—No has cambiado nada, y ya ha pasado demasiado tiempo.
Ella se volteó rápidamente y buscó el origen de esa voz, que inmediatamente le ocasionó un dolor agudo en su cabeza. Pareció reconocerla. ¿Quién era? Alpha se pegó a la roca y se quedó inmóvil al oír otro ruido.
Estaba decidida a defenderse de lo que fuera y entonces empezó a sentir como sus manos comenzaron a temblar ligeramente. Pero no era miedo lo que sentía. Alzó una de ellas y percibió con asombro como desde lo profundo de su ser, surgía una energía increíble que descendía como río interno y se dirigió directamente hacia la palma. Alpha la elevó frente a su rostro y sonrió maravillada al contemplar ese pequeño plasma de luz en forma de caracol, que iluminaba todo el lugar.
—¿Tú?... ¡No puede ser! –Alpha se sorprendió, al ver al sátiro.
—Sí, soy yo, mi querida Alpha.
Ella se horrorizó, pues esa bestia era impresionante.
—¡No puede ser!
—Espero me reconozcas, princesa, porque yo nunca he podido olvidarte. –Jorsa avanzó lentamente− Ni tus besos…
Alpha contenía el plasma fosforescente con una mano y con la otra palpaba la tierra. Se vieron fijamente a los ojos y a ella le pareció ver un destello de deseo en él. Se sentía desnuda ante esa mirada de ojos negros como la noche. Era Cathal. Pero su cuerpo ya no era el mismo. Ahora estaba deformado, convertido en un carnero. Tenía orejas grandes y unos cuernos afilados salían de ambos bordes de su frente. Hasta el color de su tez había cambiado y era obscura como los troncos de los árboles.
—Cathal…
—Te has acordado de mí. –Jorsa sonrió, satisfecho.
—Sí. Eres el cobarde que me abandonó. –espetó ella.
El sátiro borró su sonrisa y se quedó como estatua ante el reproche. Crispó su mandíbula al notar que la mirada de Alpha estaba cargada de resentimiento.
—¿Pensaste que iba a caer otra vez rendida a tus pies? –preguntó ella y lanzó una mirada breve al remolino de su palma.
Jorsa inspiró.
—Perdóname, Alpha, no sé qué me pasó en aquél momento.
—¡No hay justificación alguna! –ella lo miró, irritada− ¡Me dejaste sola! Nunca te perdonaré por eso.
—Sé que hice mal, pero he tenido mi castigo ya. Soy un monstruo, –Jorsa se miró a sí mismo— pero mis sentimientos siempre han permanecido intactos por ti.
—Ha pasado mucho tiempo. Lo único que me interesa...
Alpha guardó silencio rápidamente, porque pensó que no tenía por qué darle ninguna explicación a ese engendro. Bajó la mano y el remolino desapareció.
—Volverás a amarme, Alpha.
La cueva se llenó de penumbras, pero ella podía ver perfectamente la silueta de Jorsa, que dio un paso más. Alpha se crispó y arrugó la cara, pensando que si se acercaba más o la tocaba…
—No lo haré, te lo aseguro. –Aseveró ella, conteniendo su repulsión.
Jorsa lanzó un gruñido, echando para atrás su cabeza, pensando que la dulce hada del bosque se había convertido en una roca fría dura de traspasar.
—¿No te gusto por mi aspecto? —vociferó él, desesperado.
Alpha reflexionó que su físico no tenía nada que ver. Para ella, la peor deshonra de un hombre, era huir como lo hizo Cathal. No…no podría jamás volver a sentir amor por él.
—No te acerques más, te lo advierto. –Alpha alzó una mano.
Jorsa recordó las palabras de Luza y unos celos terribles emergieron de su ser.
—¿Es por ese hombre que te acompaña en tu viaje? –él se llenó de rabia.
—¿Qué?
—¡Lo amas!
Jorsa se apartó bruscamente y su voz se volvió un grito horrible que hizo desmoronar cadenas de tierra a través de las paredes. Alpha observó serena la rabieta del sátiro, después alzó el brazo y el plasma de luz volvió a surgir instantáneamente, al mismo tiempo que sus ojos comenzaron a fulgurar reflejando el color del fuego, pues también ella se estaba hartando de la situación.
—¡Nunca serás de él! –Jorsa se meció los cabellos− ¡Es más fácil que lo mate con mis propias manos, a que tú lo ames como me amaste a mí!
Alpha analizó ese semblante desfigurado por la ira.
—Sólo quiero ayudarlo a encontrar a su familia. —declaró ella.
Al oír eso, Jorsa se quedó estático y la miró fijamente.
—¿Estás segura que no tratarás de amarlo?
—No tengo por qué seguir informándote de lo que haré. –Alpha se irguió− Tengo que irme.
—No puedes salir, estás cautiva. –bramó Jorsa.
—¿Quién me lo va a impedir…tú? —ella elevó su barbilla.
Entonces Jorsa reparó en el cabello electrizado de Alpha y sus ojos rosados.
—No debo dejarte salir. –insistió él, moderando el tono de voz− Lo que le suceda a esos terrenales no es de tu incumbencia. Es mejor que estemos aquí. −Jorsa la miró, preocupado− Estaremos a salvo de todo lo que pase allá afuera.
—¿Qué va a pasar allá afuera? —Alpha frunció el ceño.
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Editado: 23.10.2024