El portal de Diamantes

CAPÍTULO 12 ANTONINA Y LOS ELFOS ESTÁN EN LA CIUDAD BAJO LA TIERRA.

Después olvidó ese pensamiento y volvió a mirar a la princesa. Se veía tan desvalida y triste, pero tuvo que reprimir su intención de inclinarse frente a ella y tocarla para consolarla. Aunque le gustara mucho, no debía olvidar que era una muñeca de fantasía y temía que su piel fuera diferente a la de él.

—Mi piel es igual a la tuya –pronunció ella, sin mirarlo.

Él ladeó la cabeza.

—Dijiste que ya no leerías los pensamientos de los demás.

Alpha alzó su rostro.

—He cambiado de opinión con respecto a ti. Y por eso ahora sé que no eres ese hombre. Él fue un vil mentiroso y un cobarde. Tú no lo eres. Porque si así fuera, no estarías aquí, frente a mí.

Jarlath asintió levemente.

—En efecto, Alpha. No soy un cobarde. Estoy aquí porque amo a mi sobrina más de lo que te imaginas y soy culpable de lo que le ha pasado. Sólo espero verla de nuevo, para abrazarla muy fuerte.

Alpha parpadeó.

—¿Y estás dispuesto a todo por ella?

—Todo. Antonina y su madre…–Jarlath señaló a Grainne− Yo daría mi vida por esas dos mujeres.

Entonces Alpha asintió, percibiendo un nudo en la garganta. No sabía por qué le hacían mucho daño oír esas palabras. Pensó que ellas eran muy afortunadas.

—Él me dejó sola y expuesta ante la furia de mi abuela. No le importó nada mi destino. –Alpha lanzó una mirada a Grainne− Tu hermana debe sentirse orgullosa de tenerte a su lado.

Jarlath entrecerró los ojos y se inclinó lentamente, hasta sentarse frente a ella.

—Ahora estoy contigo también, Alpha. Tienes también a Edrev y a Gris. –Jarlath hizo una pausa− No sé si decirte esto o no, pero pienso que…bueno, me da la impresión que…

Jarlath se calló.

—Piensas que estoy loca.

Él entornó los ojos.

—Es que dices tantas cosas que no sé…

Alpha sabía que Jarlath guardaba mucha incertidumbre y también que estaba sintiendo angustia por lo que le pasaba a ella. Le agradó saber que él se preocupaba genuinamente por saber de su estado mental, por lo que decidió ser sincera.

—Estoy bajo un hechizo, Jarlath. Mi abuela lo hizo. –a Alpha se le llenaron de lágrimas sus ojos− No tengo memoria de mi pasado. No recuerdo nada.

Jarlath se asombró mucho al oír esa noticia, comprendiendo así su comportamiento. Después reflexionó que tenía que acostumbrarse a oír cosas tan descabelladas como esa, pero estando en un mundo fantástico, no debía asombrarse en lo mínimo. Los siguientes minutos, Alpha le relató lo que Edrev y Gris le habían confesado acerca de las causas de su maldición.

—Estoy muy avergonzada. –ella suspiró− Pero si yo actué de esa manera, pienso que merezco lo que ahora estoy sufriendo.

—No digas eso, Alpha. Tú no tienes la culpa de haberte enamorado.

—Eso…no lo sé. –dijo ella, con pesar.

Silencio. Jarlath se removió, pensando en ese hombre que se había portado de manera ruin y se asombró al sentir una punzada de celos.

—Y… ¿Por qué crees que lo has confundido conmigo?

—Tu rostro.−Alpha lo miró con timidez− Lo siento, pero creo que me recuerdas a él.

Jarlath gruñó en sus adentros. No quería para nada parecerse a ese ingrato, pero si era el caso, no podía hacer nada para impedirlo. Así que dejó de pensar necedades.

—Alpha, si me ayudas a encontrar a Antonina, te prometo que te ayudaremos a convencer a la reina para que te quite tu condena.

—Cuidado con lo que prometes, Jarlath. –Alpha desvió la mirada− No quiero oír promesas que se vuelven mentiras.

Jarlath sonrió.

—No es mi caso. Yo no prometo algo que no pueda cumplir.

Entonces ella regresó a verlo y dibujó una sonrisa.

—Gracias, Jarlath. Tus palabras me hacen sentir bien.

Alpha volvió a sonreír y él se quedó embelesado por ese rostro iluminado. Ambos cruzaron una larga mirada mientras se escuchaba el crujir de los leños y la lluvia incesante. Alpha volteó el rostro porque esos ojos azules la seguían perturbando mucho. ¿Qué le pasaba con ese hombre? ¿Cómo podía ser tan parecido al otro que la había traicionado?

¿Podía haber dos personas iguales en el mundo terrenal? Si, Jarlath era igual a…Cathal. De repente, le sobrevino el dolor de cabeza y su semblante se contrajo de dolor.

—¿Qué te pasa, Alpha? ¿Te sientes bien?

Alpha cerró los ojos. ¡Lo había recordado! Había recordado ese nombre. ¡Se llamaba Cathal! El hombre que ella había amado hasta perder la cordura. Jarlath extendió su brazo, pero de inmediato guardó su mano. Alpha abrió los ojos y lo miró.

—Sé que no eres él, Jarlath. Ahora he recordado su nombre.

Jarlath se quedó perplejo, luego sonrió con satisfacción al pensar que ya no recibiría por parte de ella falsas acusaciones y lo más importante, ya no lo confundiría con nadie.

—Tal vez haber dejado ese castillo, te esté ayudando a recordar. −dijo él.




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