Antonina asintió, más no estaba muy convencida y guardó silencio, además, el olor de la sopa de jitomate le atrajo irremediablemente la atención, pues sus tripas no paraban de rugir. Oyami miraba muy contenta como Antonina dejaba el plato vacío, luego fue hasta un hermoso armario, sacó el vestido y se lo entregó.
—Póntelo, quiero ver cómo te queda.
—¡Gracias! –Exclamó Antonina, admirando el vestido.
¡Un vestido para ella y hecho por una mujer de la ciudad bajo la tierra! Antonina se lo puso de inmediato y se miró en un gran espejo en forma de rombo.
—Te ves muy bonita, Antonina.
De pronto se abrió la puerta bruscamente y se asomó un hombre pequeño, miró brevemente a Antonina y llamó a Oyami con un gesto. Antonina se quedó estática y se preguntaba qué pasaba, pero no pudo escuchar nada de lo que ese hombrecillo decía. Oyami regresó y la miró como si nada pasara.
—¿Qué te ha dicho? –preguntó Antonina, angustiada.
—Nada. Todo está bien.
—Por favor, Oyami, yo quiero saber qué pasa.
Oyami agudizó la mirada, pensando que esa niña tenía mucha firmeza en su voz.
—Por favor…−insistió Antonina.
—Está bien. La reina ha convocado a los guerreros. –hizo una pausa− Yo pensé que no cederíamos, pero es más delicado de lo que pensé. Tú te quedarás aquí. Kot está afuera de la habitación, resguardando la entrada.
—¡No! ....Yo tengo que ir. ¡Mi mamá y mi tío están allá afuera!
Antonina hizo intento de ir a la puerta, pero Oyami le tapó el paso y ladeó la cabeza, cruzándose de brazos.
—¿Y qué piensas hacer, mi dulce querubín? Eres sólo una niña.
Pero Antonina no se inmutó y la miró fijamente.
—¿Qué harías tú en mi lugar? ¿Te quedarías aquí esperando, sin hacer nada?
Oyami entrecerró los ojos.
—No puedo creer que tengas solo diez años, Antonina. Tienes un corazón muy maduro.
Pero a Antonina no le importaba lo que opinaran todos de ella. Sólo quería estar con su mamá y su tío. Debía estar con ellos.
—Ayúdame a encontrar a mi mamá y a mi tío, por favor.
Oyami analizó a Antonina, que lucía desesperada. Sin decir palabra, desenganchó un pequeño sacó de su grueso cinturón y lo abrió ante el rostro curioso de la niña. Sacó un puño de polvo grisáceo, lo depositó en la palma de su otra mano y lo sopló rápidamente. La bocanada de humo invadió el rostro de Antonina, provocando que se desplomara sobre la alcoba, sumida en un profundo sueño.
—Lo siento, mi querubín. Aunque no me perdones por esto, no podemos salir. Las órdenes de Ung no se pueden quebrantar.
- - - -
—Parece que ya no lloverá más. −dijo Alpha, poniéndose de pie.
Jarlath había permanecido sentado junto a ella el resto de la noche, se incorporó y miró el claro de luz. El cielo seguía nublado y de los bordes de piedra de la cueva, todavía caían gotas de agua. Edrev y Gris volaron y se colocaron al lado de Alpha, que caminó con firmeza hacia la salida. Pero en eso, Edrev percibió un ruido por encima de la gruta y se fijó que los demás no lo habían notado. Volteó la cabeza y miró unas partículas de tierra que se deslizaban de la pared, y entonces se sintió inquieta. Jarlath salió también detrás de Alpha y Grainne lo siguió, mientras se frotaba los brazos. Hacía mucho frío.
—Princesa, espera…—Edrev musitó.
Pero Alpha no se detuvo y solo se escuchó su grito de horror cuando fue atrapada por el ogro, que había brincado desde el pico de la cueva. El mastodonte lanzó una fuerte carcajada y la aferró con fuerza entre sus brazos. Después, todo se volvió un barullo de gritos. Jarlath corrió hacia Alpha, tratando inútilmente de rescatarla. El ogro lanzó otra risa burlona y le dio un empujón, mandándolo a volar por los aires. Jarlath cayó sobre un montón de escombro de leña y su semblante se contrajo al sentirse lastimado. Edrev y Gris seguían gritando como locas y volaron alrededor del gigante, que al verlas, se carcajeó más fuerte mostrando sus dientes chuecos.
Alpha estaba inmovilizada, haciendo un gesto de repulsión, pues sentía en plena cara ese fétido aliento. Todo estaba pasando tan rápido que no podía reaccionar, luego miró el cuerpo tirado de Jarlath. Grainne corrió hacia su hermano para ayudarlo a ponerse de pie.
—¡Vaya…vaya! No pensé que fuera tan fácil.
Una voz proveniente desde el cúmulo de árboles del bosque, hizo que todos se volvieran sorprendidos. Setuh se aproximaba con paso lento. Sus ojos amarillos se posaron en Alpha, que empezó a removerse. Ella también lo observaba. Estaba estupefacta, pensando que ese dragón era impresionante.
—¿Así que esa mujer debilucha que tienes atrapada es una amenaza para mí? –preguntó Setuh con sorna, mirando al ogro.
El ogro emitió una carcajada maliciosa y muy sonora. El dragón alzó su cabeza y contempló a los diminutos seres que descansaban en una nube blanca y que miraban curiosos la escena.
—¿Y ustedes qué hacen ahí? ¡Se acabó la fiesta! ¡Vayan a mojar a otro lado! Que ya me empieza a dar frío. ¡Brrr!…
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Editado: 23.10.2024