El portal de Diamantes

CAPÍTULO 4 LA PRINCESA ALPHA SALE DE SU CASTILLO PARA AYUDAR A LOS TERRENALES.

La niña hizo un mohín y parpadeó varias veces. Muchas veces podía persuadir a su madre de esa manera.

—He dicho que no y no insistas. —Grainne fue a tomar la canastilla de ropa y se dio la vuelta— Yo…les prepararé comida para el camino, pero no iré.

Antonina frunció los labios y después de recoger su libro se fue a la cama, para tumbarse percibiendo dentro de ella dos sentimientos encontrados. Por una parte, se sentía feliz por haber conseguido el permiso, pero por otra, sentía tristeza porque deseaba mucho que su mamá compartiera con ella el paseo. Pero la conocía. Cuando decía que no, ya no cambiaba de opinión. Antonina lanzó un resoplido y abrió el libro.

Mientras tanto no muy lejos de la alcoba, una mirada estaba fija sobre ella. La examinaba detenidamente y a Grainne también. Sus ojos tenían un color obscuro intenso y pertenecía a un rostro de cutis perfecto, pero húmedo y frío. Luza se había despedido de Antonina, pero le había mentido una vez más. Se había vuelto pequeña nuevamente y escondido en la casa de muñecas. Que esa mujer no fuera la esposa del terrenal, le producía una gran felicidad. Así sería más fácil conquistarlo. Todo marchaba viento en popa…

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Edrev oía claramente el sollozo de Gris y se sintió culpable de que estuvieran en esa situación, sin embargo, algo le decía que había hecho bien en enfrentarse a la princesa, pues al menos ya no había regresado a sentarse y mirar como tonta, la dichosa flor. Aunque no la podía ver, podía percibir la frustración de Alpha en cada paso que daba. Si, Edrev rogaba que sus palabras hubieran afectado de alguna manera esa alma, si es que la tenía todavía.

—Edrev…Edrev…dime que no estás muerta. —decía Gris, a punto del llanto.

—No estoy muerta. Sólo no me puedo mover al igual que tú. —declaró Edrev, entre dientes.

Silencio.

—Bien hecho, ¿Ya estás contenta? ¿Querías que utilizara su poder? Pues ya lo hizo con nosotras y ahora no nos iremos jamás. ¡Nos matará, cuando se enfade de vernos así, de inútiles!

—¡Cálmate! Si hubiera querido matarnos ya lo habría hecho. —dijo Edrev.

Gris volvió sus ojos.

—¡Mira!… ¡Su cabello otra vez es dorado!

Edrev puso los ojos en blanco.

—¡Mejor piensa qué podemos hacer para salir de aquí! —dijo ella.

—¿Pensar? Pues pensar es lo único que podemos hacer, porque no podemos movernos, ¡Gracias a tus tonterías! —espetó Gris, presa del enojo.

—Gris, te he dicho que te calmes, verás que…

—¡No! —Gris explotó— Es que no me gusta estar así, me siento mal… ¡Siento que me ahogo!

—Gris…Gris… ¡Tranquila! Mira, imagina una cascada…

—¡No puedo!

—¡Tu colina de Flores!

—¡Me ahogo!

—¿Qué le pasa? —preguntó Alpha de repente, colocándose frente a ellas.

—Gris tiene un ataque de pánico. Tranquila, Gris. Respira lentamente…respira…así…respira…

Alpha miró el rostro desencajado de Gris unos segundos más y alzó una ceja, después la agarró y la sacudió suavemente. Gris salió disparada hacia arriba, moviendo sus alas rápidamente.

—¡Gracias! ¡Gracias, princesa! —Exclamaba Edrev, con voz cargada de emoción— Ahora todo está bien, Gris.

Al oír eso, Alpha clavó su mirada en Edrev y sintió un estremecimiento. Le llamó mucho la atención que sin que ella recuperara su movimiento, esa pequeña estaba feliz de que su amiga sí lo había logrado. Se llevó la mano a su pecho, percibiendo una sensación extraña, diferente a las ganas de llorar. Alpha volteó a ver a Gris, que se colocaba a su lado.

—¿Por qué me da las gracias, si es mi prisionera todavía?

Gris le sostuvo la mirada a Alpha, sintiéndose valerosa.

—Se llama generosidad, princesa. —Hizo una pausa— Edrev es la persona más generosa que he conocido en el mundo bajo las olas. Ella daría su vida sin dudarlo, sólo por ayudar a los demás.

Esas palabras fueron como una daga filosa que se clavó en su corazón. Alpha bajó la mirada y notó que sus labios temblaron. Su cabello se convertía gradualmente en negro y un diamante cayó en el suelo. Era la primera vez que reconocía la razón por la que estaba llorando. Una sola lágrima fue suficiente para darse cuenta de lo mal de su proceder. Sentía vergüenza de sí misma. Enseguida fue hasta donde estaba Edrev, la tomó con mucho cuidado y antes de sacudirla, la miró profundamente con sus ojos negros.

—Perdón… −dijo Alpha, con mucha tristeza.

Segundos después, Edrev salió volando hacia Gris y se fundieron en un gran abrazo. Al ver eso, Alpha derramó más lágrimas que después alumbraban la orilla de su vestido. Esa escena la hacía sentir bien y se preguntaba si esa emoción surgía cuando se realizaba algo bueno. Siendo así, deseó sentirse así, muchas veces.

—Gracias, princesa Alpha. —Dijo Edrev, sin separarse de Gris— y perdóname si te hice enojar.

Alpha se enjugó una lágrima.

—¿Cómo puedo ayudar?

Edrev y Gris se quedaron estáticas e incrédulas al oír esas palabras, intercambiaron una mirada y rompieron en gritos de alegría. Volaron abrazadas y en espiral, mientras arrancaban una sonrisa a la princesa. ¡Lo habían conseguido! ¡La princesa iba a ayudarlas! Edrev descendió hasta Alpha y se sentó en su hombro, cruzando una pierna. Gris la reprendió con la mirada, pero también se acercó del otro lado, mirando con algo de recelo a Alpha. La princesa le sonrió y entonces Gris sintió la confianza para imitar a Edrev, sentándose en esa piel que se adivinaba exquisitamente tersa.




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