El portal de Diamantes

CAPÍTULO 10 EL SEÑOR DEL ABISMO DECLARA LA GUERRA AL REINO DE LAS HADAS.

—¿En qué piensas, Jarlath? –preguntó Alpha, de pronto.

Jarlath se pasmó.

—Yo pensé que tú lo sabrías.

Ella negó con la cabeza.

—Estoy reflexionando que los pensamientos deben ser privados, ¿No lo crees así?

Jarlath se asombró al ver que ella tenía principios, lo cual le agradó mucho y en consecuencia, descubrió que le gustaba más. Sí, era una mujer muy hermosa. Pensó en estas palabras adrede y no vio reacción alguna en el semblante de Alpha, lo que confirmaba que estaba siendo sincera y esta vez no había hurgado en su mente.

—Supongo que sí. –dijo él.

—¿Querías decirme algo? –Alpha preguntó, mirándolo y notó como su jaqueca incrementaba.

Jarlath reparó que el cabello de Alpha volvía a pintarse de dorado. Y esos ojos verdes…

—¿A dónde vamos? –preguntó él, sin apartar la vista de ella.

—No lo sé.

—Entonces, ¿Pretendes que caminemos hasta el fin del mundo? –Jarlath enarcó las cejas y soltó una carcajada.

Alpha escuchó esas palabras y repentinamente el dolor de cabeza se volvió insoportable. Se incorporó con dificultad, sin entender lo que le estaba pasando. Se llevó las manos a la cabeza y apretó los ojos. Esas…palabras. Jarlath se desconcertó y también se puso de pie.

—Yo lo haría, si con eso…yo –Alpha dio un paso hacia adelante y sintió un fuerte mareo− Yo caminaría hasta el fin del mundo…

El cuerpo de Alpha se dobló y Jarlath rápidamente la atrapó en sus brazos, para que no se golpeara al caer, pues ella se había desmayado.

—¡No la toques!

Pero Jarlath ignoró la advertencia y contempló ese semblante relajado por la inconsciencia, después la recostó suavemente sobre el suelo.

—¡Princesa…Princesa! –exclamaba Grainne, golpeando suavemente las mejillas de Alpha.

—¿Qué le hiciste, terrenal? –gruñó Edrev, mirándolo con reprobación.

—¡Yo no le hice nada! Sólo la sostuve porque de lo contrario se hubiera hecho daño. –manifestó él, en tono molesto.

Grainne miró con recelo a todos.

—No olviden que a Alpha le disgustan los pleitos, por favor. Lo que nos debe preocupar es por qué le ha pasado esto.

—Tienes razón, Grainne. Edrev, −Gris miró a su amiga− no seas tan desconfiada. Si él dice que no ha hecho nada, es porque así es.

Silencio.

—Reconozco que a veces tengo un genio de los mil ogros, así que me disculpo. –Edrev frunció los labios.

Jarlath asintió, luego extendió su mano. Al ver eso, Edrev se cruzó de brazos y enarcó una ceja.

—¿Qué ha sucedido, Jarlath? –Le preguntó Grainne.

—Estábamos hablando, –él bajó su brazo y se olvidó del desaire de Edrev− de pronto, dijo unas palabras y…se desmayó.

En ese momento, Alpha abría los ojos y se sobresaltó, incorporándose.

—Ahora recuerdo… −Ella tenía el rostro acongojado— ahora recuerdo…

Al oír eso, Edrev se acercó de inmediato y le selló los labios a Alpha con sus manos. Después les pidió a Jarlath y a Grainne que se apartaran de ahí, lo cual obedecieron no muy convencidos y aguardaron debajo de otro árbol.

—¿Qué recuerdas, princesa? –preguntó Gris y miró significativamente a Edrev.

—Él me dijo que iría al fin del mundo, tan solo para estar conmigo, –Alpha cerró los ojos− que yo…

Alpha recargó la cabeza en el tronco. Su mirada era indescifrable.

—Yo…no sé si es un recuerdo…o se trata de un sueño.

—Es importante que nos digas. –pidió Edrev, ansiosa− Sólo trata de describir lo que ves en tu mente.

Alpha se enderezó y miró a las hadas.

—Ese hombre llamado Jarlath, es quien me abandonó…es él, ¡Es Jarlath!

Se hizo un silencio tenso. Edrev no podía dar crédito de lo que Alpha había dicho. Era un error garrafal. Estaba segura que estaba delirando.

—Eso no puede ser, princesa. Este es sólo un terrenal que acabamos de conocer. Trata de analizar lo que acabas de decir.

—Estoy segura… ¡Es su rostro!

—Debe ser una coincidencia –intervino Gris, presa de la angustia− Quizás tiene algún parecido con aquél hombre y…

—No. –Alpha la interrumpió− Por eso me duele la cabeza, cada vez que veo sus ojos. Es él…estoy segura.

Silencio.

—Es que es imposible. –Edrev estaba desesperada− No hay forma de que él sea el causante de tu condena. ¡El hechizo tiene más de doscientos años! No puede ser, entiéndelo. El terrenal habría muerto ya.

—Es él…−insistió Alpha y escondió su rostro entre sus manos, para ahogar un sollozo− No lo quiero ver más.

Entonces Edrev se rascó la cabeza y pensó que Alpha se estaba volviendo algo desequilibrada. De ninguna manera podía ser cierto lo que decía. La pequeña hada se preocupó… ¿Cómo podría informar a Jarlath y a Grainne, que Alpha ya no quería estar cerca de ellos? Ella había prometido ayudarles a encontrar a Antonina y ahora sólo podía ver en su rostro un infinito resentimiento.




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