El portal de Diamantes

CAPÍTULO 6 LA PRINCESA ALPHA SE ENTERA QUE SU ABUELA ALEXA LA HECHIZÓ.

—Pero, ¿Por qué dices Si…si…no y no? No te entiendo. –Antonina se cruzó de brazos.

—Pensé que eras inteligente, niña tonta. –El león se lamió una pata− Son las respuestas a todo lo que has dicho.

—¿Qué?

—Me gritaste tonto…no lo soy. Sí tengo mamá, pero vive muy lejos de aquí y la visito poco. Sé perfectamente que tu mamá llora tu partida. No te dejaré salir, porque no tengo una razón para hacerlo. Y por último, no te dejaré salir.

Antonina frunció los labios, mirándolo a los ojos.

—¿Qué ganas con tenerme aquí, encerrada?

El león rugió y ese sonido pareció una carcajada.

—¡Muy astuta! Pero conmigo pierdes el tiempo.

—No me digas, −ella entornó los ojos− Te apuesto que tienes miedo que alguien más te imponga un castigo por dejarme libre. Eso quiere decir que eres un esclavo, igual que yo.

Silencio.

—Cállate. –rugió él− ¿Y tú que ganas con que te deje libre? ¿O me haga el tonto y te abro la celda? Te comeré en un abrir y cerrar de ojos cuando te alcance.

—Pero mírame bien, ¡Soy solo un bocado! Estoy en los puros huesos.

—A mí me gusta roerlos, no te preocupes. –El león le guiñó un ojo−Ahí estás mejor, créeme.

Ambos cruzaron una larga mirada. Antonina sabía que no podía rendirse. Tenía que persuadirlo para que la dejara libre. Se agarró otra vez de los barrotes y comenzó a jalarlos con fuerza, ignorando al león.

—¿Pero qué le pasa a esta gente? ¿Acaso duerme todo el día? ¡Ábranme! ¡Déjenme salir!

El león comenzó a chiflar y volvía su gran cara de lado a lado, haciendo gestos de burla. Esa niña sí que era osada. Le seguía cayendo bien.

—Mira, niña capturada, lo que debes hacer es algo por lo que te han traído aquí. De otra manera, nunca verás a otra persona más que a mí.

—Dime entonces, ¿Qué hago? –Antonina lo miró, afligida.

—Échale coco, ¿Cuál es tu gracia principal?

Antonina meditó un segundo y ahora recordaba la visita de Luza en la cabaña. Su rostro de alegría cuando ella estaba cantando. Si era así, vendería caro su talento, pensó.

—¡Ya lo sé!

—Me parece perfecto, entonces hazlo.

—Con una condición.

—¡Ja!… ¡Pero qué atrevida! –él puso los ojos en blanco− Bueno, está bien, dime tu condición.

—Sácame de aquí y cantaré inmediatamente.

El león se llevó una pata a sus enormes fauces y bostezó.

—Me lo suponía, ¿Y por qué razón piensas que aceptaré?

—Porque la canción te la dedicaré a ti.

Silencio. El león llamado Kot, entrecerró los ojos, sin poder creer que esa pequeña le hubiera hecho jaque mate. Sintió una punzada en su corazón y suspiró. ¿Le cantaría a él? Contempló ese rostro lleno de esperanza. La niña tenía algo en esa mirada que lo estaba doblegando y no podía aceptarlo. Si todos los prisioneros se morían de miedo con tan solo verlo, pero ella…

Kot cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, mientras tanto seguía reflexionando la petición de la terrenal. Cuando los abrió, la miró fijamente. Estaba sorprendido que estuviera dudando lo que tenía que hacer. Si, tenía que reconocer que sentía unas ganas locas de escuchar una canción, porque al igual que sus amas las hadas gemelas, él moría por una voz afinada y melodiosa, por una simple y sencilla razón… En el mundo bajo las olas, nadie sabía cantar.

—Está bien. Te sacaré. –dijo Kot, cuando ya abría la celda, con sólo tocarla− Ningún truco, niña, porque no te perderé de vista ni un solo segundo.

Antonina esbozó una hermosa sonrisa que Kot quiso ignorar sin lograrlo, luego él rugió muy fuerte cuando ella pasaba a su lado, pero Antonina ni se inmutó y se detuvo en medio del salón. El castillo estaba lleno de lujo y tenía grandes espacios. El piso estaba reluciente y se podía reflejar su imagen como si fuera un espejo.

Caminó lentamente hacia un gran balcón y se apoyó sobre la pared de piedra tallada y desde ahí, contempló el cielo que era de un azul muy claro y tenía muchas nubes pomposas en color rosado. Ya era de tarde. El paisaje era muy similar al de su mundo, pensaba ella, pero había una mínima diferencia. Los colores de las cosas parecían tener vida propia y tenían un brillo especial. Seguía absorta admirando todo, hasta que escuchó el chasquido del león.

—Siento interrumpir tu supervisión, pero no hay mucho tiempo, así que canta o métete otra vez a tu habitación.

—Estaría mejor si todo estuviera pintado de azul. –declaró Antonina, señalando el castillo.

—Tú estás aquí para complacer y no al revés.

Antonina no hizo caso de ese tono tosco que había utilizado Kot y clavó la mirada en una nube. No se volvió ante una nueva advertencia del león, ni sintió miedo cuando él se colocaba junto a ella. Sólo una imagen llenaba su mente en ese momento. Su madre Grainne, abrazándola, entonces sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Yesterday…I got lost in the circus…

Comenzó a entonar la canción sintiendo mucha melancolía, mientras unas lágrimas se desbordaban, bañando sus mejillas. Antonina cerró los ojos, recordando el calor del cuerpo de Grainne y su sonrisa cuando permanecían recostadas y abrazadas, esperando la llegada del sueño. A pesar de su mal humor durante el día, al llegar la noche, su madre siempre la llenaba de besos tronados y le decía lo mucho que la quería. No quería imaginarse el dolor que le había causado con su desaparición. Le dolía haberle fallado, puesto que debió haberle contado acerca de Luza y ahora todo sería tan distinto.




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