El portal de Diamantes

CAPÍTULO 1 LOS TERRENALES DECIDEN VIVIR EN EL BOSQUE.

EL PORTAL DE DIAMANTES. (Derechos reservados conforme a la ley)

La tranquilidad resultaba perturbadora. Era una noche de invierno. El interior de la cabaña permanecía en silencio y sólo el crujir de los leños de la fogata que estaba en su punto máximo, producían ruidos que lo transportaban a escenas de su pasado. Jarlath yacía sentado en el suelo no muy lejos del fuego y tenía las piernas cruzadas. A escasos centímetros, lo acompañaba su querida sobrina Antonina de diez años, quien lo miraba ansiosa.

Sin embargo, se mantenía inmóvil y con la mirada fija en las llamas, deseando con toda su alma que ese fuego ardiera dentro de él y convirtiera en cenizas su corazón, pues ya nada sería igual sin Bianca.

—Tío… ¡Cuéntame de los duendes! –insistió Antonina.

Silencio.

—¡Tío! –exclamó Antonina en voz baja y mirando de reojo a su madre− ¡Es hora del cuento!

Grainne miró reprobatoriamente a Antonina y negó con la cabeza.

—Antonina…ese libro lo sabes de memoria. –dijo Grainne, de mala gana.

—No me importa. —Antonina hizo un mohín— Me gusta mucho como lo narra mi tío, ¡Hace tan bien las voces! ¡Tío…que te estoy esperando!

Fue entonces cuando Jarlath respingó y se volvió hacia su sobrina, sonriéndole.

—Veamos… —dijo él, tomando el libro.

Grainne miró a los dos con disgusto y no pudo evitar lanzar un bufido.

—Eso, sigue leyendo el libro de duendes y gnomos, viviendo en el bosque. Buena idea. –dijo Grainne.

Jarlath y Antonina cruzaron una mirada y reprimieron una risa. Después, ignorando los reproches de su hermana, Jarlath abrió el libro y miró significativamente a Antonina, quien se acomodaba en su lugar.

—No le hagas caso, tío. —Dijo Antonina, en voz baja— A mi mamá no le gusta la fantasía, pero a mí sí. Además, recuerda que no quería venir al bosque.

—Ya lo sé. —Jarlath susurró— Yo tampoco quería que lo hiciera, pero Grainne se empeñó tanto que…

—¡Eh…ustedes! ¿Están hablando de mí?

Jarlath y Antonina se quedaron callados y ambos esbozaron una sonrisa.

—¡Lo sabía! —Exclamó Grainne, frenética— Dejen eso y vengan a cenar que ya he servido los platos.

Jarlath lanzó una mirada cómplice a su sobrina y los dos se pusieron de pie para ir a la mesa. Observó con reserva a su hermana y se preguntaba la razón por la que últimamente estaba de muy mal humor, pero ya la sabía. Grainne no estaba a gusto viviendo en el bosque y aunque él no tenía la culpa de eso, pues le había insistido tanto que no lo hiciera, se sentía responsable de su malestar.

Habría deseado que su hermana permaneciera en la ciudad, después de la muerte de Bianca. Bianca…de repente, Jarlath evocó una imagen muy dolorosa…las luces del hospital…enfermeras corriendo y un hermetismo total para no decirle la verdad. Luego, el rostro del doctor que no le dejaba ninguna duda que algo estaba sucediendo. Algo muy malo.

Disolvió el recuerdo cuando sus ojos se encontraron con la mirada dulce de Antonina que lo instaba a comer. Él asintió y entonces la cena se llevó a cabo bajo un absoluto silencio. Rato después, volvieron a sentarse frente al fuego y él abría el libro de hadas ante la alegría de la niña. Mientras tanto, Grainne se dispuso a levantar todo y dejar limpia la cocina. Después fue a acostarse, de manera que podía contemplarlos con una mirada de pesar. Esa escena que se había vuelto repetitiva durante el mes que había transcurrido, viviendo en el bosque. Otra vez el mismo cuento, pronunciado de la misma manera...

Suspiró hondo y cerró los ojos para tratar de dormir, pero sabía que sería imposible. Cuando los abrió, miró a su hermano que se divertía gesticulando y cambiando el timbre de su voz…luego, la sonrisa divertida de su hija. Pero… ¿Por qué se le había ocurrido venir a vivir a un lugar en medio de la nada? Sabía la razón. Porque no podía abandonar a Jarlath en un momento tan difícil de su vida. Había perdido a su esposa e hijo recién nacido.

Un año después del trágico acontecimiento, él se había vuelto retraído y un buen día le había informado que construiría una cabaña en el bosque y se iría a vivir ahí. Grainne había expuesto mil y una razones para que no llevara a cabo esa descabellada idea, pero no lo había persuadido ni un poco. Al final y al ver que Jarlath preparaba todo para su viaje, le pidió casi suplicándole que la dejara acompañarlo. A Antonina le había parecido una maravillosa idea, aunque significara perder el año escolar y precisamente un año, era el tiempo que habían acordado permanecer lejos de la civilización, período en que esperaba superara la pérdida de Bianca. Aunque sabía que sería muy difícil, pues Jarlath había adorado a su esposa.

—Era el sueño de ella. —había dicho aquél día, Jarlath— Tener una cabaña en el bosque.

—Pero Jarlath, vivir allí debe ser muy difícil. Lejos de la ciudad me parece una vida imposible, además de que hay muchos peligros.

—Yo lo sé, sin embargo, es lo que quiero hacer. Entiéndeme por favor.

De repente, Grainne cortó los recuerdos y se incorporó rápidamente. Su cuerpo se crispó porque creyó haber oído otra vez esos golpes fuera de la cabaña y los cuales, sonaban a gran distancia. Los escuchaba cada noche y se habían vuelto su coco. Miró los rostros de Jarlath y Antonina, y los analizó expectante, deduciendo que ellos no habían percibido nada. Otra vez sonaron los golpes. Grainne hizo un gesto de angustia y cerró fuertemente los ojos ¿Qué era ese maldito ruido? ¿Quién lo provocaba? Se acostó abrazándose a sí misma. Si, ahora reconocía que odiaba el bosque y le ocasionaba mucho miedo saber que estaban solos a merced de cualquier cosa. Sólo sería por un tiempo, repitió en su mente, sólo por un tiempo.




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