaba era ver a un hombre envuelto en llamas, sus manos ardían. Sus alas se desplegaron con un sonido seco, desafiando a la bestia.
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Editado: 24.11.2024