El portal de Diamantes

CAPÍTULO 7 ALPHA SALVA A LOS TERRENALES DE LAS BRUJAS LAVANDERAS.

Grainne lo intentó, pero empezó a hundirse. Gritó espantada cuando vio que Jarlath era tragado por la corriente, pero entonces, un brazo se sumergió rápidamente y lo sacaba del agua. Estaban pasando las cosas tan rápido que Grainne sólo pudo atinar a alzar su mano y aferrar el otro brazo que se extendía frente a ella.

Las mujeres comenzaron a emitir chillidos espeluznantes, cuando observaron que los terrenales habían sido rescatados por esa dama desconocida. Sus lamentos eran tan fuertes, que Grainne se tapó los oídos.

—¡Silencio! —Alpha gritó con voz firme y miraba con dureza a las jóvenes que tenían sus ojos enrojecidos por la furia.

De pronto, las inmaculadas pieles de sus rostros ahora se volvían arrugadas y secas. Sus cuerpos se encorvaron, cual brujas que eran.

—¿Tú quién eres, mujer blanca? –preguntó la hechicera mayor, señalándola con el índice.

—No tengo por qué decirlo. –Alpha la miró con altivez−Toma el vestido que has lavado y ensúcialo… ¡Rápido!

La bruja se quedó estática unos segundos. Sentía unas enormes ganas de destruir a esa entrometida, pero se contuvo, pues presentía que era un hada con mucho poder. Su piel inmaculada emitía una estela de luz, imperceptible para los terrenales, pero no para ellas, y le indicaba que pertenecía a la alta realeza del mundo bajo las olas. Si la atacaba, era muy probable que muriera ahí mismo. Entonces refunfuñando, la bruja azotó el vestido contra la nieve y con la otra mano escarbó con gran facilidad, sacó un puño de tierra y lo talló sobre el vestido. Las otras dos magas miraban a Alpha con odio, pero a la vez, se replegaban con temor reflejado en sus feas caras.

Cuando terminó de ensuciar el vestido, la bruja lo lanzó a los pies de Alpha y escupió grandes flemas al suelo, después se unió a sus compañeras, elevándose y desapareciendo entre los árboles.

Se había formado un silencio tenso en el ambiente. Grainne se puso de pie, con la boca abierta, reconociendo a la hermosa dama de su sueño.

—Te dije que te quedaras en tu cabaña. –Alpha la reprendió.

—Perdón, bella hada, pero entiende que no puedo estar más sin mi hija. –Grainne cayó de rodillas− Haré lo que pidas, pero quiero estar con ella. ¡No puedo más con este dolor!

Alpha pensó que había sido buena idea venir a la cabaña de los terrenales, porque había llegado a tiempo para salvarlos de un peligro mortal, luego miró brevemente al hombre que lucía pasmado. Grainne gemía en llanto y entonces Jarlath la ayudó a ponerse de pie. Edrev y Gris salieron por detrás de un árbol y se colocaron junto a Alpha, que se mantenía serena. La princesa miró a Jarlath otra vez y de pronto, se llevó la mano a la cabeza, cerrando los ojos.

—¡Eso fue magnánimo! –Gris exclamó, llena de emoción− Disculpa que no salimos a apoyarte, princesa Alpha, pero las brujas nos dan escalofríos. –luego reparó en el semblante de Alpha− ¿Qué te pasa, princesa?

Edrev también observó ese rostro contrariado y le acarició la mejilla.

—¿Fue demasiado el esfuerzo? —le preguntó ella.

¿Cómo podía decirles que observar el rostro de ese hombre le estaba ocasionando un gran malestar? Por otra parte, ¿Cómo dedujo que la bruja tenía que ensuciar la prenda de la madre de Antonina, porque si no lo hacía, auguraba su muerte? Alpha sobó suavemente el centro de su frente, preguntándose si acaso estaba recordando el papel que ocupaba en el mundo de las hadas. Miró a Jarlath otra vez y él seguía contemplándola.

—Nada…estoy bien. –Alpha desvió la mirada.

Grainne miraba anhelante a Alpha, de pronto, cayó en la cuenta que esas pequeñas la habían nombrado princesa. Si, debía serlo. Había demostrado su poder frente a esas horribles criaturas. Pensó que tenía que convencerla para que la ayudara.

—Princesa, por favor, conduélete de mí. ¡Devuélveme a mi hija!

Alpha frunció el ceño.

—¿Qué te hace pensar que ella está conmigo?

Grainne se mordió un labio, pensando que había cometido un grave error.

—Lo siento. –dijo, sintiéndose muy arrepentida.

Edrev negó con la cabeza, no obstante, comprendía la desesperación de la madre de la niña.

—La princesa Alpha no es responsable de nada, mujer terrenal. −expuso Edrev− Ella sólo pretende ayudarte, porque su corazón es bondadoso.

Grainne asintió cabizbaja y sus labios temblaron. Reflexionó que debía ser más cautelosa con lo que decía, porque de lo contrario, perdería el apoyo de esa mágica mujer. Mientras tanto, Jarlath permanecía callado. Simplemente no podía pronunciar palabra ante lo inconcebible. Esa mujer de cabello rubio y largo… ¡Tenía alas! Además, era muy hermosa. Su cuerpo estaba cubierto por ese vestido amplio. Sus ojos estaban rodeados de unas pestañas largas y onduladas. El cutis parecía tan terso como la porcelana. Y su voz tenía una potencia inusual, pero a la vez le parecía tan dulce. Y ya no lo miraba ni una sola vez. No sabía si era su imaginación, o ella evadía su mirada.

—Sólo hay una manera de que veas a tu hija y tu angustia desaparezca. –dijo Alpha.

—Yo haré lo que me digas. –Grainne asintió, alzando el rostro.

Jarlath apretó significativamente el brazo de su hermana y la instó para que lo viera a los ojos.




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